La resaca del coronavirus, la crisis energética y el encarecimiento generalizado de los precios ha situado el poder adquisitivo de los trabajadores navarros en su peor momento en diez años.
Los datos del Instituto Navarro de Estadística (Nastat) y la media de los acuerdos salariales pactados en convenio en Navarra –a mes de agosto, por ser el último disponible– durante la última década arrojan un balance negativo en contra de los trabajadores de más de cuatro puntos porcentuales.
La cifra se ha hundido definitivamente en los últimos meses fruto de las consecuencias de la guerra en Ucrania, que ha sido la puntilla a una década renqueante, de devaluación de los salarios y recuperaciones desiguales. Un mal dato que se registra a las puertas del invierno más incierto en mucho tiempo, y que ha llenado de incertidumbre a empresas, trabajadores e instituciones.
La línea del tiempo es elocuente. Arranca en 2012, en plena crisis. Es el año en el que se aprueba la reforma laboral del PP, que favoreció despidos en precario y una devaluación generalizada de las condiciones de trabajo que sufrimos hasta hoy.
Ese año, en el mes de agosto, se registró un IPC del 2,8% cuando la subida salarial fue del 2,77. Es decir, que la subida no fue suficiente para cubrir el encarecimiento de la vida. Y lo mismo ocurrió en 2013. Ese año, en febrero, Navarra alcanzó además su techo de personas en paro: 58.000 en el primer trimestre de 2013, un 19%. Recordar la cifra sigue llamando la atención.
La crisis fue muy cruda para quien perdió el empleo, pero el que pudo conservarlo no notó tanto la gravedad del momento. No es como ahora, cuando la crisis afecta a todos. A partir de 2014, Navarra enlaza cuatro años en los que la media de salarios crecía por encima de lo que subía el IPC. Son tiempos de inestabilidad política y de cierta recuperación económica, pero un pistón por debajo de lo que habíamos conocido: los sueldos son peores y los contratos, más inestables. Así seguimos.
La tónica se rompe en 2018, pero es un espejismo. Vuelve a la senda en 2019, quizá el primer año en el que parecía que la dura crisis económica que llevó a España al borde del rescate se había superado.
La resaca del covid
Pero llega el covid y un parón de la actividad inédito por culpa del virus. Ya entonces se temía que aquella interrupción industrial iba a afectar a la economía.
Pero las consecuencias han llegado después, con resaca. En 2021 la inflación registra su máximo en diez años: 3,6%. Y la caída definitiva llega este año: en el mes de agosto, el IPC marcó el 11%, según el Nastat, un porcentaje que arrolla la subida del 4,53%, que se queda corta aunque a septiembre el dato de inflación haya bajado un poco –al 9%–.
A la dinámica de una década renqueante y salpicada de mazazos económicos, la actividad ha sumado el revés de la guerra de Ucrania. Ha puesto la puntilla a los precios de la energía –veremos qué ocurre este invierno en algunas fábricas– y a un montón de productos que hacen que nuestras fábricas funcionen. Eso ha hecho que los precios se hayan disparado muy por encima de lo que han subido los salarios.
2022: un mazazo al bolsillo
La conclusión es sencilla: hoy nuestro sueldo da para bastante menos y no se sabe dónde estará el tope. Los sindicatos ya se están movilizando.
Marisol Vicente, de UGT, asume que se preparan movilizaciones en lo que se presupone que será un otoño caliente. No es fácil encontrar una situación de tanta incertidumbre en los últimos años y en UGT entienden “que no puede volver a ser la clase trabajadora la que pague las consecuencias”. Vicente indica que, además, la estadística es engañosa porque hay sectores y trabajadores que han perdido más de un 10% de capacidad adquisitiva en sueldos que ya de por sí son bajos.
También en CCOO ven la situación como extraordinaria, pese a que “ha sido una década con malas noticias constantes”, como precisa Alfredo Sanz. Hay un punto inicial de todo esto: “La reforma laboral de 2012 hace un daño tremendo al trabajador, y desde ahí se ha ido encajando una mala noticia tras otra”, reflexiona. Lo novedoso para él es que ahora se han dado dos crisis casi seguidas: “La recuperación de la crisis de 2012 es totalmente desigual y, cuando parecía que se salía, llega el covid y la guerra”.
Para Imanol Pascual, coordinador de ELA, es “evidente” que se está “acelerando el proceso de empobrecimiento de la mayoría de la población”, coyuntura que está aprovechando tanto la patronal como el Gobierno de Navarra “para devaluar los salarios”. A su juicio, es un error achacar la subida exclusivamente a la guerra de Ucrania porque “hace más de un año que el aumento de precios empezaba a ser alarmante”, y detrás de la inflación hay otras causas estructurales, como “los límites del planeta o la crisis de materiales”.
Por su parte, Imanol Karrera, de LAB, denuncia que “los sueldos en Navarra pierden este año un 6,5% de poder adquisitivo, y aún así, los empresarios navarros de la CEN y los sindicatos estatales UGT y CCOO proponen un pacto de rentas que plantea una pérdida de poder adquisitivo por parte de los trabajadores y trabajadoras”, una “línea roja que el sindicato LAB no va a aceptar”. Así que todo apunta a un otoño caliente previo a un invierno que se presume frío.