Rosalía arrasó en el BEC. Entró como una moto con Saoko y arrolló a unos 15.000 fans entregados al espectáculo de la Motomami, alejado del concierto tradicional y, por tanto, controvertido, al no incorporar músicos. Un cuerpo de baile masculino y mucha imagen y cámaras arroparon a la diva en una cita en la que, libérrima, carismática y empoderada, ofreció una treintena de canciones cortas con guiños a los ritmos urbanos, latinos y flamencos. Fue hora y media larga de temas y coreografías contemporáneas destinadas a TikTok.
Un show de altura, sí. Sin competencia en el panorama estatal… a excepción del firmado en el BEC hace unos meses por C. Tangana, antigua pareja sentimental de la barcelonesa y quien la diera a conocer entre su público actual, jóvenes criados entre un menús de biberones y redes sociales, con los videojuegos como postre. Pero mientras El Madrileño, que despuntó ligado al hip hop y los ritmos urbanos, ahora indaga en el folclore, ella sigue el camino opuesto, alejándose del flamenco y arrojándose en los sonidos contemporáneos.
Motomami World Tour triunfó anoche. Sin ambages. Hay que reconocerlo, aunque no entendamos el deseo de Rosalía de huir de la complicidad de los músicos cuando conectan, improvisan y crean en escena. Ser partícipe de esa magia parece ser ya de otra generación; la de Rosalía no lo echó de menos ayer.
Se mostró a oscuras, entre humo y el ruido de concentración motera, con el cuerpo de baile –de ocho miembros, masculino y con cascos de luces– escondiéndola. Y con Saoko se lo dejó claro a sus detractores: “Soy muy mía, yo me transformo/una mariposa, soy todas las cosas, me transformo”. Dudas aclaradas pronto, ya que no hubo rastro de su angelical debut aflamencado y escasas aportaciones de El mal querer en un espectáculo compuesto, como un puzzle, con una treintena de canciones cortas, ideales para TikTok.
Chica, qué dices
Lo primero que cantó, embutida en un vestido rojo cortísimo y una botas por encima de la rodilla, fue ¿Chica, qué dices? Y sonó a reafirmación ante quienes dicen no entender sus letras. Y es que la transformación de su propuesta –su debut de hace un lustro parece ya del siglo XX– pasa también por acercar el lenguaje a la calle y a la jerga de las nuevas generaciones. Bajó el ritmo con Candy, apropiándose del minimal escenario, una caja vacía diseñada para facilitar las evoluciones de los bailarines y la diva. Allí no había ni rastro de músicos. Todo sonó pregrabado, excepto la voz, disparado desde las sombras. Con los graves a tope y una sonoridad limpia y potente. Y ella, autosuficiente, entre chulesca e ingenua, con el brazo a la cadera y mascando chicle exagerada en Bizcochito.
Las pantallas, antes conexión con el escenario para quienes estaban alejados, fueron para Rosalía el medio y el mensaje. Un par, enormes y verticales, protagonizaron el concierto, ofreciendo tantas claves para el gozo como la propia audición. El guion que proyectaron, con una realización espectacular, fue más completo que seguir en vivo la evolución de la cantante sobre el escenario, en el que una Steadycam se hizo grande. Con La fama, cantada en parte en el suelo, se hizo evidente el protagonismo del cámara. Siguió cada contorsión, baile y gesto de la diva con todo tipo de planos, incluidos cenitales y los primerísimos de sus posaderas en los twerkings. Y ella jugando con la cámara, citándola o rechazándola, juguetona.
El BEC parecía el Mobile Center cuando entonó. entre “kaixos” y “eskerrik asko” Dolerme, que mostró a la diva con la guitarra, único instrumento real que sonó –de forma anecdótica–, junto al piano. Cada dispositivo cumplía su función. Volvía a ser el mensaje. Estaban allí, y TikTok lo confirmaría. El resto lo puso ella, con su carisma, su simpatía, su voz privilegiada y su acercamiento a los fans antes de atacar Motomami, sobre el lomo de los bailarines, apilados como una motocicleta.
Hubo desenfreno, pero también emoción cuando fundió De aquí no sales con Bulerías. Y al recordar la añoranza que sintió alejada de su sobrino en la pandemia en G3 N15, que cantó sobre una plataforma y con inflexiones cercanas a ese flamenco que tan bien conoce y al que apenas citó en Sakura y Pienso en tu mirá. Prefirió lanzarse a degüello a su repertorio reciente, incluidos rescates de colaboraciones como Delirio de grandeza, Yo x ti, tú x mí y La noche de anoche, que aprovechó para bajar entre el público con una cámara y que dedicó a una fan venezolana, Diana, mientas cubría su cabeza con una ikurriña.
También adelantó varios inéditos como la tierna Aislamiento, que fundió con Blinding lights, y Despechá, torbellino rítmico ya casi canción del verano y cuya edición se hará efectiva hoy. La presentó con un guiño a La gasolina y bailando en el escenario entre decenas de fans. Allí ya no paraba quieto nadie cuando cantó Dinero y libertad, entre ritmos urbanos y tanguillos. También sonaron Malamente y Con altura antes de un bis ganador con Chicken teiyaki y los bailarines en patinete, y Sakura, donde se puso flamenca. La mariposa ya volaba libre, chapoteando feliz entre estilos, sabia, dominadora del ritmo y la pausa, divertida y, a la vez, profesional en una noche de sudor, chulería y fiesta. Confirmó en el BEC, donde no hubo tiempo ni para un parpadeo, que va como una moto hacia el éxito global.