GUÍAS, traductores, encargados de montar y desmontar todo lo necesario para que todos los grupos pernocten en Asti Leku, organizadores... Tras todo lo que se está viviendo estos días con la celebración del Festival Internacional de Portugalete hay mucho trabajo del cerca de un centenar de voluntarios que ofrecen su tiempo y su trabajo para que el festival sea, año tras año, todo un éxito. Dentro del voluntariado que da vida a este festival referente en Euskadi, hay personas de tres generaciones, personas a las que les une la pasión por el folklore y, también el trabajar en favor de los demás.
Así, los veteranos aconsejan y guían a quienes comienzan a dar sus primeros pasos como voluntarios, mientras los más jóvenes, con su energía, ponen el dinamismo necesario para que este festival lata cada vez con más fuerza. Aitor Beitia es el presidente de Elai Alai Dantza Taldea, pero eso no hace que no esté estos días al pie del cañón, colaborando en todo lo que se pueda para hacer la vida más fácil de los integrantes de los cinco grupos que, en esta ocasión, han llegado de la ciudad estadounidense de Nueva Orleans, Bolivia, Georgia, Guinea Bissau y Sri Lanka. “En cuanto a las relaciones humanas, el festival no ha cambiado casi nada con el paso de los años. Mantenemos la esencia, el contacto entre diferentes culturas y eso es maravilloso. Ahora, es cierto, que sí contamos con más recursos que hace unos años”, indica Beitia, quien es uno de los voluntarios veteranos. El actual director del festival, Borja Gárate, da con la tecla a la hora de dar el motivo por el que ser voluntario en este festival es una experiencia tan atractiva para algunas personas. “Es una ocasión única e irrepetible de poder conocer cinco o seis culturas diferentes y convivir con ellas estos días”, indica Gárate.
El hecho de vivir esa experiencia es lo que hace que, desde hace algunos años, jóvenes como Ainhoa Pesquera, Maider González y Eunate Ballesteros apuesten por ayudar en el desarrollo del festival. “El hecho de poder convivir aquí en Asti Leku durante estos días con los cinco grupos es algo muy motivador y enriquecedor”, apunta Ainhoa Pesquera. La pasión por este festival es algo que se transmite de padres a hijos y muestra de ello es Maider González, quien además de ser voluntaria, ha podido vivir en el festival de este año el momentazo de bailar junto a su padre, Ángel González. “Poder bailar con él en el festival es algo precioso”, señala Maider, mientras que Ángel contesta que es “algo que me hacía muchísima ilusión y se ha cumplido”. Todo ello ocurre ante la mirada de Marina Ruesca, ama de Maider y mujer de Ángel. “Yo llegué al festival por él, por amor y aquí sigo más de 30 años después como voluntaria. Mis primeros recuerdos del festival son preciosos”, afirma Marina. Para un dantzari de Elai Alai, bailar en el Festival Internacional de Folklore es lo máximo y así lo remarca Fernando Rueda, uno de los voluntarios más veteranos del festival. “Para todos nosotros, bailar en este festival es lo máximo, es la mejor actuación que podemos hacer y es algo que siempre guardas con mucho cariño”, explica.
Y es que el festival es un cúmulo de momentos, vivencias y anécdotas que van floreciendo en el día a día del evento y que quedan guardadas para toda la vida. A lo largo de los 50 años de vida de esta cita que se organizó por vez primera en 1972 ha habido notables cambios no solo en lo que a la tecnología respecta, sino también geopolíticos. Por ejemplo, en la década de los 80 y principios de los 90 era muy habitual que con los grupos de países del este llegaran comisarios políticos. “Lo controlaban todo. Por ejemplo, para que yo invitase a una chica de un grupo a comer en mi casa, primero tenía que pedir permiso al comisario”, recuerda Ana García, quien lleva tres décadas trabajando como voluntaria en esta cita.
‘FESTIVALITIS’
Los días, tanto el festival como las actuaciones que los grupos hacen a lo largo y ancho de Euskadi, son de gran actividad, pero tras esa vorágine, a los voluntarios les queda un gran vacío. “Mientras están aquí las jornadas son muy intensas, es un no parar y tienes que estar atento a muchísimas cosas, pero cuando todo acaba, sientes un gran vacío. Nosotros lo llamamos festivalitis. La verdad es que cuando estás desmontando las habitaciones en Asti Leku una vez acaba todo, rememoras momentos, te acuerdas de personas... Es un momento duro”, reconoce Jon Ander Lángara, quien ejerce de guía.
Los años pasan y las ediciones del festival también, pero los lazos y amistades que se crean perduran. No en vano, de esta cita han surgido grandes amistades e, incluso, matrimonios. Los voluntarios del Festival Internacional de Folklore de Portugalete son artífices de gran parte de lo que se vive y se siente en la villa durante estos días porque ellos son el gran motor del festival.