Navarra

El esparto cobra vida en Sesma

Algunas de las participantes en el taller de esparto, impulsado con la ayuda y asesoramiento de Tomás Goicoa y Feli Etayo.

En la localidad ribera de Sesma los vecinos tienen muy claros sus orígenes, su historia, sus raíces y sus tradiciones; por este motivo han puesto en marcha una iniciativa que pretende difundir y preservar el extinto oficio de los esparteros con el objetivo de que las nuevas generaciones no se olviden de ello.

Majar, urdir, hilar o trenzar son palabras que están grabadas a fuego en la memoria de algunos de los vecinos que trabajaron durante años esta planta silvestre que nace en el término municipal y que fue el principal sustento de unas 200 familias durante décadas. "Era el pan para los pobres, de hecho, muchos lo trabajaban a escondidas", explican Tomás Goicoa y Feli Etayo, los dos sesmeros que se están encargando de enseñar a hilar el esparto en el taller que ha promovido la asociación Taramigal y que cuenta con el beneplácito del Ayuntamiento.

Jóvenes participantes en el taller desarrollado en Sesma.

Unos 10 participantes se llevan reuniendo desde febrero los sábados por las tardes para tratar de aprender este arte. El primer paso, relatan, es saber hilar, y en ello están todos; se colocan de pie, con el esparto entre las piernas, y de ahí van sacando los hilos. "Dicen que es algo que sale automático, y automático no sale nada, es más difícil de lo que parece y hace falta mucha práctica", explica Virginia Goicoa, una de las vecinas que participa en el taller.

"El reto es que las cuerdas nos salgan bien, pero por ahora son irregulares; unas veces son más finas y otras más gruesas porque no tenemos rodaje. Pero lo más difícil es, sin duda, el añadido. Además, ahora no hay material en el campo por lo que no podemos llevarnos nada a casa para practicar", cuentan las hermanas Marta, Mª Eugenia y Mª Jesús Goicoa. A pesar de ello no se frustran y recalcan que "eso sí, de un día para otro se nota que algo mejoramos".

"NO QUEREMOS QUE LA TRADICIÓN SE PIERDA"

Todas ellas, en este caso hijas de Tomás, le han visto a su padre trabajar durante horas y horas el esparto pero hasta ahora no les había dado por probar. "Tenemos mucha ilusión porque no queremos que esta tradición se pierda y debemos aprender antes de que falten las personas que nos pueden enseñar". Los más jóvenes que participan, aseguran estas vecinas, muestran mucho interés y "le han pillado el aire mucho mejor".

La idea es que este taller se alargue hasta finales de abril, que es cuando la localidad celebrará la feria Artesparto, en concreto el día 24. Será una jornada en el que, además del mercado y la degustación de migas, todas las miradas se posarán en la zona en la que mostrarán, este año con alguna baja importante, cómo tratar esta planta.

TOMAS GOICOA, TODA UNA VIDA TRABAJANDO EL ESPARTO

Tomás Goicoa tiene en su haber un auténtico museo confeccionado con esparto; ha hecho la torre de la iglesia, su casa, la ermita de los Remedios, la ermita del Carmen que ya no existe, y ahora no descarta hacer el Círculo Católico para que los que no lo conocieron, lo hagan. "Nos salieron los dientes con este oficio", cuenta.

La sociedad, apunta, era mayoritariamente agraria y el desarrollo de este oficio estuvo ligado a la Acción Social Católica. Aunque, recuerda Goicoa, las jornadas eran larguísimas, "lo pasábamos muy bien. Era duro pero entretenido".

Los hombres, insiste, en los meses de verano, sobre todo en julio y agosto, "recolectábamos el esparto para el resto del año y después lo almacenábamos en las cuadras o en las casas". Después se dejaba al sol para que se secara y al tiempo se majaba sobre una gran piedra caliza para revenirlo. Una vez hecho esto entraban en acción las mujeres. Feli explica que, tanto en la calle como en las bajeras, graneros y cuadras, frotaban con destreza un puñado de esparto con las palmas de las manos y le iban añadiendo más hilos para terminar formando sogas de diferentes tamaños. Después, con gran destreza, lograban hacer alforjas, esteras, serones, cestos, dogales y redes.

Al empezar, eso sí, y al no poder usar guantes, sus manos acababan negras, ensangrentadas y llenas de callos.

Este trabajo, que el municipio no quiere que se borre de la memoria colectiva, pasó a mejor vida a mediados de los años 60 debido a la mecanización y a la irrupción de nuevos cultivos como el espárrago. Aunque el relevo es muy complicado y los más mayores saben que no es lo mismo verlo y aprenderlo que haberlo vivido, esperan "que perdure en el tiempo y que no quede como un vago recuerdo".

14/03/2022