Nunca se sabe cuando es tarde o si esa tardanza es en realidad el cruce de caminos ideal que escoge la vida para dar cabida a la dicha. Ander Ganzabal, procedente del triatlón, el deporte que agita en la coctelera la natación, la carrera a pie y el ciclismo, enlazó tarde, según los cánones, con el ciclismo. Más si cabe en los tiempos de los niños prodigios, de los ciclistas que lo son desde que aprenden a andar con la bici de ruedines.
En un futuro próximo no es descartable que a esas bicis de juguete se les incorpore un potenciómetro y los críos pedaleen bajo la atenta mirada de un preparador y la merienda siga las órdenes alimenticias de un nutricionista. Tal vez porque su aproximación al ciclismo de élite fue más serena, Ganzabal, nacido en el 2000, tiene algo de exótico en un mundo apresurado y desbocado, profesionalizado al paroxismo.
Es consciente Ganzabal de la fortuna de estar en la élite tras un despertar tardío. “Llegué tarde al ciclismo porque venía del triatlón y debutando en la Itzulia con el equipo de casa estoy cumpliendo un sueño”, dice el ciclista de Orozko, vecino de Gotzon Martín, con el que comparte pueblo y equipo. Dos en uno. “Entrenamos juntos casi siempre, pasamos muchas horas juntos. Eso también ayuda para integrarte en el equipo. Estoy muy a gusto, disfrutando mucho”, apunta Ganzabal, que agarró el manillar del ciclismo en la Vuelta a Panamá, cuando era triatleta. Ganzabal compartía estructura con Ander Okamika, que pasó del triatlón al ciclismo.
Una vez adaptado a las exigencias de la modalidad, “a entrenar a otro ritmo”, Ganzabal destacó como amateur. Se proclamó campeón estatal además de inscribir su nombre en el mítico palmarés de la Subida a Gorla, cita icónica para los aficionados. El de Orozko, un todoterreno recién llegado al profesionalismo, busca su sitio. “Este primer año es de aprendizaje y de adaptación a la categoría. Se va muy rápido y muchas veces toca sufrir, pero pienso que hay que ir día a día, ser consciente de que es una suerte ser profesional y disfrutar”, apunta el vizcaino, feliz de estar en la Itzulia, una carrera que animaba como aficionado.
“En mi casa nunca han sido los mayores apasionados del ciclismo, pero si la Itzulia pasaba cerca, solíamos ir a animar”, describe Ganzabal, que tiene la ilusión de “dejarse ver y que el equipo tenga presencia” en su viaje iniciático en la Itzulia. “La idea es tener presencia en la carrera. Es complicado porque el ritmo del WorldTour es más rápido y exigente, pero lo daré todo para tratar de estar en alguna fuga”. Imagina el ciclista del Euskaltel-Euskadi disfrutar de una fuga cuando la carrera acampe en Bizkaia, en la etapa entre Orduña y Gernika. “Son carreteras que conozco, en las que entreno y trataré de estar delante”, expone Ganzabal, consciente del poder de los equipos del WorldTour. “Además de ser muy buenos corredores, manejan mejores medios y eso también se nota”. Mientras la Itzulia avanza, el vizcaino absorbe todo lo posible en su despertar en el profesionalismo. “Sé que soy un privilegiado, no solo por ser profesional, sino por estar en el equipo de casa y poder correr la Itzulia. Sé que muchos darían todo por estar aquí”, analiza Ganzabal, feliz de vivir una “experiencia tan bonita. Para mí ser ciclista en el Euskaltel-Euskadi es un sueño cumplido. Un lujo”.