En el año 1983, Florentina Martínez y Jesús González pusieron en marcha el ultramarinos que hoy regenta su hija. Ahora se ha puesto a la venta
Es uno de los últimos colmados o ultramarinos del Casco Viejo, y, sin duda, el más carismático por su aspecto exterior, su bellísima carpintería, antes verde y ahora roja, y el toldo que le confiere ese aspecto como de toda la vida en la plaza San Francisco. "No hemos cambiando nada, está tal cual era la droguería que había antes". Kontxi González se remonta a principios de 1980, porque fue entonces cuando sus padres, Jesús González y Florentina Martínez, se liaron la manta a la cabeza y arrendaron el establecimiento de la calle Ansoleaga, 24. "Entonces, mi padre estaba jubilado, y mi madre se ocupaba del kiosco de helados que se instalaba en la plaza en el verano, junto a la calle Nueva". Estando allí "ella se fijó que se traspasaba y decidió cogerla".
Desde entonces, por Alimentación San Francisco ha pasado una vida, diez años de la de Florentina (que a sus 94 años aún sonríe al recordarla) y casi toda la de Kontxi, una de las hermanas González que, retirada la madre, se hicieron con el negocio. "Antes estaban mis hermanas Anabel y Begoña, y luego yo me incorporé", explica.
Hasta hoy. Un hoy que suena, casi cuarenta años después, con mucha melancolía porque Kontxi ha puesto la tienda a la venta. Aún no se jubila, pero le gustaría, con tiempo, encontrar relevo: "Tengo 62 años, me quedaría uno para poder jubilarme, pero quiero dejar las cosas bien hechas". Lo cuenta, y se le enmudece la voz: "Me cuesta mucho dejar la tienda, porque se va gran parte de mi vida con ella. Por eso me gustaría que alguien la cogiera, porque si le pones ganas y te gusta trabajar estás a gusto". A su lado está Antxon, su hijo de 25 años, que comparte el negocio. "Antes teníamos una empleada, pero cuando Antxon cumplió 18 años se vino". Ha estado 7 años con ella, detrás del mostrador; se ha ganado a toda la chiquillería de la escuela San Francisco y del barrio entero, pero ahora, cuando se vaya su ama, se ha propuesto estudiar e "intentarlo por otro lado".
El negocio ya está colgado en un portal inmobiliario. "Sería estupendo que alguien se animara", dice y añade que "esto le podría venir bien a una pareja que esté empezando...". El interior del colmado de Kontxi es impresionante porque en sus apenas 60 metros cuadrados exhibe, con una organización meticulosa, además del pan recién horneado y la prensa, decenas y decenas de productos, todo tipo de alimentos, bebidas y especialidades navarras: "Tenemos muchísimo... chistorra de Zubiri y dulces de Mendigorría", junto a vinos, huevos ecológicos, bebidas frías... Y un universo de chucherías que, en este momento, "es lo que más tira".
Kontxi y Antxon tienen tan buen talante que hasta le preparan el bocadillo a quien lo pida. "Esto no se puede perder, es un servicio muy grande que le haces a la gente y al barrio en general". Porque ella lo mismo te carga el bonobús, que te cuida al crío si hace falta y hasta ha ejercido de enfermera con más de un txiki que se ha caído en la plaza. "Yo he hecho de la tienda como mi casa, la relación con la gente me gusta y estos valores se van a perder". Se refiere Kontxi al trato humano que el comerciante de toda la vida ha dado a sus clientes, llamándoles por su nombre y conociendo sus gustos. Eso que no te puede dar una franquicia.
Por ello es muy crítica con los políticos: "Nos cosen a impuestos, cuando este tipo de tiendas tendríamos que estar subvencionadas". Lo mismo opina de la hostelería, a la que ganaron la batalla cuando querían que se les prohibiera también vender bebidas. "Les dije: ¿no os dais cuenta del servicio que estamos dando?". Un servicio que, en definitiva, supone hacer barrio, porque cuando todo cierra, la luz del colmado de Kontxi ilumina el Casco Viejo. Desde las 8 de la mañana y hasta las diez de la noche y 363 días al año. Impagable. Por eso no entiende que el Ayuntamiento no haga nada, porque a su alrededor han cerrado casi todos.
Alimentación San Francisco sigue al pie del cañón y ahora tiene unos Sanfermines por delante que les ayudarán a superar una "pandemia que ha sido devastadora". Porque al principio los comercios de barrio recuperaron el protagonismo, pero luego se abrió todo y fue peor para ellos: "Nosotros nos nutrimos también de los extras, de lo que la gente compra para cenar o para llevar a las sociedades. Y todo ha estado cerrado".
Kontxi prevé jubilarse en un año, pero todavía la luz de su tienda sigue encendida. "Me acuerdo de una vecina que se fue a vivir a Boston que, cuando volvía de viaje al Casco Viejo, siempre me decía: 'En cuanto veo la luz de la tienda ya sé que estoy en casa". Nada refleja mejor lo que suponen estas tiendas de barrio para la vida de la ciudad.