El rastro. Un emblema de la Txantrea. Este mercadillo popular nació en 1977 y pronto se convirtió en un evento ineludible. Cada domingo, unas 40.000 personas se acercaban a la actual plaza del Félix para comprar, socializar y disfrutar de los conciertos de Barricada u Oskorri.
El Ayuntamiento, de la mano de UPN, lanzó una ofensiva total contra esta iniciativa vecinal: multas, controles y cargas policiales.
En 1991, el alcalde Alfredo Jaime quitó el mercadillo a la fuerza, lo trasladó al Plan Sur (UPNA), intentó ponerlo sin éxito en la avenida Corella y, finalmente, terminó en Landaben.
Ahora, el Consistorio quiere situar el rastro en la avenida Corella –no es la ubicación original ni la que defendían los vecinos– y el anuncio ha generado debate en la calle.
Algunas personas apoyan que el mercadillo regrese a la Txantrea porque lo consideran una especie de vuelta a los orígenes.
Para otros residentes, supone un molesto Déjà vu que les retrotrae a 1992. "Hace más de 30 años ya luchamos para que el mercadillo no se pusiera en la avenida Corella. Y lo volveremos a hacer", adelanta Begoña García. El rastro divide a la Txantrea.
Oposición al mercadillo
Los vecinos que se oponen al mercadillo defienden que, en su opinión, desaparecerá la tranquilidad que reina en el nuevo parque de Txantrea Sur. "Una zona de paseo y de recreo se va a colapsar de gente, coches y furgonetas. Nos van a invadir. No espero que la gente se acerque andando o en villavesa porque en los mercadillos se realiza la compra de la semana. Los clientes van cargados con bolsas y es más cómodo venir en coche", señala Mari José Martincorena, vecina de la Txantrea.
"¿Para qué se ha diseñado el parque de Txantrea Sur? ¿Para pasear o para colocar un rastro? Es un espacio tranquilo que se lo van a cargar. Vamos a soportar coches y furgonetas aparcados en la acera, ruido, trajín de gente, alboroto...", lamenta Javier Berduque, vecino de la avenida Corella.
"Los domingos, un paseo bonito se llenará de puestos y furgonetas y no lo podremos aprovechar. Sería un movidón, un estorbo, mucho follón", critica Teodosio Carrica, vecino de la calle Lumbier. "Que se ponga en San Cristóbal, no enfrente de mi portal. No, no, no. Generaría mucho follón y suciedad. Van a estropear el paseo", lamenta Begoña García.
Estos vecinos, como se recogió la semana pasada en este periódico, recuerdan que los comerciantes y los clientes están a gusto en Landaben y no quieren abandonar la zona. "Si todos están contentos, no entiendo por qué quieren cambiar el rastro de ubicación. En Landaben, solo hay industria y los domingos las fábricas están cerradas. No hay viviendas cerca, hay muchas calles para aparcar y no se perjudica a ningún vecino", reflexiona Javier. "No se molesta a nadie. Es un polígono muy amplio y hay sitio para aparcar de sobra", insiste Teodosio.
El Ayuntamiento de Pamplona quiere trasladar el rastro a la Txantrea porque Landaben está "alejado del centro urbano. Queremos mejorar la accesibilidad de la ciudadanía".
Sin embargo, este argumento no convence a los vecinos, que piden al Consistorio y a la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona que ponga más medios públicos a disposición de las personas que no tienen coche o no pueden conducir.
"Deberían realizar un estudio para saber de dónde proceden los clientes de Landaben. Y, con esos datos en la mano, poner líneas específicas de villavesa los domingos o reforzar los servicios actuales", defiende Javier.
Juan Martincorena, hermano de Mari Jose, defiende que cerca de la Txantrea ya existen mercadillos parecidos al rastro de Landaben: "Las huertas de la Magdalena están a tiro piedra. Allí compramos fruta y verdura. También está cerca el mercado de Burlada y tenemos el comercio del barrio". "Las fruterías se resentirán y no les hará ninguna gracia. Se cargarán el poco comercio local que aún resiste", subraya Begoña.
Los vecinos están colocando carteles informativos en los portales afectados y, si cuentan con apoyo suficiente, crearán una plataforma contraria al mercadillo. "Si hay que pelear, se peleará. Saldremos a la calle y nos manifestaremos", avisa Begoña.
Vecinos a favor
El posible traslado del rastro también cuenta con apoyos en el barrio. "Estoy a favor. Soy usuario del mercadillo de Landaben y todos los domingos tengo que coger el coche. Si se cambia de ubicación, vendría andando y sería más cómodo", comenta Luis Maquirriain.
"Me parece estupendo porque tendría los puestos enfrente de mi casa. Abriría la puerta del portal y ya estaría haciendo la compra", señala Eulalia Usaba. "Cuando me enteré de la noticia, me puse muy contento", indica Ramón Eraso.
"A mí me parece bien, aunque no sé si es una de estas venadas que le dan a Maya últimamente para que se hable de él y desviar la atención", bromea Cristina Domeño.
El principal argumento es que podrían ir andando al mercadillo. "No puedo comprar en Landaben porque ya no conduzo. Aquí podría venir andando", defiende Ramón. "Me vendría de cine porque tendría el mercadillo enfrente de casa, daría dos pasos y ya estaría comprando", asegura Julia Cetazo. "No haría falta el coche. Vendría andando. La accesibilidad también sería más fácil para el resto de barrios", incide Cristina.
Según estos vecinos, las calles de la Txantrea pueden acoger el volumen de clientes del rastro de Landaben. "No se colapsaría de coches. Son tonterías. Y solo sería un día a la semana", apunta Eulalia.
Además, este cambio de ubicación tendría un valor sentimental. "Me gusta la idea porque supone volver a los orígenes. El rastro comenzó en la Txantrea en 1977", relata Luis. "Nos supo muy mal que el Ayuntamiento nos quitara el rastro. Pasábamos muy buen rato. Comprábamos, dábamos el paseo y echábamos el vermú", recuerda Ramón. "Le daba vida a la Txantrea. Los domingos había muy buen ambiente", subraya Cristina.
Los orígenes. 1977
El rastro de la Txantrea se inauguró en 1977 como un mercado popular al margen de los grandes comerciantes. "Las mañanas domingueras eran muy aburridas. No había ambiente en el barrio. Así que montamos un rastrillo para que los vecinos dieran salida a los libros, muebles y herramientas que tenían en casa", recuerda Vicente Rey, uno de los fundadores del rastro.
El mercadillo creció como la espuma: puestos de alimentación, conciertos de Barricada y Oskorri y 40.000 personas que cada domingo acudían a la plaza del rastro a comprar y socializar. Dos veces el Sadar.
Sin embargo, el Ayuntamiento de Pamplona decidió cargarse esta exitosa iniciativa popular: impuestos a los comerciantes, multas, controles y cargas policiales para reprimir las manifestaciones. En 1991, Alfredo Jaime (UPN) fue más allá y trasladó el rastro al Plan Sur (UPNA) con la oposición de los vecinos.
Solo un año después, el Consistorio propuso que el mercadillo volviera a la Txantrea, pero en vez de a la plaza del rastro –la ubicación que querían los vecinos– a la avenida Corella. "La reacción fue bastante espontánea. El primer domingo cortamos la carretera y los comerciantes no pudieron instalar sus puestos. El Ayuntamiento mandó a la Policía Municipal, pero no se produjo ningún incidente violento", relata Javier, que protagonizó las protestas de 1992 junto con otros vecinos. Debido a las manifestaciones, UPN ubicó el rastro en Landaben, donde se sitúa ¿hasta ahora?