El deporte aventajó a la política en la salida del Tour desde Donostia

“Ha sido un triunfo del deporte sobre la política”. Así resumió en su día el alcalde de Donostia, Odón Elorza, la salida del Tour de Francia desde la capital guipuzcoana el 4 de julio de 1993. Un acontecimiento, al que calificó de “rotundo éxito” y que sería recordado, anticipó, como “un gran espectáculo de masas” y porque “llovió muchísimo”.

Avalado por los hechos, entre ellos, las más de 150.000 personas que presenciaron la etapa urbana, Elorza restó importancia a sendas explosiones registradas en el aparcamiento de Okendo y en Hondarribia y a las chinchetas arrojadas en la carretera, entre Azkoitia y Zumarraga. Sabotajes a los que se refirió como “incidentes aislados” que no consiguieron “perturbar la normalidad” del evento deportivo, pero sí ocasionaron quebraderos de cabeza. Al menos, al coordinador del Comité Local del Tour, Juanjo Arratibel, quien, tal y como recogió DEIA, confesó haber “pasado momentos muy angustiosos” y anunció la intención de los organizadores de regresar a Donostia en un fin de etapa, “pero no volverán hasta que nuestra tierra entre en calma total”. Dicho y hecho.

Con la tranquilidad que proporciona la “misión cumplida”, Arratibel afirmó que no creía que existiera “una inversión más rentable” que los 300 millones de pesetas empleados en acoger el Tour, un escaparate al mundo, al que estos días se asoma Bilbao. La organización de la ronda gala, por su parte, destacó el comportamiento del público, que ya conocían por la presencia de numerosos aficionados en las etapas con final en las cimas de los Pirineos. “Las dos mejores aficiones del mundo son la de Colombia y la de Euskadi”, corroboró el asesor deportivo de la organización.

En la fiesta de presentación de los equipos, en el Velódromo de Anoeta, actuaron desde el Orfeón Donostiarra, Duncan Dhu y Serafín Zubiri hasta Joan Manuel Serrat, un gran aficionado al ciclismo. Los ciudadanos pudieron asistir al espectáculo, previo pago de las 1.000 pesetas que costaba la entrada más barata. Lo mismo que por aquel entonces valía, a falta de añadir el IVA, un menú del día en el bilbaino café Boulevard.

Puestos a hablar de cifras, 2.000 ertzainas y 350 policías municipales velaron por la seguridad del Tour a su paso por Euskadi, 600 personas colaboraron como voluntarios y más de un centenar se encargaron cada día de instalar y desmontar en diez horas la línea de meta, que no era una raya en el suelo, sino “un impresionante mecano” con una pantalla, cabinas para los medios, el podio, la tribuna de autoridades y las gradas.

La etapa Donostia-Pau arrancó, tras “un tremendo chaparrón”, entre vítores del público. La “apoteosis” se produjo al llegar Indurain, a quien Zülle arrebató el maillot amarillo el día que cumplía 24 años. El suizo entró con buen pie en el Tour, aunque se rompió la zapatilla con la cadena y le tuvieron que dejar una. Y aunque el navarro demostrara, con su victoria, que lo importante es cómo acaba.