Polideportivo

El ciclismo, a rueda del dinero

Imagen del pelotón rodando en el Saudi Tour.

Al ciclismo nunca le sobró el dinero. En su génesis era un deporte de descamisados y parias, un vehículo para salir de la miseria. Son incontables las historias de ciclistas que se agarraron a la bici para dejar atrás la pobreza. El manillar era un asidero para la esperanza y un futuro mejor. Esa sensación, ese medio atávico a la ruina, nunca ha abandonado del todo al ciclismo, siempre pendiente de los caprichos de los patrocinadores. El ciclismo, que no percibe derechos de televisión y tampoco recauda a través de las entradas, es un espectáculo para el pueblo, orgánicamente unido a la trashumancia, que no produce beneficios. Ese es su talón de Aquiles. Su punto débil.

"Meter dinero a un equipo ciclista es como meterlo a una caldera. Es quemarlo", dicen los que conocen los entresijos de cómo funcionan las estructuras ciclistas. El impacto económico de los equipos en el imaginario colectivo, su huella publicitaria, es su mayor valor. Frente a esos condicionantes, difícilmente las escuadras que buscan el bienestar de los suyos ponen reparos al origen de sus patrocinadores. La realidad es que cada vez resulta más complicado obtener un esponsor que financie a una escuadra. Frente a ese panorama, nada de exquisiteces.

En ese ecosistema pernicioso y tóxico porque la capacidad de elección queda capada en buena medida por la necesidad, las campañas de blanqueamiento y propaganda de ciertos Estados han encontrado un vehículo ideal en el ciclismo, un escaparate para distraer la atención y aparecer como benefactores de una especialidad siempre dispuesta a lucir en la pechera cualquier nombre que dé dinero. Es una cuestión de supervivencia.

Emiratos Árabes Unidos, con el UAE, Bahrain, Israel o Kazajistán, a través del Astana, no son precisamente adalides de los derechos humanos y demás garantías democráticas. Sin embargo, sus equipos ondean orgullosos sus banderas en el WorldTour. Nadie cuestiona su presencia. Son bienvenidos. Pertenecen al club selecto del ciclismo. Son parte del paisaje y compiten con el resto sin que nadie les señale. La Unión Ciclista Internacional (UCI), el máximo organismo rector del ciclismo mundial, bendice a los citados patrocinadores porque sostienen a varias formaciones, que a su vez dan trabajo a decenas de personas más allá de a los propios deportistas.

EXPULSIÓN DEL GAZPROM

Ese discurso de la UCI choca con la decisión de expulsar al Gazprom ruso de las competiciones amparadas por la Unión Ciclista Internacional por culpa de la invasión rusa a Ucrania. La medida, justa o no, –los ciclistas con licencias rusas y bielorrusas sí pueden competir a título individual– se contradice con la incapacidad de adoptar similares decisiones con equipos sostenidos por Estados que no alcanzan los estándares democráticos.

La organización con sede en Aigle, Suiza, no solo no castiga a los citados equipos sino que enfatiza la política de esos Estados ya sea por acción o por omisión. La UCI fijó el Campeonato del Mundo de ciclismo de 2016 en Doha, Catar, otro país de escasa reputación democrática. Apenas hubo público en un Mundial distópico. Es lo que tiene correr en el desierto y en países con nula cultura ciclista. A la UCI no pareció molestarle el resultado. Le suele gustar decir al organismo que lo hace para promocionar el ciclismo en esos lugares. La realidad tiende a ser más prosaica. A la UCI, una organización que sufre para cuadrar las cuentas, solo le movía el dinero.

El UAE Tour, el Saudi Tour o el Tour de Omán responden a esa misma lógica: la de la búsqueda de los petrodólares. Sobre ese mismo parámetro se puede medir la apuesta de la Grande Partenza del Giro de Italia en 2018. RCS, la empresa que organiza la carrera, eligió a Israel como punto de partida de la carrera. La Corsa rosa disputó tres etapas en suelo israelí, el Estado que ocupa Palestina ante la impunidad de Occidente. Se calcula que Israel pagó 10 millones al Giro por albergar la salida de la carrera.

El país aprovechó para promocionarse turísticamente y dar un barniz de normalidad a un Estado involucrado en un conflicto que no lo es, en absoluto. Entonces, nadie, salvo algunas voces discrepantes, habló de boicot a la prueba o similares. El ciclismo siguió a lo suyo. No hubo dilema morales, solo negocio. La UCI, que se pronuncia en francés, nunca ha tenido opinión respecto a esa clase de dilemas. O tal vez sí. Laissez faire, laissez passer. Es una expresión francesa que significa "dejen hacer, dejen pasar" refiriéndose a una completa libertad en la economía. El ciclismo, a rueda del dinero.

03/03/2022