La primavera, a la que aún le quedan algunos días colgando de las árboles del invierno, se anuncia con la París-Niza, la primera puntada del bordado que lleva hasta el Tour. Buscando la costa azul, todavía lejana, la etapa inicial de la carrera francesa, abrigada por las bajas temperaturas debido a la timidez del sol, sirvió para un fogonazo de exuberancia en Mantes-la-Ville, donde Christophe Laporte, Primoz Roglic y Wout van Aert, ocuparon todo el plano.
Una foto para la historia y el árbol genealógico del ciclismo. Una estampa para la memoria colectiva. Un recuerdo para siempre. Primero, segundo y tercero. Amarillo Jumbo al cubo. Como aquellas victorias lisérgicas de la Gewiss Ballan o el Mapei. De esa descomunal actuación, Roglic, el hombre que fija la cotización de la carrera francesa, recogió una renta de medio minuto.
Los tres mosqueteros se aliaron en la última cota, poco más de un repecho que convirtieron en un Tourmalet. Cargaron con dinamita la chepa y la volaron. Laporte, Roglic y Van Aert despiezaron el pelotón en Breiul-Bois-Robert, apenas un tercera categoría y tan solo 1,2 kilómetros. La suya fue una exhibición monstruosa y la respuesta a la demostración hiperbólica de Pogacar en el Strade Bianche. El solista esloveno contra la banda mutante. El Jumbo ha dejado el modelo sinfónico para adoptar las reglas rabiosas del rock&roll, que es el lenguaje acelerado de Pogacar, un ciclista febril.
La pérdida del Tour que anidaba en el bolsillo de Roglic hasta la obra magna de Pogacar en La Planche des Belles Filles, evidenció que contra el astro esloveno no alcanza con una sinfónica, como aquel organigrama que glorificó al Sky en el julio francés. El Jumbo simuló aquel patrón y se equivocó. El reto de batir a Pogacar merece otro prisma, una manera distinta de acometer el problema.
SIN PIEDAD
Con ese espíritu de combate interiorizado en el Teide durante tres semanas de concentración en altura, el Jumbo despliega sus alas para cazar. Ave rapaz. No le basta con planear y controlar. Tiene las garras afiladas. Aprendieron dolorosamente la lección en el Tour de 2020. El equipo que rodea a Roglic, su abanderado, late con furia. Grupo salvaje. Ese es el nuevo credo, más acorde con la valentía y el arrojo, con la voracidad del hambriento. El ciclismo frenético, desbocado, elevó a los altares al Jumbo en el amanecer de la París-Niza.
El equipo determinó que Laporte, el francés que reventó la carrera en la cota, se quedará con el amarillo. Roglic, el hombre para el trono, secundó a Laporte, y Van Aert posó tercero. Los tres compartieron vistas felices desde la cúspide de una oda al brutalismo. La maniobra del Jumbo, una tormenta de vatios desatados como rayos, electrocutó al resto. Stybar fue el último en resistir en la cota. Cedió el lobo de Lefevere ante el inclemente martilleo amarillo. Los favoritos que desean combatir a Roglic, Yates, Vlasov, Quintana, O' Connor, Almeida o Schachmann se deshilacharon en una cota que la cordada del Jumbo ascendió a mil por hora.
UNA RENTA INTERESANTE
Apuñado un manojo de segundos, el trío era más fuerte que el pelotón. Tres forzudos levantado a pulso la París-Niza. Apabullaron Laporte, Roglic y Van Aert, en otra dimensión. Los perseguidores mostraban la lengua. Los Jumbo, supersónicos, los incisivos. Mordían a cada metro. El único dilema a resolver era el reparto del botín, el orden de la foto, que no alteraba el producto. Alcanzaron la meta con una veintena de segundos en el zurrón.
"A falta de un kilómetro, Roglic y Van Aert me dijeron que tenían un regalo para mí. ¡La etapa! Es genial ganar en casa y ser el líder. Nuestro trabajo es que Roglic consiga la general", dijo el francés. Laporte ocupó el centro de la imagen. Roglic, que quiere la carrera que fue suya en 2021 hasta que dos caídas en la jornada de cierre se la arrancaron, fijó la segunda plaza. Van Aert fue el tercer mosquetero. Uno para todos y todos para uno. El Jumbo se retrata para la historia.