TODO giró alrededor de una fiesta singular, una irish party que se organizó como una plataforma de lanzamiento, un Cabo Cañaveral desde el que despegó el güisqui Flaming Pig para la conquista de los paladares de Bilbao, de la mano de Joserra Berasategi, quien tiene a su cargo la orden de dar noticia de este güisqui irlandés que arrastra consigo una historia singular y uno diría casi que aterradora.
No en vano, el nombre del güisqui Flaming Pig hace referencia al incendio del barrio dublinés Liberties de 1875. El fuego se inició la noche del 18 de junio, quemando el almacén de Malone, que contenía 1.800 barricas de whisky irlandés. Un problema de aquel barrio de clase obrera era que por aquel entonces se encontraba atestado de animales. El whisky se vertía por las calles de un escenario envuelto en humo y fuego, y los cerdos empezaron a chillar aterrados. Dicen que los dublineses, alertados por el ruido de los gorrinos, tomaron todo lo que tenían a mano, botas y sombreros, para recoger el precioso líquido. Y, en homenaje a ellos, a los cerdos en llamas, nació el güisqui protagonista de esta página.
Digamos que la puesta de largo fue impulsada por Manu Iturregi, un bartender que hubiese dado un nosequé por ser coronado rey de Escocia, si se juzga su pasión por el güisqui. Fue el encargado de elaborar par la ocasión un ponche frío de superlativas sabrosuras. Se sirvió en el Ein Prosit, templo de Enrique, Alfredo y Carmen Thate a donde Herman Thate, maestro charcutero forjado en los lands germanos, envió una salchicha encurtida con la malta del buen güisqui, si es que se nos permite decirlo así. Para redondear el retablo de esa irish party diremos que el grupo de folk irlandés Eist, formado por Iñaki Caro, Andoni Vecchio e Iker López de Bergara y que el ponche frío elaborado por Manu triunfó en un sinfín de paladares.
Fue lo justo y necesario, si se juzga los ingredientes del ponche bien servido entre los asistentes a la puesta de largo de esa bebida color dorado oscuro, con lágrimas medias. Los primeros aromas en aparecer son dulces. Predominan las notas de vainilla, caramelo y roble tostado, clara influencia de la barrica de bourbon. Le siguen suaves aromas afrutados, principalmente, melocotones y manzanas.
Flaming Pig Black Cask, que ese es su nombre completo, es un whisky suave y meloso, con mucha fuerza en el retrogusto. Notas de vainilla y avellana se mezclan suavemente con notas de tarta de manzana y melocotón en almíbar. Finalmente, el dulzor da paso a un toque seco y picante. El final es medio, tirando a alargado. En él predominan notas de pimienta, con notas dulces y melosas en segundo plano. Lo que les decía, si mezclan este güisqui con té negro, zumos de limón y naranja, angustura y el oleo saccharum, un ingrediente que suena a un encantamiento de Harry Potter, pero que significa algo así como aceite azucarado. Son el resultado de extraer los aceites esenciales de la cáscara de algún cítrico a fuerza de azúcar y tiempo. ¡Humm!
De todo cuanto les cuento disfrutaron el comandante del slow food, Mariano Gómez. Beatriz Marcos; Mikel Aranguren y Gerardo Pérez, quienes hacían tiempo curioseando las fotografías de Ernesto Valverde expuestas en el Mercado del Ensanche; Begoña González, Maite Escalante, Lourdes Ruiz, Iñigo del Hierro, Mikel Cotero, Berta Mota, Álvaro Múgica, Luis García, Ainhoa Urrutikoetxea, Luciana Aguirre, Gontzal Iturriaga, Nekane Orozko, Joseba Mendizabal, Ainhoa Urrutia, José Luis Martínez, Idoia Amestoy, Arantza Aranzabal, Gorka González, Ander Martínez, Begoña Ortiz, Miren Azkarate, Mikel Ballesteros, Aitor Zaldua y un buen número de gente que disfrutó de una tarde noche con aire irlandés. Sólo faltó la lluvia del norte.
Un sabroso ponche, elaborado por Manu Iturregi, dio la bienvenida al güisqui irlandés Flaming Pig que ya está en Bilbao
La ceremonia se redondeó con un concierto de folk irlandés a cargo del grupo Eist y la elaboración de una salchicha bañada en güisqui