Diez puntos de los últimos treinta, solo dos de nueve en la reanudación del campeonato después del Mundial, balance este que supone descender cuatro posiciones en la clasificación; derrota en Anoeta, para muchos un contratiempo especialmente indigesto, y en este caso más por deméritos propios que por méritos ajenos; la pérdida por expulsión de Yeray Álvarez, fijo en una línea donde ya falta el lesionado Iñigo Martínez, cuya fecha de reaparición se desconoce; de inmediato, este miércoles, el cara o cruz en Copa ante al Espanyol y, a modo de remate, el domingo la visita del Real Madrid, siempre un compromiso de máxima exigencia. Con estas pinceladas, bastante aquilatadas cuando no simplemente objetivas, el panorama no invita al optimismo, pues sin duda refleja el momento más bajo del Athletic en la presente temporada.
Hasta la fecha, el equipo había atravesado por sucesivos altibajos sin que ello le alejara de una línea de actuación más que aceptable, trazada con suficiente energía como para mantener encendida la llama de la ilusión. Ahora, la sensación cambia: las dudas han ido poco a poco comiendo terreno a las certezas, el crédito ha mermado y el desasosiego se abre paso. El Athletic se ha devaluado como consecuencia de que su propuesta ha perdido eficacia; su candidatura a plaza continental adolece de inconsistencia porque por encima del comportamiento, los resultados denotan una merma de pujanza que reclama una reacción.
En adelante se examina, por tanto, el estado de ánimo, a decir de algunos ilustres teóricos modernos, fundamental para entender el fútbol (y la vida en cualquiera de sus facetas y en su totalidad, cabría sugerir), pero también los recursos de la plantilla y el acierto para extraerles el jugo. Respecto a lo primero, el ánimo, Valverde dejó caer lo siguiente antes de abandonar Anoeta: “¿Quién se va a venir abajo?”. Y agregaba: “No hay nada ni ganado ni perdido, seguimos colocados”. Vale, de eso se trata, de confiar en que el bache sea pasajero y que más pronto que tarde se asistirá a una mejora, básicamente en los marcadores. Pero no solo.
En su análisis del derbi, sostuvo el entrenador que discurrió “igualado” hasta el penalti, sin discusión posible el episodio que hundió al Athletic y puso en bandeja el triunfo a una Real por debajo de su nivel habitual, se supone que a causa de las pegas que halló para desplegar sus argumentos. Hay un dato a considerar: en el apartado de oportunidades, Real y Athletic se equipararon: dos de Brais Méndez, una de Iñaki Williams y otra de Sancet, la del gol. Este recuento no incluye los regalos rojiblancos, sin los que ninguno de los tantos firmados por el cuadro guipuzcoano hubiesen sido posibles.
Lo que faltó
Por supuesto que los errores son un parte más del juego, de ahí su relevancia. En la génesis del 2-0 y del 3-1 se conjugaron las malas decisiones de los futbolistas del Athletic, Vesga y Nico Williams, y la agresividad en la disputa de los hombres de Imanol. Ahora bien, aparte de la trascendencia de dichas acciones, merecería detenerse en aspectos más generales del encuentro, por ejemplo en el plan que desplegó cada bando. La apuesta principal del Athletic consistió en desactivar al rival mediante una disposición táctica que le impidió expresarse como suele. Nadie se acuerda de las aportaciones de Brais o Merino, sí de algún detalle de Silva o Kubo, y poco más. Los laterales no existieron en ataque, Sorloth asomó una vez y culminó gracias a una falta de coordinación de la zaga. La pareja de centrales y Zubimendi quedarían como los únicos que respondieron con nota al envite.
Si la lupa se posa en el Athletic, Sancet, Yuri y Nico Williams (ambos en ataque), así como los centrales y De Marcos, no desmerecieron respecto a los más destacados de la Real. Quizá el problema estuvo en que se echó de menos pausa, precisión, criterio, para sacar tajada de la agobiante presión ejercida durante la primera mitad. La colección de pérdidas evitables, normalmente por precipitación, impidió que el Athletic gobernase. Su guerra de guerrillas por todo el campo funcionó en el sentido de que la Real ni amasó posesión ni se proyectó en ataque, pero tampoco sufrió en exceso en la retaguardia.