De toda la cartelera escogemos esa. Sabemos que la nueva película nos hará taparnos los ojos, saltar en algún momento que otro y, aun así, compramos la entrada.
La casa del terror o los recientes scape room, también son algunos de los lugares que nos hacen tiritar, y no de frío precisamente.
Todo un mundo de imaginación
Todavía queda el que sabiendo que los fantasmas y seres sobrenaturales no existen, sigue corriendo hacia su cama al apagar la luz.
Es curioso y cómico a la vez, pues siendo seres racionales e inteligentes, nuestra imaginación a veces, nos juega malas pasadas.
¿Voluntad o placer?
Pero volviendo al asunto, resulta paradójico el éxito de las películas de terror y el desprecio hacia las ellas, al mismo tiempo.
El cine de terror goza de una tremenda salud, y, es,que año tras año llegan nuevas producciones a las pantallas.
Nos aterra y genera angustia, pero aun así, seguimos. El campo de la ciencia, al respecto, relaciona este factores cerebrales producidos con la emoción del miedo.
Lo que ocurre con estas películas es un proceso de activación. En efecto, la visualización de este tipo de contenido hace activar nuestro sistema límbico, en el área cerebral.
En ese momento las amígdalas y el hipocampo, son las únicas dueñas de las emociones.
Nuestros pelos de punta, tensión sangíneomocional
Nuestro ritmo cardiaco y metabolismo se acelera. La sangre corre una maratón corporal, y por consiguiente, se incrementa la capacidad de coagulación, como anticipo a una posible herida.
Pero lo más emocionante de todo, nuestra adrenalina. Aquella sustancia, que aun tener mala fama, activa las alarmas de miedo, peligro, estrés, pero también está muy ligada a la emoción.
No obstante, también cabe recordad la posibilidad de sufrir algún tipo de trauma o trastorno. Existe un grupo algo más vulnerable, los niños.
En su caso, este tipo de films podrían llegar a causar pesadillas, ansiedad o conductas agresivas.
Por ello, y en tales circunstancias, siempre deben estar supervisados por un adulto. Todos queremos un final feliz.