Muchas cosas han cambiado desde que, hace ya casi un siglo, la historia dejó constancia oficial de la existencia de las cuadrillas de blusas y sus paseíllos, pero a primera hora de la tarde de cada 5 de agosto resurge la esencia de la cita que, junto con la celebración religiosa y la bienvenida a Celedón, es la seña de identidad de las fiestas de Vitoria. Han cambiado las normas y las costumbres, ha cambiado la gente tras tres años que nunca se olvidarán, pero a las 16.30 horas de esta tarde todo ha vuelto a ser como siempre, con la única diferencia nuclear de que ahora las gasteiztarras ocupan un espacio que les estuvo injustamente vedado durante décadas y décadas.
En el ambiente flota la alegría por el reencuentro, la necesidad de verse, de tocarse, de volver a reunirse tras una experiencia que a todo el mundo le ha dejado marcado de una u otra manera. Así lo explica Víctor, que en la plaza del lehendakari Agirre espera a que le llegue el turno de salir a su cuadrilla, Nekazariak. “Hay muchas ganas, sobre todo por ver a las amistades, a la cuadrilla, por ver cómo han ido las cosas en este tiempo. Esto se necesitaba, no hay más que ver el ambientazo que hay”, explica el veterano blusa, que “jamás” había visto tanta gente un día 4, y que en el Día Grande de las fiestas está dispuesto a darlo todo, tras un reencuentro que “ha sido emocionante, con abrazos, besos y de todo; necesitábamos el contacto”, afirma.
No solo se trata de volver a salir con los compañeros de las cuadrillas, también de saludarse con amigos y conocidos de otras peñas, de sacarse fotos. En definitiva, de sacarse la espina de estos tres años en los que, para quien sabe lo que es desfilar desde la calle Dato hasta el Iradier Arena, los primeros días de agosto han sido una época de silencio y melancolía en los últimos años.
Todo eso ya ha pasado, y en los márgenes de la calle Dato se amontonan familias enteras, sentadas en el suelo y en las terrazas, a la espera de volver a vivir esa experiencia que todos los años era igual y diferente, y que afortunadamente ha vuelto a llenar de colorido las calles del centro de Gasteiz. Hay quien no puede evitar que se le disparen los pies al son de la música, quizá porque en otro tiempo estaba al otro lado de la barrera, como ahora lo está la pareja que se da besos en mitad del desfile mientras la megafonía de la cuadrilla invita a la neska y al blusa a dispersarse.
Otros, con un purazo en la boca, prefieren disfrutar de una manera más sosegada, pero no menos alegre, y los que sí han llegado a un punto más elevado de comunión festiva empiezan ya a comprar los inútiles pero imprescindibles complementos que todo blusa o neska adquiere, más pronto o más tarde, a los vendedores ambulantes, que también parecen contagiados del espíritu festivo imperante.
La música
Las cuadrillas de blusas y neskas no se entienden sin la música, sin las txarangas que aportan el único ingrediente que no puede faltar en ninguna fiesta. Da la sensación de que bombos y cajas retumban más que nunca, de que los músicos, que al fin y al cabo están trabajando, también necesitaban volver a impregnarse de la alegría de una ciudad que entre el 4 y el 9 de agosto es otra, este año más que nunca. “Lo mejor es que la gente que ha estado encerrada, que incluso ha podido tener problemas mentales, por lo menos ve un puerta abierta a expresarse, a gritar, a soltar todo, esa es la clave de la fiestas, y siempre con respeto y educación”, resume Víctor.
“ "Lo mejor es que la gente que ha estado encerrada, que incluso ha podido tener problemas mentales, por lo menos ve un puerta abierta a expresarse, a gritar, a soltar todo, esa es la clave de la fiestas, y siempre con respeto y educación" Víctor - Nekazariak ”
Los bueyes de Batasuna
Uno de los cambios de estos últimos años es la salida previa de la seis cuadrillas de la Federación, Batasuna, Jatorrak, Martinikos, Gasteiztarrak, Biznietos de Celedón y Bainas. Batasuna ha sido la encargada de iniciar el paseíllo más esperado con su inseparable pareja de bueyes. Luego llega el turno de las cuadrillas de Comisión, que las cinco en punto, tras explotar el preceptivo cohete, se han sumado a la comitiva hacia la plaza de toros.
Con sus trajes todavía en un estado bastante aceptable tras una primera mañana de ofrenda floral, y las mejillas encendidas después de la primera comida de la cuadrilla, las peñas interpretan los viejos y reconocibles cánticos, que se dejan oír en todo el recorrido, en la calle Dato, donde se apelotona el público, y también más adelante. “A quién le importa lo que yo haga”, declaración de intenciones cantada a pleno pulmón por Los Bainas; o “Apaga luz, Mariluz”, el himno que ha llevado en volandas a tantas generaciones de blusas y neskas, hacen saltar incluso a quienes, como un veterano de Belakiak, están subidos en el techo, a punto de ceder, de una vieja furgoneta.
Otro clásico del paseíllo. La txaranga baja el volumen la mínimo, la gente se agacha, el nivel se va elevando y, finalmente, un fuerte golpe de bombo hace estallar el jolgorio y todo el mundo empieza a correr.
En los ojos de la gente se refleja la ilusión por volver a vivir estos momentos. Las fiestas han vuelto, el paseíllo ha regresado, ojalá que para siempre, y tras la emoción del reencuentro solo queda disfrutar, nada más y nada menos. “Llevo más de treinta año saliendo y me alegro de ver que todo ha vuelto otra vez, que es lo importante, que todo es igual que antes otra vez”, afirma Víctor antes de sumarse al desfile.