A las 11.45 horas de la noche del 9 al 10 de diciembre de 1962, se acaban de cumplir 60 años, brotaron las llamas por una de las ventanas bajo el alero del tejado. A pesar de lo avanzado de la hora, la alarma corrió como la pólvora: ¡Está ardiendo el Colegio de Lekaroz! Se iniciaba el principio del fin.
Acudieron decenas de vecinos de los pueblos más cercanos y los bomberos de Kanbo y Senpere (Iparralde), de la base de Gorramendi, de San Sebastián y Pamplona, y hasta el vetusto carro motobomba de la aseguradora La Baztandarra (hoy, lamentablemente desaparecida) en algún caso para su público ridículo. El mantenimiento de los vehículos debía ser inexistente y así el de Pamplona se averió a la entrada del puente de Etxerri “pero lograron remolcarlo hasta el lugar del siniestro” y algunas mangueras de tan agujereadas perdían más agua de la que podían lanzar sobre las llamas.
Un excolegial contrario al derribo de los viejos edificios para el Campus Empresarial actual, narró el siniestro en primera persona: “Viví el incendio del año 62, con 9 años (...). Eran las 12 de la noche y estábamos todos durmiendo, de repente entró un cura en nuestro dormitorio (el de los pequeños) y dijo ¡levantaros, que se está quemando el colegio!. Yo no me lo creí (creía que era una broma) pensé que eran las 7 de la mañana, así que me dispuse a ir a los lavabos para asearme como todos los días. Para ir a los lavabos, a la derecha estaban los wateres, al pasar vi de repente todo el fondo del dormitorio de los mayores ardiendo totalmente y todo el mundo corriendo (...), al final estábamos todos en el frontón de la 5ª mirando como se quemaba nuestro “cole”, parecía una película”.
Los daños
Y el padre Eulogio Zudaire: “El cuarto de los discos, con sus mesas, armarios con su instrumental diverso, eran una hoguera que había prendido en los caballetes y vigas septuagenarias”. Arde de arriba abajo el primitivo martillo occidental (el del centro de la foto), un par de aulas, los despachos de los prefectos, la rectoral, el gran salón columnado admiración de los visitantes, el dormitorio de la sección tercera y la ropería contigua. Se salvó el famoso Cristo de Alonso Cano y se evacuaron, en cadena humana, los al menos 30.000 libros de la valiosísima biblioteca que luego costaría al menos quince días limpiar y reponer en sus estanterías.
Los seguros se portaron en lo que cabe, nunca suficiente. Lepantó resarció con 2.825. 614 pesetas y La Vasco Navarra 140.416, 24 sobre un capital asegurado de 12.312.750 pesetas. El incendio fue el más dañino de Baztan junto al de Lekaroz pueblo, prendido por el guerrillero Mina en la Guerra Carlista, y tuvo destacada repercusión en la prensa hasta de Madrid, Barcelona y Sevilla, y en la internacional desde Burdeos a París, y de Moscú a América Latina.
Consecuencias
“Este incendio facilitará”, escribirá el P. Provincial, Florencio de Artavia, “que las obras que hayan de hacerse se hagan con miras a la solución total que sobre el colegio tenemos planteada”. En efecto, se llevaba tiempo discutiendo, a veces de manera vehemente, el proyecto para la modernización del centro educativo.
Lo recogió La Vanguardia de Barcelona, apenas días después, 16 de diciembre de aquel 1962: “El siniestro que destruyo el famoso colegio capuchino de Lecaroz, ha puesto de actualidad el proyecto de construir un liceo que venga a sustituir el amplio pero antiguo caserón situado en el valle navarro del Baztán. Se quiere (...) un gran centro de enseñanza que esté dotado de las adelantos que concurren en los principales de Europa, precisamente para enhebrarse en ese plan de bachiller europeo que viene pensándose hace ya varios años. Se irá en seguida a acelerar los trámites oficiales para llegar cuanto antes a la realidad de esta gran obra”.
“Los ex alumnos, numerosísimos en toda Navarra- y en las provincias vecinas, sobre todo en Guipúzcoa y Vizcaya, trabajan activamente desde hace algún tiempo y ahora, con ocasión del incendio (...) han activado sus gestiones, pues realmente sobre ellos descansa el proyecto. Las obras se calcula que tendrán un presupuesto inicial de ochenta millones de pesetas. Dos arquitectos navarros ex colegiales, los señores Esparza y Ariz, realizan los estudios para llevar a cabo tan importante obra. El nuevo colegio, una vez terminado, se denominaría Liceo Lecároz y sería dirigido, como hasta ahora, por los PP. Capuchinos”, decía el periódico barcelonés.
Ya en 1954, el rector P. Marcelino de Tolosa, decía que “también las instalaciones envejecen”, y en la primera asamblea excolegial expone la cuestión y delicada situación económica, aunque piensa modernizar el colegio “comenzando por una instalación de gimnasio y piscina”. Los arquitectos Gerardo Plaza y Francisco Garraus proyectarán la construcción de un nuevo edificio (planta baja y cuatro pisos) en el solar del frontón de la 1ª sección y un salón de actos con 815 localidades (los dos presupuestos, doce millones y pico que, en unos meses, llegarán a casi 19 millones, a pesar de que, tras recorrer el colegio, ambos creen “preferible un pabellón nuevo que cualquier reforma del viejo”. En 1957, el Consejo de Ministros declara el “interés social” del proyecto, aunque no se llevará a cabo.
El nuevo colegio
Finalmente, el 26 de abril de 1966, último día de las Bodas de Diamante del Colegio (1899-1966) se pone la primera piedra del Liceo Lecároz, procedente en clara simbología de la casa nativa del fundador, el padre Joaquín María de Llevaneras. La empresa Goysa-Walsh, de Pamplona-Madrid, se ocupará de las obras, sobre proyecto de los arquitectos Libano y Arraiza y en terrenos adquiridos al propietario de Atxoborroa, a la familia Ubillos y la finca Hualdea, también con “interés social” firmado por el generalísimo Francisco Franco y el ministro de Educación, Manuel Lora Tamayo.
El 1º de junio de 1968 se inauguran las instalaciones, que entrarán en servicio el curso siguiente. Pero a partir de los años 70 llegan vientos de cambio, la educación empieza a experimentar cambios notable en dotaciones, textos, titulaciones, y modernizando casposas ideologías y la enseñanza pública se equipara y resulta más atractiva que la religiosa que ve reducirse la matriculación de alumnos.
Una nueva dotación colegial, la cafetería, gana adeptos y es muy bien acogida, demasiado incluso en opinión de algunos, y pronto deja sentir sus efectos. Las magníficas instalaciones deportivas, antes casi única oportunidad de ocio, se vacían en los recreos, accede alumnado femenino por primera vez en la historia del colegio, el profesorado, antes religioso en su totalidad (faltan vocaciones), obliga a contratar personal laico, un gasto añadido (sueldos, seguridad social...) para la maltrecha economía capuchina.
La realidad y las dudas en la Orden se imponen, otra vez se plantea su función: Teología, Filosofía y Misiones o Enseñanza, se vende (1990) el nuevo centro al Gobierno de Navarra para Instituto de 2ª Enseñanza, en 2006 el antiguo colegio y los capuchinos abandonan Baztan después de más de un siglo. “El desguace de Lekaroz ha comenzado”, declarará el P. Juan Bautista Luquin. El Gobierno se despreocupa de vigilar su propiedad y el expolio y destrozo es escandaloso e indignante. Luego, con injustificable justificación y tras el paso arrasador de los vándalos, opta por lo más fácil y derriba todo. Y punto final.