Una simple búsqueda sobre Guachupita en Internet constata que la existencia en este barrio de Santo Domingo (República Dominicana) no es nada sencilla. “Se vive entre tiros, armas ilegales, robos, amenazas y drogas”, asegura un reportaje publicado el pasado año en Diario Libre, que añade que el control de la zona está en manos de jóvenes de entre 15 y 20 años sin que la Policía Nacional pueda hacer nada para remediarlo.
Guachupita es el punto de partida de la trayectoria vital y deportiva de Andrés Feliz (15-VII-1997, Santo Domingo), base del Joventut que ha protagonizado un proceso de crecimiento brutal para convertirse en su segundo curso en el equipo de Carles Duran en uno de sus jugadores clave (11 puntos por cita con magníficos porcentajes de tiro, 2,8 rebotes y 3,1 asistencias).
Todo en la vida y en la trayectoria baloncestística de Feliz ha llegado desde el esfuerzo, derribando dificultades hasta llegar a un presente magnífico tras formarse deportiva y académicamente en Estados Unidos.
En Guachupita pasó los primeros 16 años de su vida y el barrio, su esencia, las enseñanzas de una comunidad donde las necesidades abundaban en la misma medida que los peligros que fue capaz de esquivar gracias a su pasión por el baloncesto, nunca le han abandonado.
Él mismo relataba durante su periplo en la NCAA que tenían electricidad de 8.00 horas hasta las 12.00 y de 17.00 a 20.00 y que el suministro de agua se limitaba a los lunes, miércoles y viernes “por lo que para ducharse el resto de la semana había que acumularla”.
Una pasión heredada de su padre
Lo que nunca faltó fue comida en la mesa ni pasión por el baloncesto, heredada de su padre, al que acompañaba en sus pachangas. Según fue creciendo, pasaba tanto tiempo en la cancha –muchas veces jugaba con los zapatos del colegio porque comprar unas zapatillas de deporte era una quimera– que su madre se refería a ella como “su segunda casa”.
Los partidillos quedaban interrumpidos al anochecer por la ausencia de alumbrado público. ¿La solución? Los mayores iban a por sus coches, los aparcaban en la banda, encendían las luces y a seguir.
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Sus facultades físicas y técnicas no tardaron en llamar la atención de los técnicos de las categorías inferiores de la selección dominicana. En uno de los entrenamientos, su nombre llegó a oídos del entrenador del instituto de West Oaks de Orlando, que acabó dándole una beca.
Renunciar a educación gratis y a un posible futuro en el baloncesto era algo a lo que Feliz no podía decir que no, aunque los primeros meses fueron durísimos. “De entrada me pusieron en el tercer equipo porque no sabía ni una palabra de inglés y era incapaz de comunicarme. ¡Ni siquiera podía encargar comida! Fue duro y me obligó a trabajar muchísimo”, recuerda.
Paso a paso, fue mejorando con el idioma y su progresión en la pista era palpable. Acabó promediando 23 puntos por partido como sénior y fue máximo anotador del Mundial sub’19 de 2015, lo que le abrió las puertas de la universidad de South Florida.
Finalmente, no pudo jugar allí por cuestiones burocráticas y tuvo la tentación de convertirse en profesional para ayudar económicamente a su familia, pero apostó por la educación y por el largo plazo.
Acabó en Northwest Florida State, un junior college. ¿Un paso atrás? “En absoluto. Tenía unas instalaciones deportivas y académicas de primer nivel, me pagaban el desayuno, la comida y la cena y tenía 75 dólares a la semana para mis gastos. ¡Una locura!”. Brilló durante dos años allí, fue All American, conoció a su mujer, se ganó una beca en la prestigiosa Illinois University, donde progresó hasta acabar promediando 11 puntos por cita, se licenció en Sociología y en febrero de 2021 dio el salto al profesionalismo con el Prat de LEB Oro.
La categoría se le quedó pequeña pronto y aquel mismo verano fichó por el Joventut, que le ha renovado hasta 2025. Ahora, cada vez que vuelve a su barrio lo hace con cajas llenas de zapatillas para los chavales. Es el gran ídolo de Guachupita.