Cultura

El padre (fusilado) de Paco Rabanne

El modisto guipuzcoano, que este próximo sábado 18 cumpliría 89 años, tardó quince años en leer la carta de despedida que su progenitor escribió horas antes de ser ejecutado por los fascistas en una playa de Santoña
Francisco Rabaneda, con txapela, fue delegado de campo del club Trintxerpe.

El legendario diseñador de moda Paco Rabanne murió el 3 de febrero en la localidad francesa de Portstall, en Finisterre. Nacido como Francisco Rabaneda Cuervo en el distrito de Trintxerpe de Pasaia, hubiera cumplido 89 años el próximo sábado. El guipuzcoano era hijo de la comunista María Luisa Cuervo y de Francisco, militar republicano que fue fusilado por los fascistas el 15 de octubre de 1937 en la playa Berria de Santoña.

Del padre del mito se ha investigado poco hasta la fecha. La Fundación Paco Rabanne trabaja en los últimos tiempos con el anhelo de que perdure en la historia también su malograda vida. Otro tanto, la de la madre del diseñador, activista y miembro de la dirección del PCE y amiga íntima de Dolores Ibarruri Pasionaria, que, asesinado su marido, fue diana de los mandos franquistas y, con coraje, logró exiliarse junto a sus cuatro hijos, entre ellos el futuro astro de las pasarelas y los perfumes.

Horas antes de que el padre de Rabanne fuera fusilado, el militar dejó una carta escrita que la fundación que lleva su nombre aporta a este periódico. A su mujer le detalla en el anteúltimo párrafo: “Para ti, María Luisa, no tengo frases ni nada en mí que no sea tuyo. Cuida con cuidado a nuestros hijos y haz lo que puedas para que sean honrados y católicos, pero que mantengan un ideal en sus inclinaciones políticas”.

Pero, ¿quién era aquel militar profesional afincado en Pasaia y que fue delegado del club de fútbol Trintxerpe? Se lo cuestionamos a diferentes investigadores con el fin de aportar más luz a un personaje desdibujado con el paso de las décadas. Así, el arqueólogo Jimi Jiménez introduce la figura de Francisco Rabaneda padre como nacido en Mollina, pueblo de Málaga. Tanto él como Kepa Ganuza, investigador de Euskal Prospekzio Taldea, y el historiador Aitor Miñambres, aportan otros datos sobre su devenir.

Fue el combatiente número 46.167. En diciembre de 1936, figuraba como capitán de la tercera compañía del batallón 1° de MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas) Larrañaga, número 3 del Ejército de Euzkadi (Euzko Gudarostea). El nombre de la unidad era en honor a Jesús Larrañaga Txurruka, líder de los comunistas guipuzcoanos y primer comandante del batallón. En el momento en que este último fue designado comisario político, Rabaneda fue ascendido a comandante. Antes de la formación de las unidades de milicias en batallones, el andaluz combatió en la campaña de Gipuzkoa contra los golpistas. En Bizkaia, luchó en la batalla de Villarreal (Legutio), en la cota 333 (Euba), monte Bizkargi y Orduña. También en la provincia entonces llamada Santander, en municipios como Reinosa y en Asturias, en El Mazuco. Caído prisionero y reo en El Dueso, fue fusilado en Santoña el 15 de octubre de 1937, junto a otros trece antifascistas. Fue juzgado en el sumario 14/37.

Un repaso en imágenes a la vida y obra de Paco Rabanne

Desde la Fundación Paco Rabanne, Kike Santiago apostilla que Rabaneda fue comandante de batallón hasta el 15 de mayo –a continuación, la unidad aparece en nóminas del Euzko Gudarostea consultadas por Ganuza al mando de Juan Vega Ferrer–, desempeñando posteriormente el puesto de jefe de Brigada en las Divisiones del XIV Cuerpo del Ejército del Norte. “Sí, tras la caída de Bilbao, el ejército de Euskadi se reorganiza en Santander, y Rabaneda es ascendido en Islares”, agrega Miñambres.

Fue hecho prisionero y encarcelado en el penal de El Dueso, junto con el grueso de las fuerzas vascas que se habían retirado luchando hasta esa zona. Tras poco más de mes y medio de prisión, el 15 de octubre, a las 6.00 horas, fue fusilado por los franquistas en la playa de Berria. “Sus restos descansan desde entonces en el cementerio de Santoña”, agrega Santiago. Momentos antes del asesinato, el finado escribió una carta de despedida que entregó a un capellán y este logró hacérsela llegar a la familia. “Paco nos dijo que tardó más de quince años en atreverse a leerla entera”, pormenoriza Santiago.

