Desde su presentación en los diferentes festivales en los que ha tomado parte, 20.000 especies de abejas ha revolucionado el panorama cinematográfico con su relato intimista y conmovedor. Ahora, esta producción, el primer largometraje de la realizadora Estibaliz Urresola, hace su incursión en las salas de cine dispuesta a seguir enamorando al público como ya lo ha venido haciendo hasta ahora en la Berlinale, en Málaga, etc. contando la historia de Cocó (Sofía Otero), de 8 años, que no encaja en las expectativas del resto y no entiende por qué. “Todos a su alrededor insisten en llamarle Aitor, pero no se reconoce en ese nombre ni en la mirada de los demás. Su madre Ane (Patricia López Arnaiz), sumida en una crisis profesional y sentimental, aprovechará las vacaciones para viajar con sus tres hijos a la casa materna, donde reside su madre Lita (Itziar Lazkano) y su tía Lourdes (Ane Gabarain), estrechamente ligada a la cría de abejas y la producción de miel”. López Arnaiz reconoce que se trata de una película “llena de momentos bonitos de vivir”.
¿Qué despertó su pasión por la interpretación?
Estando ahí en la veintena, que para mí fue un momento de búsqueda, de buscar un medio de expresión -porque yo vivía con la sensación de tener dentro una inquietud que no sabía cómo canalizar e iba probando distintos medios-, hubo un momento a los veinticinco o así que se me apareció la idea del teatro. Mirando atrás y viendo qué partes de mí eran las que no habían cambiado a lo largo de mi vida, qué se había mantenido en mi forma de ser, vi que había algo del juego, algo que me hizo pensar que quizá el teatro tuviera una resonancia conmigo. Fui a Ortzai, que creo que era el primer año que abría la escuela, y ahí probé la interpretación. Fue un flechazo. En el fondo fue un descubrimiento muy potente en ese primer momento.
Amor a primera vista.
Sí, eso es. Como un hábitat, como un lugar en el que me sentía muy cómoda, disfrutaba mucho... Y bueno, había una parte con la que -yo creo que por el momento vital- conectaba mucho, que era que el entrenamiento tenía mucho que ver con tomar consciencia, tener mucha escucha. A nivel personal, en ese querer conocerme de esa época, de querer saber quién era, era como que también se unía con el propio entrenamiento del teatro, que me servía para ir conociéndome yo mejor. Era algo que para mí tenía una transcendencia. No era solo el jugar y el aprender interpretación, sino que eran ejercicios que me servían para poner mucha atención en mí, conocerme mejor, y conecté mucho.
Aquí encontró, como dice, su refugio. Dar el paso del teatro a la televisión y al cine era algo que tenía que ocurrir, ¿no?
De hecho sí. Yo no sabía cómo ocurría, ni si quería que ocurriese, pero ocurrió. Mi representante me vio en una obra de teatro que hicimos con Ortzai, y ella se interesó. Contactó conmigo y al principio yo tenía muchas dudas, porque desconocía el audiovisual, no había hecho nada en audiovisual, y me daba bastante respeto todo el tema que después hay de que te conozcan en la calle. Yo estaba con dudas al principio, pero un día me llamó para una prueba para 80 egunean, la primera película de los Moriarti. Y me habló de la peli, y me pareció tan bonito que dije “Venga, vamos a probar. La vida me está trayendo esto, vamos a ver qué pasa”. Y ahí fue mi primer casting, fue el primer trabajo que hice y ahí fui poco a poco. 80 egunean fue una experiencia bonita, pero a mí me cohibía un poco el medio, porque no estaba acostumbrada al rodaje. A partir de esa peli tuve varios años en que seguí haciendo pruebas y cosas sueltas, hasta que ya llegó El guardián invisible y ya pude jugar un poco más. Tenía más material con el personaje para trabajar, lo disfruté mucho y dije “Uf, creo que esto me gusta también”.
O sea que la Trilogía del Baztán, de Dolores Redondo, fue el detonante.
Sí. Ahí fue un poco el descubrimiento del placer del audiovisual y luego ya vino La peste, etc. De hecho, ahí es cuando ya cambié y me dediqué, y he vivido desde ese momento, ahí fue un poco la transición de mis anteriores trabajos a dedicarme a esto. Sí, ahí fue un poco el giro.
De todos modos, hay que reconocer que sus últimas producciones, tanto Intimidad con el Feroz, como Ane con el Forqué, el Feroz y el Goya, están siendo auténticos éxitos. ¿Cuál es el secreto para llegar al corazón de quienes ven sus interpretaciones?
Pues yo creo que funcionamos mucho por resonancia, como los armónicos en música. Entonces, creo que si tú como actriz realmente conectas con la humanidad del personaje -con sus miedos, sus alegrías, su dolor...-, si realmente te expones a la vivencia del personaje de la manera más pura, yo creo que ahí, al final, por resonancia, hay gente que va a resonar. Otra no, pero hay mucha gente que como armónico va a resonar contigo. Y yo creo que eso a la gente es lo que le toca. Para eso es muy importante, desde luego, el contexto. No solo se trata de tu parte como actriz, de abrirte y exponerte al personaje y entregarte, sino que también es fundamental el material con el que trabajas, el guion, cómo se plantee la dirección, tus compañeras de reparto... Todo el equipo hace que tú puedas hacer tu trabajo y que puedas tener esa implicación con el personaje. Entonces, un buen guion, una buena directora y unas buenas actrices en escena contigo, son todos los elementos que necesitas para que tu trabajo sea más fácil y puedas llegar al público.
También tener un mensaje muy social. Porque en el caso de Intimidad, sin ir más lejos, abordaban cuestiones como el poder, los peligros de las redes sociales, los límites entre la vida pública y privada... ¿Siente que se está avanzando en la recuperación de la intimidad?
