El informe Consumir, crear, jugar, elaborado por Adolescencia y Juventud, expone unos datos realmente preocupantes sobre el uso de las tecnologías digitales por parte de los jóvenes. Prácticamente un 80% de los jóvenes utiliza las tecnologías digitales para actividades de ocio digital todos los días. De hecho, lo hacen un total de siete horas al día, concretamente. Es fácil ya de aquí sacar algún titular. Por ejemplo, que están prácticamente el mismo tiempo descansando y consumiendo contenidos en pantallas.
¿Y qué es lo que más hacen durante todo ese tiempo? Consumir contenido en redes sociales y también crearlo (aunque en un porcentaje algo inferior este último). Es este un ejemplo más de la necesidad que tiene la sociedad actual no solo de exteriorizar su vida, sino también de conseguir un refuerzo social por aquello que hace. Y es que los mecanismos de refuerzo que tienen las redes sociales es lo que más les atrae. Saber el “qué pensarán de esto que he hecho”, esa incógnita de la reacción humana, basándonos en el excelente libro Hooked (Enganchados), es lo que realmente mantiene adicta a esta generación a los mecanismos subyacentes de las redes sociales. Este espacio continuado de ocio ha llevado a que, según el citado informe, un 33% de estos jóvenes quiera dedicarse profesionalmente a la creación de contenidos digitales. Es lo que popularmente llamamos ser una persona influenciadora o relevante.
Esta situación debe también entenderse en un contexto en el que numerosos investigadores en todo el mundo están realizando importantes esfuerzos por integrar estas tecnologías y contenidos digitales en el aula. Por ello, creo que esto debiera ser parte también de alguna suerte de Pacto de Estado. El objetivo sería la definición de las estrategias óptimas para la creación de contenidos digitales efectivos en el aula. No tiene sentido que ahora mismo tengamos tantas horas de consumo digital fuera del aula desconectado del proceso de enseñanza-aprendizaje del aula. ¿Pueden convivir? Quiero creer que sí, pero es un problema que debe abordarse en detalle.
Además de este punto, conviene resaltar otro efecto que produce este exceso de consumo de contenidos. Se trata del llamado jet lag social (desfase horario). Este efecto se produce cuando el centro del sueño de los días de trabajo difiere en más de dos horas del centro del sueño de los días de ocio. En otras palabras: cuando aprovechas el fin de semana para descansar todo lo que no has podido hacer entre semana. Si coexisten la citada adicción y el consumo de contenidos, evidentemente tendrán que sacar tiempo de diferentes lugares. Muy probablemente uno sea del sueño. Te puedes ir todo lo tarde que quieras a la cama, pero al día siguiente las clases empiezan a la misma hora. Mantener el mismo horario a lo largo de los siete días de la semana sería ideal para nuestra salud. Pero si tenemos que recuperar la falta de sueño, cambiamos el horario el fin de semana. Y, luego sufriremos ese jet lag social. Nuestras variables fisiológicas necesitarán tiempo para reajustarse a los nuevos horarios. Y, esto, producirá fatiga, problemas estomacales, dificultades para concentrarnos, etc. Como vemos, la regularidad en el horario es tan importante como el descanso. Herramientas que han sido diseñadas para ser adictivas, intempestivas, síncronas e instantáneas, no sé si casan muy bien con esta idea de descanso periódico y regular.
Todo lo anterior, como digo, debiera ser una preocupación pública de primera magnitud. Los patrones irregulares de sueño o las adicciones, con la investigación disponible por delante, se asocian con un peor rendimiento académico y unas peores condiciones de vida. Mientras dejemos la vida de nuestros jóvenes en manos de unos algoritmos que determinan qué contenido es relevante para ellos y ellas, estos problemas no harán más que crecer.
No son tiempos para la pasividad educativa. Y menos aún, para la ignorancia sobre estas realidades que afrontan nuestros jóvenes.