El tiempo de la Vuelta se puso en marcha en el Port Olímpic, memoria de la Barcelona de 1992, la de los Juegos Olímpicos. No hubo una flecha flamígera que encendiera el pebetero de la Vuelta. Sería complicado. Imposible. Llovía con saña. La llama se hubiese apagado. La carrera despegó a tientas por una rampa roja mojada hasta los huesos –hubo que pasar la mopa una y otra vez sin demasiado éxito– y llegó a ciegas.
En medio de la noche negra, de las tinieblas, la luz iluminó al DSM, que alumbró una victoria inopinada en la crono por equipos, atenazada por la pésima meteorología y por un horario demencial, alejado de la lógica de la competición.
Alguien debería reflexionar sobre el hecho de situar una crono que nació casi a las 19.00 horas para morir a las 21.00 horas. Se buscaba la postal de la puesta de sol en Barcelona. Quedó un cuadro de El Greco. Fundido a negro.
Lorenzo Milesi, primer líder
Con lluvia y nubes, la crono inaugural fue como correr dentro de una cueva. Más oscuro a cada minuto. Azul oscuro, casi negro. En ese ecosistema venció el DSM, que al menos salió con iluminación natural y festejó, con suspense, el triunfo, personificado en Lorenzo Milesi, el primer líder de la carrera. Entre los jerarcas tocó la noche. Hubieran necesitado un frontal para encontrar la trazada.
En esas condiciones, en el Jumbo, que asomaban como los grandes favoritos, decidieron frenar. Su tiempo fue discretísimo. Roglic y Vingegaard no tomaron ningún riesgo. Piensan en grande. En conquistar la Vuelta. En esa foresta de contención, se desató el Movistar, a un dedo de obtener el laurel en Barcelona. Completó la muchachada de Enric Mas una crono sobresaliente.
Precaución en el Jumbo
Se quedaron a menos de un segundo del DSM, que colocó en la peana del liderato a Milesi, campeón del mundo de crono sub’23. El arcoíris mundial de la especialidad, Evenepoel, también rentó el día de lluvia. El belga obtuvo un botín de 26 segundos respecto a Roglic y Vingegaard. Un gran comienzo para Evenepoel. En el Ineos, que padecieron la caída de De Plus –tuvo que abandonar– y la alteración propia que supuso, concedieron 20 segundos. Le ganaron una docena de segundos a los nobles del Jumbo, los más precavidos. Mikel Landa también salió con una renta de 22 segundos respecto a Vingegaard y Roglic. Juan Ayuso fue el único que entregó algo de tiempo al danés y el esloveno en la ruleta rusa de Barcelona.
Un recorrido muy peligroso
Sobre el asfalto empapado por la lluvia, espejado, se contaron varias caídas. Se trataba de sobrevivir. Dorsales temerosos bajo un cielo abrochado de gris marengo, cada vez más oscuro. Sólo las luces de los coches y los semáforos daban lumbre a la carrera.
La bandera del cálculo ondeaba sobre el piso deslizante, humeante la crono que medía el riesgo, la valentía y la precaución en un recorrido urbano. El peligro parpadeando en cada palmo. Un ejercicio de funambulismo. En el alambre. Centellas en la noche.
A oscuras
El Caja Rural inauguró la crono en medio del aguacero. Le dio cuerda a la competición, que se adentró por las arterias de Barcelona, el corazón que bombeó los primeros impulsos vitales de la carrera.
El trazado redactado por el sistema nervioso de la Ciudad Condal bordeó el parque de la Ciutadella y el arco de triunfo, atravesó el Poble Nou, Glòries, alcanzó la Verneda y regresó hacia el sur saludando la Sagrada Familia, la Diagonal, el Passeig de Gràcia y otras huellas de Gaudí.
Un recorrido turístico apresurado, de 14,8 kilómetros, que reclamaba precisión quirúrgica. No había un guía descubriendo los encantos del callejero ni historiadores que versaran sobre las singularidades de los edificios ni los monumentos que daban refugio al amanecer de la Vuelta, casi solapado con el ocaso del día.
El objetivo era ir lo más rápido posible a pesar del escalofrío y el estrés que provocó la lluvia y después la noche. En ese tenebroso escenario chapoteó en la dicha el DSM, que brindó por Milesi, primer líder. La luz en la oscuridad.