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Polideportivo

El poder negro de Girmay

El velocista africano vence su segunda etapa en el Tour en un exigente esprint en la antesala del sterrato
Biniam Girmay, vencedor.
Biniam Girmay, vencedor. / Efe

Una inmensa Cruz de Lorena de granito rosa, de 44 metros de altura y visible desde 30 kilómetros a la redonda, recuerda al general Charles de Gaulle y a su histórico llamamiento a la Resistencia del 18 de junio de 1940. De Gaulle es un héroe para siempre en Francia, que gobernó tras la Segunda Guerra Mundial y en la convulsa década de los 60 del pasado siglo. Su memoria descansa en Colombey-les-Deux-Églises, su lugar de paz en el mundo.

La Boisserie, la mansión familiar, fue su refugio. En 1960, durante la disputa de la penúltima etapa entre Besançon y Troyes, el Tour se detuvo frente a su casa y De Gaulle salió a estrechar la mano del maillot amarillo, Gastone Nencini. Así rindió el Tour tributo al líder de la Francia Libre durante la Segunda Guerra Mundial y al presidente de la República.

“Después de una conversación con De Gaulle sale uno preguntándose si es un demagogo o un loco, pero convencido de que es un personaje más poderoso que cualquier otro francés”, dijo Harold Macmillan, ministro británico durante la guerra. En el Tour, que es un guerra todos los días, no hay personaje más jerárquico que Tadej Pogacar.

Poderoso Girmay

No es necesario que intervenga un ministro para subrayarlo. Tampoco para enfatizar que el más poderoso ciclista del África negra es Biniam Girmay, el eritreo que se mide a la historia después de abrir las puertas de la gloria del Tour hace apenas cinco días. ¿Cuántos niños africanos querrán ser Girmay?

Girmay es un referente. Derribó un techo de cristal en Turín y ahora pinta la bóveda del Tour. El primer ciclista de raza negra en conquistar una etapa de la Grande Boucle. Repitió conquista.

No se detuvo en ese hito el velocista africano, vestido con el frac verde de la regularidad. Continuó elevando el puño de la reivindicación al cielo del Tour. "Repetir victoria y hacerlo de verde es especial. Pase lo que pase desde ahora, será un gran Tour para mí", apuntó Girmay, feliz.

Su victoria significa un logro magnífico a las puertas de las elecciones presidenciales en Francia, donde la ultraderecha, xenófoba y racista, trata de asaltar el poder. El triunfo de Girmay es un mensaje nítido y contundente contra el odio.

Venció Girmay en el hogar de De Gaulle, que llamó a la resistencia contra el nazismo después de la infamia de Petain y el gobierno colaboracionista de Vichy. La victoria de Girmay tuvo la grandeza de la justicia poética y la valentía de los grandes hombres que encaran una Odisea.

Girmay es de Eritrea, que dejó de ser colonia de Italia tras la Segunda Guerra Mundial. Llegar al ciclismo europeo no fue un paseo para Girmay, precisamente. Su conquista habla de una Epopeya.

La herencia italiana introdujo la afición por el ciclismo en el país africano. Girmay, vencedor de la Gante-Wevelgem, de una etapa en el Giro y de dos laureles en el Tour, es su mejor representante. Un ciclista de culto. Un pionero en los festejos del Tour.

Panorámica del esprint.

Panorámica del esprint. Bahrain / Sprint Cycling

Cumplido el sueño en Turín, en Italia, donde gobierna la extrema derecha de Meloni, los herederos de los fascistas, Girmay continúa con su fábula. El eritreo cambió la historia en suelo italiano y siguió escribiéndola en territorio francés. “Es una victoria para África y todos los africanos”, dijo con orgullo Girmay el 1 de julio de 2024, en su descorche en el Tour.

Cinco días después, Girmay fue un chupinazo de San Fermín que se elevó poderoso y retador sobre Jasper Philipsen y Arnaud de Lie, que no pudieron con los muelles del africano.

Estruendoso su esprint. Un rayo acompañado de la tormenta. Arreció Girmay, el poder africano. Fiesta en Asmara, la capital de Eritrea, la cuna de Girmay. El pueblo eritreo salió a celebrar su segunda gesta.

Con la mirada puesta en el sterrato

El Tour, la Francia ciclista, el monumento vivo, el panteón de los mejores, rindió tributo a De Gaulle en su latifundio. La Cruz de Lorena marcaba el mapa en la cartografía de una jornada de entreplanta, con el pellizco de la crono aún impreso en el cuerpo y con la mente proyectándose en el sterrato de Troyes, un escenario que provoca inquietud y desasosiego porque exige otra forma de correr. La tierra implica otras coordenadas y maneras.

Ajeno a l0 que fue y a lo que puede ser, Jonas Abrahamsen, vestido como el mejor escalador de la Grande Boucle, de topos rojos, se adentró en la aventura bajo un cielo de plomo, de penumbra que escupió lluvia entre carreteras secundarias, caprichosas lenguas de asfalto, estrechas, sin decorar.

El noruego, pájaro en libertad, era feliz en un paisaje húmedo y verde que se cincelaba entre cotas. Una cordillera de pequeños bollos. La Meseta de Langres, un pequeño y poco poblado altiplano del cual beben el Sena, el Marne, Aube y el Mosa, aupaban la rebelión del noruego, un hombre contra el mundo. De la zona era Régis Clère, vencedor de tres etapas en el Tour y dos en la Vuelta a España de los años 80.

Abrahamsen no se asusta

Abrahamsen rodaba con furia entre campos, bosques frondosos y pueblos encantadores que se intercalaban en un paisaje a veces abierto y en otras con los ojos entrecerrados. El pelotón lijaba al noruego, mordisqueando sus piernas como en un baile de termitas hambrientas. Valiente, el noruego se alistó a la resistencia.

No estaba dispuesto a claudicar ni arriar su estandarte. Una cuestión de honor. No le asustó la soledad. La abrazó. La disfrutó. Un aventurero hacia lo imposible. El sueño de una tarde verano vestida de otoño.

El pelotón no es amigo de lo versos libres. Prefiere la masa. La unión. La caza en manada. Una jauría en busca de su presa. Abrahamsen no tenía más recorrido que el recuerdo, las postales que bebió por sus ojos.

El viento, azaroso, voluble, espasmódico, elevó el pulso. Los pretorianos de Pogacar se abrían paso. Les anudaban los costaleros de Vingegaard. El Ineos también maniobró con celeridad. Nadie quería sorpresas desagradables en un final travieso, juguetón. El noruego vio la Cruz de Lorena desde demasiado lejos.

Cegadas las vistas de cerca, tapados los ojos de Abrahamsen por las manos del pelotón, apuntando hacia un esprint de mentón elevado, con una última rampa al 3% y alrededor de 150 metros. En esa llegada, cosida con el hilo de la agonía, el eritreo tejió su segunda victoria en el Tour, una bandera repleta de orgullo, dignidad y honor. Liberté, Égalité, Fraternité. El poder negro de Girmay.

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2024-07-07T16:16:19+02:00
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