Pablo Casado echó un órdago y ha estado a punto de quemarse las manos. Ha querido llegar a La Moncloa a lomos de un galgo y a día de hoy solo lo puede hacer subido en el caballo de Santiago Abascal, al menos en Castilla y León. El histrionismo vertido en campaña tras su decisión unipersonal de adelantar los comicios en esta comunidad fue minando la distancia de salida que situaba al PP acariciando la mayoría absoluta (41 escaños) en la Junta como trampolín hacia La Moncloa; y resulta que Alfonso Fernández Mañueco únicamente podrá retener el poder, que la formación conservadora ostenta desde hace 35 años, con el respaldo de Vox, que le cobrará el peaje correspondiente y le amenazará a gran escala.
El liderazgo en Génova 13 sale trastabillado, quien sabe si para satisfacción del despacho referencial situado no en la sede popular sino en la Puerta del Sol. Hace pocas semanas en el guión interno se masticaba, como mal menor, la opción de gobernar en solitario sin que nadie le hincara el diente a su programa, y ahora ha dejado de depender de Ciudadanos para hacerlo de la ultraderecha, que se propulsa de manera exponencial. El PP tendrá que sumar a sus 31 representantes (gana 2 con el 31,5% de los votos) los 13 de su alter ego más radical (sube 12 con el 17,6% de los sufragios), a quien ha vuelto a engordar. Todo lo que fuera no superar los 35 por su cuenta chafaba el festín. La participación aguantó (63,42%) y eso también le dio aire pese a que fue en las zonas rurales donde predominó la abstención. Un envite ganado sin alharacas y que deja cuentas pendientes.
El Madrid 2.0 donde Casado ansiaba vender el triunfo como una jugada maestra que refrendara su bastón de mando queda en tela de juicio. El trayecto se diseñó además para hacer un copia y pega en Andalucía, dispararse en las municipales y autonómicas, y rematar en las generales en 2023 si antes los socios de coalición no dan carpetazo a la legislatura. Con el transcurrir de la campaña, a la que se agarró disfrazado de Robin Hood del pueblo rural tras el gol en propia puerta de la izquierda a cuenta de las macrogranjas, el PP se fue pasando de frenada. Puso el objetivo en arrebatarle la tostada a la ultraderecha al dar por ganado el partido y enfundándose su traje con un discurso rancio y frentista que culminó con la patochada del diputado Casero en la convalidación de la reforma laboral en el Congreso. ETA, Zapatero, Maduro... Todo, con sus dosis de sobreactuación añadida, le ha servido para agitar su brebaje. Y lo único que ha conseguido es revitalizar a su competidor más extremo para depender de él mucho más de lo que, por ejemplo, condiciona Vox a la lideresa Díaz Ayuso en Madrid.
Retroceso del PSOE
El perfil ideológico dibuja a Castilla y León como la comunidad más centralista, donde hasta el 38% de la sociedad prefiere un Estado sin autonomías y en la que la identidad española se halla más marcada. De hecho, no ha existido un gobierno distinto al del PP desde antes de que cayera el muro de Berlín. El PSOE tenía perdida la batalla de antemano porque 2019 -aquel éxito estéril que ni siquiera le permitió gobernar por la claudicación naranja hacia la derecha- fue un espejismo. Un dato lo dice todo: desde 1987 no había sido capaz de ganar en ninguna provincia de este territorio a excepción de León en 2007 por el efecto Zapatero. Ahora bien, el retroceso en los últimos tres años es, con todo, notorio. El partido encabezado allí por Luis Tudanca cede siete escaños por el camino y se queda con 28 (30,1% de las papeletas), a expensas de analizar si en este escenario ha influido el desgaste del Ejecutivo de Pedro Sánchez, los ataques incesantes de la oposición al mismo, el malestar social e incluso el contexto de cansancio psicológico tras el largo periodo de crisis sanitaria. O, simplemente, que el encuentro se disputaba en un campo abonado a la derecha.
Unidas Podemos también se lo debe hacer mirar ya que, lejos de mejorar, entrega una de sus dos actas (5% de los votos) y choca nuevamente con un espectro territorial donde no tiene capacidad de penetración. Para colmo, Yolanda Díaz no quiso abrasar su figura ni sus aspiraciones y solo irrumpió en un acto de campaña, probablemente consciente de que este marrón no era suyo. Lo de Ciudadanos es otro cantar. O, mejor dicho, el mismo que ha sufrido ya en otras tierras. De derrota en derrota hasta la derrota final.
El exvicepresidente Francisco Igea salvó la cara quedándose al menos con su escaño y el 4,5% de apoyos en la urna, entregando 11 de los que tenía, en un trasvase en buena medida hacia Vox. Es decir, el PP ha cambiado el naranja por un verde que le dará muchísimos más quebraderos de cabeza y que, exigiéndole su entrada en el Gobierno -Abascal llamó vicepresidente al candidato Juan García-Gallardo-, se comportará con toda la saña que pueda para imponer sus políticas regresivas, tal y como ha hecho en Murcia y en Andalucía. Justo allí, visto este resultado, es muy posible que el presidente Juanma Moreno se lo piense dos veces antes de seguir esa estela que sobre el papel era un plan perfecto para el PP.
Rebeldía provincial
El éxito, no por esperado menos sorprendente, es el de las marcas adheridas a la llamada 'España Vaciada' que proceden de movimientos ciudadanos. Qué decir de Soria ¡YA!, que se convirtió en la primera fuerza de la provincia y obtuvo 3 de los cinco representantes en juego. Perjudicó notablemente al PSOE, que en ese feudo cayó del 40% al 18% de respaldo. O de Unión del Pueblo Leonés, con otros 3 escaños, además del rascado por la plataforma Por Ávila. Fuerzas ideológicamente transversales y que se refuerzan entre el voto de castigo al bipartidismo y las urgencias de sus respectivas demarcaciones.
En el punto de mira queda también José Félix Tezanos, el gurú del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el único que predecía en su barómetro el cambio que no llegó, lo que pone aún más en cuestión su figura y el instituto que dirige. Cabe mirar más cerca, a Trebiñu, donde la abstención fue del 64% porque esa comunidad les queda muy lejos, y su pensamiento está en Euskadi.