Manifestaciones "masivas" por el derecho a la vivienda. Exageran los titulares. No son cuatro y el tambor, de acuerdo, pero tampoco más de un puñado de centenares en las diferentes capitales, incluidas las nuestras. Siento la crudeza, pero la cosa no vas más allá del derecho al pataleo, apoyado en consignas de a duro cuya literalidad no aguanta la prueba del algodón. La conjura era para acabar con "el negocio de la vivienda". Cómo decir, cómo contar a las cándidas almas protestantes que si vender pisos no fuera un negocio, andaríamos bastante jodidos. Sin constructoras e inmobiliarias, con todo lo voraces que puedan ser, no habría techos suficientes bajo los que acogerse. La oferta pública, en propiedad o en unas fórmulas de alquiler social que son la manifestación más triste del malemenorismo, apenas llega para cubrir una ínfima parte de la demanda. El resto de las moradas que salen al mercado las aportan empresas privadas y, oh sí, particulares que, generalmente a base de esfuerzo, renuncias y muchísimo trabajo han juntado euro a euro lo suficiente para comprar un inmueble al que sacar un pequeño rédito. Culpar a estas personas de la escasez inmobiliaria o asimilarlas a los fondos buitre es el enésimo reflejo de la tontuna progresí que sirve para el pancarteo pero no para la solución de un problema que, pese al adanismo imperante, no es de hoy. Son decenios reclamando lo mismo sin que ningún gobierno -da igual el color- haya sido capaz de resolver la papeleta.
El irresoluble problema de la vivienda
