Cómo ha cambiado Navarrería en los últimos años!. Hace poco no era raro ver a algún turista estampado contra el suelo en Sanfermines, en una tradición inventada que no tenía futuro. Copaban los titulares de los medios de comunicación y eclipsaban el ambiente inmejorable que se vive durante las fiestas, pero también durante cualquier Juevintxo del año, sin olvidarse de los sábados de noche por la vieja Iruña.
Y no es para menos, teniendo en cuenta que la calle Navarrería (sí, oficialmente es una calle, y no una plaza) está totalmente rodeada de bares. En San Fermín, la emblemática plaza, o calle, es un ir y venir de gente sin espacio ni ganas de sentarse en el suelo como ocurre el resto del año. Muchos se quedan a continuar la fiesta en los numerosos bares abarrotados de la plaza, pero también es zona de paso para aquellos aventurados que se animan a subir por la calle del Carmen.
La zona ha vivido en los últimos años un viraje en la forma de disfrutarla, bajando la masificación nocturna, pero con más ambiente durante el día. “No es cierto que haya menos gente en Sanfermines, lo que pasa es que ahora se disfruta más el vermú y la tarde, e igual la noche baja un poco, pero sigue viniendo la misma cantidad de gente”, explica Javi Mena, socio del Mesón de la Nabarreria, con lo que está de acuerdo Fran Arguiñariz, encargado del bar Cordovilla. Patxi Izu, camarero de la Mejillonera asiente, y comenta que “se trabaja mucho, sobre todo bokatas y bebidas para sacar a la calle”. “La mayoría de gente que sale por aquí son navarros y de alrededor, aunque sí vienen extranjeros”, añade Arguiñariz. Los deseos de los hosteleros para las fiestas son “que no haya broncas ni babosos y que haya buen rollo”.
Entre los vecinos de Navarrería, sin embargo, no existe el consenso de opiniones que hay entre hosteleros. A Mari Jose, no le hace ninguna gracia todo lo que implica los Sanfermines en la calle en la que vive: “Si vives la fiesta vas a ese ritmo, todo está cerca y te arrastra, pero si quieres hacer vida normal es imposible”. Eso es, precisamente lo que peor lleva, “no poder entrar ni salir de casa cuando quiero. Hay mucho ruido, pero ese es el mayor impedimento, no poder hacer vida”. Por eso, por ser “imposible vivir aquí”, suele irse de la ciudad todos los años. 25 lleva viviendo en Navarrería, y desde hace 12 no ha vivido la fiesta.
El otro lado de la moneda lo representa Eva Bandrés, que corrobora la versión de la hostelería de que el ambiente está, sobre todo de día, y “para la 1 de la mañana ya esta muy tranquila”. “Siempre hay ruido, alguna cuadrilla gritando y bastante suciedad, aunque se limpia pronto”, asegura. Para ella, la clave de vivir en la zona es “que te guste la fiesta y no tener compromisos como tener que trabajar o niños”. “Me gusta vivir aquí y que haya ruido”, comenta.
José Mari Ibero y Luis Javier Lanz, son sanfermineros y no les supone gran inconveniente los problemas que acarrean los Sanfermines. “El principal problema de vivir aquí es el ruido, pero hay que saber disfrutar de la fiesta”, aseguran.
Fuente de Navarrería
Desde su construcción en 1798, la fuente de Santa Cecilia, hoy conocida como la fuente de Navarrería, ha acaparado la mirada de todos los locales y visitantes que se acercan a emblemática plaza. Aunque lo cierto es que no siempre ha estado ahí. En un principio estaba situada en la pequeña plaza en la confluencia de las calles Mañueta, Navarrería, Curia, Calderería y Mercaderes, hasta que en 1913 fue trasladada a su actual ubicación.
Es una de las cinco fuentes monumentales que el Ayuntamiento encargó a Paret cuando la ciudad no tenía agua corriente, pero el paso del tiempo ha ido dándole otros usos ajenos al original. Hace ya un par de décadas, se convirtió en habitual entre los foráneos que acudían a Iruña subirse a lo alto de la fuente y lanzarse a la multitud en plancha para ser recogidos, como si de estrellas del rock se trataran. Sin embargo, la jugada no siempre salía bien y algunos acababan estrellados contra el suelo, causándoles graves lesiones.
La situación llegó a tal punto de preocupación que el Ayuntamiento de Pamplona optó en una ocasión por desmontar parcialmente la fuente, con el fin de prevenir accidentes graves y evitar males mayores. Sin embargo, la medida resultó contraproducente, ya que los más bebidos del lugar encontraron en los balcones su alternativa para saltar. Así, el gobierno municipal optó por realizar campañas de sensibilización, en colaboración con operadoras turísticas de Australia, Nueva Zelanda y Reino Unido, acompañándolas con cuantiosas multas.
La tradición, que en realidad nunca lo fue, ha acabado cayendo por su propio peso. Tanto Mena como Izu coinciden en que el año pasado no saltó nadie, lo que unido a los años de la pandemia hace que sean 3 los años en los que ningún turista se ha estampado contra el suelo. “Cuando entré aquí, hace 15 años, se saltaba muchísimo, pero ha desaparecido de repente”, explica Mena, cosa que no extraña a Izu, ya que “más de uno ha pagado caras las consecuencias”.