Carta de despedida

El militar se dirigía en un principio a sus hijos. “El matrimonio les llamó Olga, Pacífico, Dulce y Francisco”, detalla el periodista Fernando Mahía, quien rebobina en la historia y contextualiza a Rabaneda con 24 años como veterano de la Guerra del Rif, y destinado a Trintxerpe desde África en 1927. En la última misiva del antifascista, escribía: “Queridísimos hijos. Quisiera deciros tanto, como pensamientos se me agolpan en este mismo momento, en mis pensamientos, pero dudo poderlo hacer por el atropello de ideas que me conmueven”, arranca, y va más allá: “Sirvan estas letras tan solo para que sepáis que mi muerte no tiene ningún reproche ante la sociedad y menos ante Dios”. A continuación, les hace saber sus valores humanistas: “Tan solo he luchado por una causa que me creo justa y leal y en la que toma parte todo el pueblo español al impulso generoso de querer mantener una justicia de emancipación y libertad”.

Sabiendo que en próximas horas sería asesinado por los fascistas, les envió un mensaje relacionado con la política. “Si alguna vez tenéis que intervenir en política, no mantened más que un ideal, el beneficio común, aunque el apartaros de ella será lo más justo, por la poca responsabilidad de los hombres que juegan como siempre un papel despreciable si no se los coloca en puestos elevados. Estudiad mis palabras y que esto os baste por ser tan sincero en estos momentos difíciles. Procurad ser leales en todas las ocasiones, como lo fue vuestro padre que os quiere de corazón”.

Las siguientes palabras fueron para su mujer, a quien le pide, como hemos leído anteriormente, “que cuide de los hijos”. Y se despide con un sueño por cumplir: “Si lográis ver a mi madre y hermanos, estrecharlos con cariño, pues ellos sabrán agradecerlo y decirle que en mi vida nada hay que sea falta para estos hechos consumados, y perdóname mis pocas palabras en mi muerte”.

Francisco Rabaneda, con txapela. Fundación Paco Rabanne

A partir de ahí, el exilio para la madre y sus retoños. Logró escapar y refugiarse en Morlaix y en Le Sables-d’Olone. La Fundación Paco Rabanne conserva el testimonio que les aportó el diseñador al respecto. “Mi madre, destrozada por el dolor, nos condujo a mi abuela, mis dos hermanas, mi hermano y a mí al asalto de los Pirineos para llegar a Francia, única vía de escape de aquella trampa mortal”.

Rabanne recordaba que a sus tres años pasó la cuidada frontera a pie, de la mano de su madre y “junto a mis hermanos, niños como yo”. “En la frontera francesa los gendarmes nos desposeyeron de cuanto llevábamos y algo que era un tesoro para nosotros: la única foto de mi padre. Este es hoy mi dolor y mi pena. No puedo siquiera recordarlo”.

Sin embargo, Kike Santiago y compañeros de la junta de la fundación lograron que el modisto no falleciera sin tener una fotografía de él. “En un pase de modelos en París, le dejamos una foto encima de su mesa y cuando la vio gritó: ¡Mi padre! ¡Es mi padre!”. En aquella imagen que hoy reproduce este diario se le ve de pie junto al equipo del Trintxerpe, del que era delegado de campo.

Los diseños de Rabanne

La doctora en Estética Virginia Díaz Gorriti realiza un paralelismo de la guerra que pudo quedar como herencia en los diseños que el hijo lanzó a todo el mundo. “Desde la psicología del color, el comportamiento que denota la elección de esa tonalidad nos habla de una dimensión sintáctica en la que el gris encarna el luto, no riguroso pero constante en todas sus dimensiones. Puede significar el arma, el metal que fusiló a su padre”, valora, y da un paso más en su pensamiento: “Esta constante y obstinada presencia o ausencia de color en sus colecciones transmite el profundo sentir que padece. En Occidente es además un color asociado al ámbito laboral. Él mismo vistió invariablemente con un característico conjunto oscuro, gris o negro”.

Díaz observa “el metal gris de sus vestidos como reflejo del aciago día en el que fusilaron a su padre. El dorado, reflejo de las balas sobre la blanca arena de la playa donde su padre cayó muerto junto a otros compañeros republicanos. Gris asociado a un sentimiento perenne de tristeza, siempre presente en la sobriedad de sus geniales colecciones, ninguna gala de estridencias, todo equilibrio y proporción, un arquitecto en armónica relación con los metales”.

14/02/2023