Espía y mujer es una combinación que da lugar a muchos prejuicios: peligro, erotismo, mentiras cuando no medias verdades, y vidas ocultas. Algunas fueron famosas durante el siglo XX, otras más atrás en la historia, y las hay desconocidas, pero detrás de cada una de ellas existe una historia apasionante. Carmen Posadas asegura que la peluquera, la dueña del bar de abajo, la vecina del cuarto o la amable cajera del supermercado pueden ser en realidad espías. Algunas de las mujeres que se pasean por las páginas de su libro tienen detrás grandes historias, y se ríe cuando habla de Mata Hari, la más famosa de todas ellas y también la peor.
PERSONAL
Edad: 69 años (13 agosto 1953).
Lugar de nacimiento: Montevideo (Uruguay).
Familia: Tiene dos hijas, Sofía y Jimena, de su matrimonio con Rafael Ruiz de Cueto. Años después de su separación se casó en 1988 con Mariano Rubio, entonces gobernador del Banco de España, quien falleció en 1999. Tiene cinco nietos.
Trayectoria: Comenzó su carrera literaria escribiendo literatura infantil y juvenil en 1980. En 1984, su libro El señor Viento Norte ganó el Premio Nacional de Literatura a la mejor edición. Su primer trabajo más allá del género infantil fue Escena improbable. Ha escrito guiones de cine y televisión y dos ensayos satíricos: Yuppies, jet set, la movida y otras especies, y El síndrome de Rebeca: guía para conjurar fantasmas. En 1991 publicó el ensayo ¡Quién te ha visto y quién te ve! y en 1995, la novela Cinco moscas azules. En 1997 escribió la colección de cuentos Nada es lo que parece. Al año siguiente obtuvo el Premio Planeta con Pequeñas infamias. En el año 2002, la revista Newsweek la citó como una de las autoras latinoamericanas más destacadas de su generación. Invitación a un asesinato (2010), El testigo invisible (2013), La hija de Cayetana (2016), La maestra de títeres (2018), La leyenda de la perla peregrina (2021) y Licencia para espiar (2022) son sus últimas entregas.
¿Somos mejores espías las mujeres que los hombres?
Esa pregunta se la hice yo a una espía en activo, con la que acabo el libro haciéndole una entrevista, y me dijo que los hombres espían como hombres y las mujeres como mujeres.
Eso es una obviedad.
Desde luego, pero quiere decir que nosotras a la hora de espiar ponemos en práctica las cualidades femeninas. Por ejemplo, la mano izquierda. Las mujeres manejamos mejor este concepto, para bien y para mal. Somos más intuitivas en general, y otra cosa que me decía mi espía: las mujeres pasan más desapercibidas.
¿Tenemos una imagen preconcebida de los espías?
Ja, ja, ja… Sí. Un hombre con una gabardina y un sombrero. Es el prototipo en el que piensas, pero no te puedes imaginar que una apacible señora se dedique al espionaje.
¿Cómo es su espía, la que le ha dado las claves para este libro?
Cuando fui a la cafetería donde habíamos quedado tuve que averiguar quién era ella. Me dije: A ver si acierto. Pues bueno, la última persona que yo hubiera pensado, era mi espía. No solo no acerté, es que era la más opuesta a lo que yo imaginaba. Cuando se lo comenté me dijo: Es que soy muy buena espía. Parte de su trabajo es pasar lo más inadvertida posible. En realidad, son todas las cualidades femeninas puestas a favor de esta causa, el espionaje.
En algunas ocasiones a las mujeres espías se las ha concebido como una especie de tentación para el enemigo.
Ja, ja, ja… Eso también es verdad. Algunas espías han evitado situaciones muy graves para sus gobiernos y lo han hecho desde la discreción. Otras han sido letales. Y hay algunas han sido más peligrosas que 100.000 soldados. Las mujeres, cuando nos ponemos, somos muy buenas en nuestro trabajo.
¿Hay muchos mitos alrededor del espionaje femenino?
Muchos. Tendemos a mitificar y vemos a Ursula Andress saliendo del agua con dos caracolas en la mano. Hay mujeres que se dedican a las operaciones activas y eso obliga a que renuncien a toda su vida. Es verdad que existe ese tipo de espías, pero el espionaje también emplea a ingenieros, matemáticos, informáticos… También hay una parte muy burocrática, personas que se dedican a escuchar horas y horas conversaciones telefónicas. Hay delatores, hay informadores... El del o la espía responde a un perfil muy vasto. Es tan equivalente la figura de Ursula Andress como un señor o señora que está horas y horas ante un ordenador.
Y en la mente de muchos lectores un nombre, Mata Hari.
Es una de las sorpresas que me llevé cuando preparaba este libro. En todos los tratados serios que se han escrito sobre el mundo del espionaje ni la mencionan.
Es que dicen que como espía no se podía ser peor.
Fue malísima, pésima. Era un personaje en toda Europa. Cuando empieza a decaer su estrella comienza a colaborar con los servicios secretos alemanes. Los franceses la descubren y deciden utilizarla como espía doble. Pero como era tan torpe, tan torpe, lo que hacen los franceses es delatar a Mata Hari y se arma un escándalo a nivel europeo.
¿Desviar la atención del curso de la primera guerra mundial en lo que afectaba a Francia?
Exacto. Esa guerra fue una carnicería y Francia estaba teniendo muchas bajas, así que utilizaron a Mata Hari para desviar esa atención que estaba puesta en las pérdidas que había en el campo de batalla.
Entonces, ¿por qué esa fama?
