HA empezado fuerte el lehendakari Imanol Pradales. Su carné de baile ha estado a tope prácticamente desde su toma de posesión. En particular, en los últimos diez días, cuando ha desarrollado una agenda de reuniones con representantes políticos, sindicales, empresariales o de los ámbitos sanitario y universitario, para terminar, el pasado viernes, recibiendo en Ajuria Enea al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. La característica común de todos esos encuentros es que se ha trascendido del ceremonial de protocolo o de pura cortesía. En cada uno de ellos ha habido sustancia y se ha pretendido poner las bases para conseguir unos objetivos contantes y sonantes a partir del establecimiento de una relación fluida y de la disposición a la escucha. Evidentemente, luego, cada interlocutor ha hecho su propia lectura, arrimando el ascua a la sardina propia. Pero en algunos casos -y el más palmario es el de la cita con el secretario general de ELA, Mitxel Lakuntza-, la noticia iba más allá del contenido y se sustanciaba en el mismo hecho de que fuera posible que, muchos años después, se vieran las caras el lehendakari democráticamente elegido y el responsable del que, además de ser el sindicato mayoritario en la CAV, es la cabeza de lanza de la confrontación extraparlamentaria sin cuartel al Gobierno vasco. Algo que, tampoco seamos felicianos, seguirá siendo así, no ya porque lo avisara el propio Lakuntza tras el tête à tête, sino porque es la estrategia que a la antigua correa de transmisión jeltzale le rinde más réditos.
Me detengo, en las líneas que me quedan, en la última de las visitas a Ajuria Enea, la del jefe del Ejecutivo español, Pedro Sánchez. Ya fue un detalle que ejerciese como visitante -lo habitual habría sido una recepción en Moncloa-, pero también fue un indicador positivo que Pradales y él despacharan durante dos horas. Obviamente, no hablaron de plantas y flores.