Tomar un café es un gesto que en nuestra cultura va mucho más allá del mero hecho de beberlo. Se trata de la bebida social por excelencia y en España se consumen al año unos 14.000 millones de tazas de café.
Como desayuno, tentenpié a media mañana, después de una buena comida, a media tarde o por la noche, un café siempre es la excusa perfecta para disfutar de un buen momento para uno mismo o en compañía. Un reencuentro, una cita, una quedada con amigos... no son lo mismo si no tienen lugar en torno a una humeante taza de café.
Dos humeantes tazas de café en color verde.
Tanto en casa si hay invitados como en restaurantes, bares o cafeterías, la taza de café suele ir siempre acompañada de un platillo y tal vez nunca te hayas preguntado por qué. Aunque podemos pensar que su principal función es servir de soporte para la propia taza, la cucharilla, el azúcar, la chocolatina o la galletita con la que algunos establecimientos obsequian a sus clientes, originalmente tenía una misión, y no era esa.
Corriente de aire
Según el medio francés L’Internaute, el origen de estos platillos se remonta al momento en el que las tazas todavía no tenían asas, por lo que era necesario un soporte para trasladarlas cuando estaban calientes. Con el paso de los años, se puso asas a las tazas (por lo general dos para poder cogerlas con las dos manos), pero se dieron cuenta de que la utilidad del platillo iba más allá de eso.
Al colocar la taza sobre él, detectaron que se generaba una corriente de aire entre ambos elementos, lo que aceleraba la disipación del calor por convección. Esto permitía que el café alcanzara la temperatura adecuada para ser consumido más rápidamente, sin riesgo de sufrir quemaduras y sin tener que esperar demasiado tiempo para que se enfriase.
Un grupo de amigos disfruta de un encuentro en torno a un café.
Vertido en el plato
Otras versiones señalan que en los siglos XVIII y XIX también era común ver a la gente verter el café en el plato para que se enfriara más rápido antes de beberlo. Al entrar en contacto con una mayor superficie de porcelana, esta actuaba como disipador del calor, bajando la temperatura del líquido para no abrasarse la lengua.
¿Y cómo lo hacían? Al parecer, el comensal vertía algo de café de la taza en el platillo para enfriarlo y después lo devolvía a la taza para atemperar el resto del líquido. Otra versión es que el comensal lo iba vertiendo de la taza al platillo y después lo bebía directamente del mismo.
Con las tazas actuales esto sería un desastre, sin embargo las tazas de porcelana antiguas tenían un borde curvado que permitía hacerlo sin problema. Además, los platillos tampoco eran como los de ahora, sino que al ser más altos, una especie de plato hondo en miniatura, se evitaba que se produjeran derrames.
Misión actual
Al margen ya de estas utilidades del pasado todas ellas relacionadas con enfriar el café, lo cierto es que el platillo ha llegado hasta nuestros días como un complemento imprescindible y seguramente no concebiríamos acudir a una casa, un restaurante, un bar o una cafetería y que nos presentaran esta bebida de otra forma.
Servir el café con platillo se considera una formalidad, una norma del servicio de mesa y, en cualquier caso, una señal de buen gusto y una forma de vestir la taza.
En cuanto a sus funciones actuales, el platillo, además de para colocar la cucharilla y esos pequeños detalles que ofrece el establecimiento al cliente, sirve sin duda para proteger las superficies sobre las que se coloca la taza de café, tanto para evitar que estas se manchen como para que puedan sufrir daños por quemaduras.
La próxima vez que tomes un café piensa que el platillo no siempre ha estado allí y que cuando surgió también tuvo su momento de gloria en el que compartió protagonismo con la taza.