EL grupo está muerto. Es un golpe muy duro, una derrota que duele, pero tenemos que seguir confiando y que la gente confíe, que este grupo no les va a dejar tirados”. Así arrancó Lionel Messi la Copa del Mundo de Catar, lamentando una derrota histórica frente a Arabia Saudí que frenó a Argentina en su intento de alcanzar el récord mundial de partidos consecutivos invictos de una selección. El drama estaba instalado en el vestuario albiceleste desde el primer momento. Así ha concluido el torneo, con tintes dramáticos, con desgarradoras escenas para un país de corazones encogidos, estremecidos, nacidos para sufrir. Pero en este caso la agónica historia, tan trepidante y emotiva, albergaba un final feliz, épico, que jamás olvidará quien estuvo frente al televisor como subido en una montaña rusa. Porque Argentina ganó tres veces y perdió otras tres con actuaciones memorables de Messi y su némesis, Kylian Mbappé, engrandecidos en la mayor cita que puede vivir un futbolista. El rosarino, endiosado, enterrado y resucitado cientos de veces incluso por los suyos, culminó su gran obra maestra, una carrera de fábula con un broche dorado que es la coronación en el Mundial para seguir elevando su encomiable figura, para muchos antes incomparable y que ahora lo será para otros más después de alzar el único trofeo de máximo prestigio que faltaba en su palmarés, ese que tanto se le reprochó en los debates.
Argentina ha cabalgado por el desierto catarí, transformado en sinónimo de la opulencia, al galope de Messi, ese líder taciturno rodeado de ardorosos pretorianos que es capaz de cambiar los signos de los partidos con maniobras envidiables para cualquier ser terrenal.
A sus 35 años, se ha convertido en el único jugador de la historia que ha marcado en todas las rondas de una Copa del Mundo, desde la fase de grupos hasta la final. Messi cierra el Mundial con siete goles, tres asistencias y proclamado mejor jugador del torneo y de la final. Es además el futbolista con más partidos mundialistas disputados, con 26, cifra que probablemente quede estancada en ese 18 de diciembre de 2022 que ha dado algidez a su trayectoria, el mismo día que por primera vez se proclamó campeón del mundo, pero de clubes, once años atrás con el Barcelona.
A bordo de su quinto Mundial, la final contra Francia fue el idílico desenlace de un sueño que nació en Alemania 2006, fue el cobro de la revancha por la eliminación en octavos de final ante los franceses en Rusia 2018 y el viaje en el tiempo a 2014, cuando Messi disputó su primera final para caer frente a Alemania, cuando fue custodiado por un mermado Ángel Di María que en Catar pasó desapercibido hasta ser crucial en el desenlace del torneo, donde 36 años después de la gesta de la Argentina de Maradona en México 1986 la selección albiceleste levantó su tercer título.
Messi abrió el marcador desde el punto de penalti en el minuto 23 para dar rienda suelta a la esperanza argentina, generó juego con pases fantasiosos, se solidarizó en el esfuerzo para las recuperaciones, dio superioridad en el contragolpe del 2-0, dejó solo a Lautaro Martínez ante Lloris en la prórroga, devolvió la ilusión con un nuevo tanto en el minuto 109, inició con éxito la tanda de penaltis para encarrilar la victoria con una frialdad insultante... Fue ese futbolista total como salido de los dibujos animados.