Es como si se descubriera que Madonna es una espía, sería muy notable. El escándalo no sería porque fuera una buena o mala espía. Y eso pasó con Mata Hari, que era mala, malísima, para el espionaje.
¿Por qué le interesó a usted el mundo del espionaje y además lo centró en el femenino?
En la época en la que mi padre fue embajador de Uruguay en Moscú vivíamos rodeados de espías. En casa sabías que la cocinera te espiaba, que lo hacía el que te servía el desayuno, y no solo eso, había un señor que era el encargado de poner los micrófonos.
Pues vaya forma de espiar...
Así era. Ja, ja, ja… Ese señor era el que supuestamente limpiaba la nieve del techo de la embajada. ¿Qué hacía el resto del día? Pues colocar micrófonos aquí y allá. Cuando vivíamos allí tenías la sensación de que te estaban vigilando todo el rato. Y era cierto.
Parece divertido en el fondo. ¿Hay alguna espía que le ha llamado la atención sobre otras?
Son todas muy distintas, no tienen nada que ver entre ellas. La madre de Bruto y su intervención en el asesinato de Julio César, con Maliche o con la Balteira, una espía al servicio de Alfonso X el Sabio, nada que ver. Cada una es un tipo distinto. Entre los siglos XVII y XVIII hubo un personaje que se llamaba el caballero de Eon y nadie sabe a día de hoy si era hombre o mujer. Cuando estaba en misión en Rusia consiguió enamorar a la zarina, por lo tanto ahí era un hombre, pero en Inglaterra consiguió enamorar al rey Jorge, y ahí está claro que era una mujer.
Pues sí que era versátil.
No solo eso. Se fue a la cama con gente como Casanova, y Casanova nunca supo si era hombre o mujer.
Eso es ya lo más.
Engañar a Casanova es para nota. Este hombre, mujer o lo que fuera, era una espía consumada que actuó para los franceses en la época de Luis XV.
¿No ha pensado nunca en ser usted espía?
Ja, ja, ja… ¿Y si lo soy? ¿Crees que podría?
Podría, podría. Después de tanta experiencia, sobre todo en Rusia, podría serlo, seguro.
Creo que sería una buena espía. Pienso que las mujeres podemos ser muy buenas, porque sabemos ser sutiles, guardar secretos, disimular...
Se ha puesto en duda muchas veces la moralidad sexual de las mujeres espías.
Lo que para el hombre en ese sentido es una virtud, ya sabemos cómo lo llaman en las mujeres.
¿En qué esta ocupada ahora?
Me voy a dedicar a cuidar este libro, a promocionarlo de aquí para allá, a hacer entrevistas... Todo lo que haga falta para que llegue a los lectores. En el mes de marzo pensaré en alguna idea nueva. Tengo cosas que se me pasan por la cabeza, pero es pronto y ahora quiero disfrutar de este libro.
¿Pensó cuando empezó en esto de escribir que iba a tener una carrera tan dilatada?
Nunca. Nunca me he atrevido a ser muy soñadora, no me gusta construir castillos en el aire. Todo iba poco a poco, y cuando empecé a escribir pensaba: Ojalá alguien me lea. Y después: Ojalá alguien me publique.
Y siguió con sus ojalás y cumpliendo sueño tras sueño.
Sí, que me dieran un premio, que me tradujeran a otros idiomas...
¿Y ahora a qué aspira?
Ahora digo: Virgencita, que me quede como estoy.
¿Nunca piensa jubilarse de la literatura?
Ni de otras cosas. Ja, ja, ja… Se puede escribir hasta el último día de tu vida. Tengo la suerte de dedicarme a este tipo de profesión, en primer lugar porque me encanta. Cuando uno trabaja en lo que le gusta deja de ser trabajo, es casi un placer. Puedo trabajar de esto hasta que me muera. En otras profesiones, a los setenta como mucho ya estás jubilada. Yo los cumplo el año que viene y espero seguir dando mucha guerra.
¿Pesa mucho sobre usted el paso del tiempo?
Claro que pesa. No te voy a decir que mi edad está en mi espíritu y no en mi carné de identidad y todas esas cosas que dice la gente, y no me hace ninguna gracia cumplir 70, qué quieres que te diga, pero no cumplirlos sería peor, ¿no? Ja, ja, ja… Lo bueno es que estoy viva.
¿Ha renunciado a muchas cosas a lo largo de su vida?
No. Ni siquiera he tenido el dilema de muchas mujeres de compaginar su vida personal con la profesional. Yo lo hice al revés, empecé casándome y teniendo niños. Cuando mis hijas estaban en el colegio fue cuando comencé a escribir, así una cosa no entorpeció a la otra. Nunca tuve que renunciar a ninguno de mis sueños por ser madre.
Lo que no echará de menos son aquellos momentos de fama intensa que vivió en el pasado.
Eso no me gustaba nada. Cuando era carne de paparazzi era un drama. Me dio un insomnio irredento hasta el día de hoy, porque no me lo he podido quitar de encima. A mí no me gusta nada ser el centro de atención. Hay a gente a la que le fascina, pero a mí me espanta. En cuanto pude me salí del famoseo.
Sorprende que los cotilleos sigan interesando. ¿No tendríamos que haber superado esa fase?
No creas. El mundo hoy se ha vuelto más cotilla que nunca. Antes eran las revistas del corazón, ahora es internet, las redes sociales… Todo el mundo expone su vida hasta niveles totalmente ridículos. Hay quien te dice hasta si desayuna café con leche o un cacao. ¿Y mí qué me importa? Estamos llegando a ese nivel.