Estaban hechos el uno para el otro y viceversa. El tiempo, juez supremo, lo corrobora. En diciembre se cumplirán diez años desde que el Atlético de Madrid y Diego Pablo Simeone (Buenos Aires, 1970) en calidad de entrenador firmaron un pacto de sangre. El argentino fue captado a modo de revulsivo en 2011 con la esperanza de que sabría insuflar al equipo el mismo espíritu que en su etapa como futbolista le convirtió en ídolo de la afición del Manzanares. Competidor excepcional vestido de corto, al margen de unos fundamentos técnicos de primer nivel siempre se distinguió por su carácter irreductible, ardoroso, contagioso. Y, en efecto, supo transmitir a sus jugadores esta forma de entender el juego que conecta de lleno con el entorno colchonero.
El pasado julio, después de conquistar su segundo título de liga, octavo trofeo que levanta dirigiendo al Atlético, firmaba un nuevo contrato que prolongaría el idilio hasta 2024. Dicen que es el entrenador mejor pagado del mundo, se calcula que percibe en torno a 26 millones anuales y aseguran que en esta última negociación su caché apenas se ha retocado, pero a los responsables de la entidad jamás se les ocurriría decir que es caro. Tampoco a los seguidores, conscientes unos y otros de que con Simeone los resultados están garantizados y el Atlético continuará siendo una cuña en el duopolio Barcelona-Real Madrid que lleva varios lustros dominando el fútbol español y continental.
Menos de un centenar de partidos separan al argentino de Luis Aragonés, el otro guía espiritual de la historia moderna del club, a quien ya ha superado en el resto de las estadísticas: títulos, victorias en liga y globales. Y de una tacada, mientras que Aragonés vivió hasta cuatro etapas en el banquillo donde se estrenó nada más colgar las botas. Los formidables registros de Simeone se asocian en sus orígenes al Athletic, pues alzó su primera copa, la de la Europa League, solo cinco meses después de asumir el cargo en la inolvidable final celebrada en Bucarest, con Marcelo Bielsa sentado en el banquillo rival. Un éxito incontestable que sirvió para romper el equilibrio que a lo largo de la historia había presidido el duelo entre ambos clubes.
Durante la última década, el balance ha favorecido netamente los intereses del Atlético. La era Simeone supone un calvario para el Athletic, que únicamente ha logrado vencerle en tres citas y empatar en otras tres. Dieciséis derrotas completan el recuento, motivo de peso para señalarle, sin temor a equivocarse, como enemigo número uno de los dueños de San Mamés. Cierto es que nunca cosechó simpatías en Bilbao y alrededores, de hecho aún se suele rememorar algún incidente desagradable ocurrido en el viejo campo, pero lo de ahora es distinto.
A la nula empatía hacia el personaje, hacia su estilo de comportarse (por ejemplo, esa insistencia, obviamente calculada, en llamar "Bilbao" al Athletic), hacia lo que puede sugerir como individuo o hacia lo que representaba cuando se ponía la camiseta del Atlético, se agrega a día de hoy un sentimiento extremo de ojeriza que en el fondo responde a la convicción de que, por motivos inexplicables, desgraciadamente el Athletic resulta ser una especie de fuente inagotable de inspiración para el Simeone que dedica la semana al diseño de alineaciones o tácticas, e invierte dos horas en la banda ejerciendo de hooligan; de agitador de masas en el supuesto de que actúe de anfitrión.
una gran plantilla
Más allá de que Simeone sea tan detestado por aquí como amado en sus dominios, lo nuclear en vísperas del enésimo cruce que afronta con el Athletic sería que este curso maneja un plantel estelar. Si no es el más potente desde que accedió al cargo, por ahí le anda. Ya dispone de los recambios adecuados para subsanar la paulatina pérdida de los pesos pesados del vestuario (Godín, Gabi, Luis Filipe, Juanfran, Torres, Griezmann...), proceso que trajo aparejada una bajada en el rendimiento. La transición es una realidad consumada, en los despachos han gestionado con habilidad para que no tenga queja de la materia prima a su disposición. Dejando a un lado los casos de Oblak y Luis Suárez, únicos en sus puestos, hoy Simeone está en condiciones de cubrir el resto de las demarcaciones con al menos dos especialistas consumados, lo cual le permite múltiples combinaciones así como alternar sistemas con absoluta naturalidad.
La defensa del título puede ser un factor desestabilizador, aunque cómo negar que de la comparativa con los demás candidatos el Atlético sale reforzado. Simeone posee los mimbres y es impensable que su ambición haya menguado. Es campeón, modificó aspectos de la propuesta que generaban críticas, le tildaban de rácano, y vuelve a figurar en los altares. Al pacto de sangre no se le adivina fecha de caducidad.
La era Simeone supone un calvario para el Athletic, que acumula dieciséis derrotas, tres empates y solo tres victorias frente al argentino
Es el entrenador mejor pagado del mundo, pero ni a los dueños del club ni a sus aficionados se les ocurriría decir que resulta caro
En julio, después de ganar su segunda liga, octavo trofeo que levanta dirigiendo al Atlético, firmaba un nuevo contrato hasta 2024