Yo creo que hay mucho trabajo por hacer. Es verdad que con Intimidad hubo un momento en que se puso mucha luz sobre el tema, y mucha gente reflexionó. Yo creo que Intimidad tuvo su resultado porque lo vi. Pero creo que estamos en un momento histórico muy delicado, y pongo mucho el foco en el tema de internet y de las redes, porque creo que es un trabajo que no está resuelto.
Desde aquella serie no ha parado. Ahora vuelve con 20.000 especies de abejas, el primer largometraje de Estibaliz Urresola. ¿Cómo ha sido trabajar con ella?
Muy bonito. Ha sido un proyecto precioso. Desde el principio, cuando me llegó el guion, me pareció una maravilla cómo estaba escrito. Todo el trabajo previo que yo hago con el guion en este caso fue infinito -podríamos haber seguido, pero había que empezar a rodar-. Y su manera de trabajar y de rodar, porque a Esti le encanta buscar la veracidad cuando rueda, su manera de proponer las secuencias, te permiten estar muy viva en escena.
En ese sentido, ¿hay alguna experiencia del rodaje que atesore con especial cariño? Al fin y al cabo, comparte muchas de las escenas con la pequeña Sofía Otero.
Hay muchos momentos. Viendo la película en Berlín (en la Berlinale), me puso en un lugar muy tierno. Me puso en un lugar muy tierno en cuanto a la maternidad, con el personaje de Cocó. Y lo veo en la peli, que hay una ternura... Entonces, cuando contactas con esa ternura, es como que a la vez te abre a todo lo demás. Hay escenas que me atravesaron. Porque además, lo que tiene este guion es que nada sobraba. Todos los momentos eran...
¿Idóneos?
Sí, y muy especiales. Es lo que tiene esta peli, que está llena de momentos bonitos de vivir.
Y para usted, ¿cómo ha sido ponerse en la piel de esta madre?
Pues ha sido una experiencia muy bonita. Es un trabajo que gracias a Esti y a su manera de trabajar, de escribir, de dirigir... te coloca todo el rato en un lugar de trabajo muy veraz. Hay tanta complejidad y tantos frentes abiertos en el papel de la madre -está por un lado lo que le pasa a su criatura, pero también lo que le pasa a ella como madre, respecto a su madre y su padre, respecto a sí misma...- y está escrito con tanta realidad, que es tan complejo el personaje... Para mí es lo más difícil que he hecho nunca. Ha sido como jugar con dieciocho pelotas de malabares. Esto hace que la vivencia del trabajo sea muy real, esté muy viva, que tengas tantos momentos en los que te pasan cosas que ha sido una experiencia preciosa. Ha sido un viaje. Ha sido un personaje que me ha hecho atravesar su historia y me ha llenado de emociones.
Podríamos definir 20.000 especies de abejas como una oda a la diversidad, una mirada muy íntima que llega en un momento inmejorable, con la aprobación de la Ley para la Igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos LGTB.
Claro. Ya lleva un tiempo que este tema está gritando “Ey, vamos a ver qué hacer con esto”, y ha sido como un grito que ha ido creciendo y una necesidad. Y es lo que tiene el cine. El cine al final es un reflejo del momento en el que vives, y creo que esta peli ha nacido ahora porque ahora esto está ocurriendo. Yo creo que nace de una necesidad de la sociedad.
La Berlinale también se rindió ante esta película y ante todas ustedes. Desataron una ovación de diez minutos. ¿Cómo fue vivirlo?
Ha sido muy emocionante. Ese momento fue increíble, no tengo palabras. Hay algo tan bonito cuando haces un trabajo en equipo, y de repente ese trabajo llega a la Berlinale... Hay algo también como inocente en esa experiencia. Yo la peli la había visto una vez, y con ese segundo visionado me emocioné. Y ha sido tan bonito compartirlo juntas que estábamos vibrando. Es pura emoción. Y me siento muy feliz por Esti, porque lo que ha hecho es una pasada.
Esta ha sido además la primera vez que una película rodada en parte en euskera competía en la sección oficial de este festival.
Eso es precioso, y te sientes feliz. Además, vas allí y realmente hay miles de idiomas. Yo creo que lo del idioma se tiene que normalizar ya, porque es así. Estábamos por ejemplo en la rueda de prensa y había unas cabinas con personas de diferentes idiomas que iban haciendo la traducción. O sea que yo creo que las barreras del idioma ya lo han saltado todo.
El cine no debería entender de idiomas, ¿no?
No, claro. Además es que es tan interesante... De hecho, creo que en la Berlinale había dos pelis gallegas, una catalana y la nuestra, y dices “Jo, qué bonito estar ahí y escuchar tantos idiomas. Es la riqueza”.
Las últimas producciones las ha rodado además cerca de casa, esta última a caballo entre Laudio y Hendaia. ¿Hay algo que eche especialmente de menos cuando está fuera?
Todo (risas). Echo mucho de menos mi casa. Voy por temporadas. Ahora llevo una temporada en que lo he llevado mejor, pero he tenido momentos en los que se me ha hecho más duro. Curiosamente de joven no era así, era una veleta y un satélite que podía estar en cualquier lado, pero ahora cada vez siento más la necesidad de enchufarme en mi fuente. Y echo de menos mi casa, echo de menos a mi gente, etc. Volver a casa siempre me da mucho placer.
Ahora nos quedamos con 20.000 especies de abejas y con todas las buenas noticias que está trayendo consigo, pero, ¿qué le depara el futuro? ¿Tiene algún otro proyecto a la vista?
Me queda por estrenar una serie para Movistar, y para este año tengo dos proyectos preciosos. Estoy muy ilusionada.