Aunque ni eso pueda bastarle, el éxito de Pedro Sánchez pasa por un gran resultado del PSC en Catalunya. Y el independentismo, enfrascado en sus diferencias internas pese a la conjura de remar hacia la unidad tras los pobres resultados del 28-M, lo sabe. Es más, sectores del soberanismo, como grupúsculos de la ANC, hicieron un llamamiento a la abstención de cara a esta cita que puede haber contribuido a una desmovilización todavía mayor que hace inviable amarrar los 23 escaños obtenidos en 2019: los 13 de ERC, 8 de Junts (divididos luego a partes iguales con el PDeCAT) y los 2 de la CUP. Esquerra trata de sacudirse la imagen de muleta del PSOE y promete que, en caso de ser necesaria en una ecuación para prolongar la gobernabilidad de la izquierda, pedirá un precio más alto, sin aclarar cuál. Sánchez se ha afanado en esta recta final de campaña en zanjar que el referéndum es una demanda estéril, tachando al independentismo de “ideología caduca” y ridiculizando las aspiraciones secesionistas para arañar paulatinamente competencias que se gestionan desde Madrid. Pero Gabriel Rufián tira de ironía y cree que, en base a su experiencia personal, “si tenemos suficiente fuerza”, el líder socialista “será capaz de decir que es de noche cuando es de día”.
Apoyado en los logros de la pasada legislatura, el portavoz republicano traslada que “ser útiles, mejorar la vida de los ciudadanos, no nos hace menos independentistas ni nos aleja de la independencia, al contrario”. En la agenda de ERC se hallan como elementos de presión prioridades como acabar con el déficit fiscal, el traspaso de Rodalies y profundizar en la negociación con el Estado que sirvió para obtener los indultos y la supresión del delito de sedición, aunque un gabinete conformado por PP y Vox puede devolver a Catalunya a un escenario muy tensionado. “Gestionar el mientras tanto y hacernos cargo de la realidad no nos hace menos independentistas”, recalca Rufián, que confía en que Junts les arrope en la Cámara baja y pueda sentarse también en una mesa de diálogo. El portavoz, que tiene cruzada a Yolanda Díaz desde la reforma laboral, no ha perdido ocasión de azotar a la entente entre comunes y socialistas catalogándola como “una izquierda de mentira y sucursalista”.
Junts, que no olvida lo acontecido con Xavier Trias en Barcelona, persiste en la confrontación inteligente, desdeñando cualquier respaldo a Sánchez que no pase por el derecho a decidir. Su miedo reside en que el electorado se quede en casa, de ahí su llamamiento a que “la abstención no nos acerca a la independencia, nos aleja del poder de cambiar las cosas y solo sirve para que la ausencia de independentistas se llene de escaños del a por ellos, decisión de un día que podemos estar años pagando”. Lo recogen en un manifiesto en el que dicen que votar es un mensaje de aliento “al exilio” y que reivindica el 1-O aunque “algunos quieran borrarlo como símbolo de resistencia, unión y dignidad”. JxCat ni nombra a su escisión, Espai CiU, que evoca la era de influencia convergente en Madrid y que apunta a otro experimento fracasado.