El PSG, rival de la Real Sociedad en la Champions League, sigue teniendo dinero casi por castigo, siendo como es un club Estado amparado por el paraguas del Gobierno de Catar. Y continúa gastando, obviamente, importantes cantidades a la hora de reforzarse. Dembélé, Kolo Mouani, Gonçalo Ramos, Lucas Hernández... Hablamos de futbolistas de primer nivel, cuyo fichaje se encuentra al alcance de muy pocos equipos en el mundo. Los cuatro citados le han costado a la entidad parisina, por ejemplo, un global de 255 millones de euros, una cifra significativa que, sin embargo, no debe ocultar el viraje llevado a cabo el pasado verano con la política deportiva de la institución. Se sigue invirtiendo. Se sigue fortaleciendo la plantilla. Pero ya no se va a por la estrella de turno ni a coleccionar cromos. Ahora se trata de incorporar piezas que redunden en un mejor funcionamiento colectivo.
Messi ya no está. Tampoco Neymar, ni Verratti. Y está por ver qué pasa con Mbappé a partir de este próximo verano. Así, en pleno éxodo de galácticos, y por mucho que hasta once nuevos jugadores (más dos cedidos que regresan) se hayan sumado al plantel en la actual temporada, puede afirmarse que el gran fichaje del PSG este curso es el entrenador Luis Enrique, a quien se ha encomendado una compleja misión. El técnico asturiano aterriza en un club concebido durante los últimos años desde una mera suma de individualidades: debe lograr ahora que la escuadra carbure desde el punto de vista grupal, y no tanto ya a golpe de talento. Para facilitar tal causa, la entidad parisina sigue haciéndose con grandes futbolistas, aunque buscando perfiles algo más bajos que los de hace no mucho tiempo...
No resulta fácil encarar empresas como la que asumió en verano el propio Luis Enrique. El gijonés se hizo con las riendas de una plantilla muy renovada y trató de imponerle además un sello muy particular, el suyo. Los equipos del ex seleccionador español resultan muy proactivos en cuanto a juego, se exponen tanto con balón como sin él, y requieren de unos automatismos que no se asimilan de la noche a la mañana. Así, los primeros pasos del PSG en sus dos principales competiciones, la Ligue 1 y la Champions League, no fueron nada sencillos.
En el campeonato doméstico, por ejemplo, los parisinos solo ganaron tres de sus siete primeros encuentros, una marca nada habitual para un equipo acostumbrado a dominar la competición. Empezaron empatando en casa con el modesto Lorient (0-0). Repitieron igualada en el siguiente encuentro en Toulouse (1-1). Y, aunque mediaron luego triunfos ante Lens, Olympique Lyonnais y Olympique de Marsella, rivales a priori potentes, también se dieron tropiezos con el Niza en el Parque de los Príncipes (2-3) y con el colista Clérmont a domicilio (0-0).
¿Y en la Champions? Pues en Europa llegó a pintar muy mal la cosa cuando, en el minuto 97 de la quinta jornada, el Newcastle ganaba 0-1 en París gracias a un tempranero gol de Isak. Después, en el 98, el afamado árbitro polaco Marciniak señaló un controvertido penalti a favor de los galos, a quienes el 1-1 final allanó sobremanera el camino hacia la siguiente ronda. De caer con las urracas, habrían encajado su tercera derrota continental en cinco partidos, tras las de St. James' Park (4-1) y San Siro (2-1), dentro de una senda más costosa aún que la de la liga. De todo aquello, sin embargo, han transcurrido ya varios meses, habiéndose enderezado la trayectoria del PSG. De los siguientes catorce partidos del torneo local ha ganado doce, empatando los otros dos (es líder con once puntos de renta). Conquistó la supercopa francesa en enero. Y sigue vivo en copa y Liga de Campeones. Nada mal.
La propia Champions regresa ahora al horizonte parisino para poner a prueba una mejoría que, por otra parte, parece bastante evidente. Apuntan a ella los datos ya mencionados, y también las sensaciones que ofrece una escuadra más sólida que la muchas veces zarandeada en el duro otoño. De momento Luis Enrique ha logrado mentalizar a los suyos para practicar una efectiva presión alta que ha convertido al PSG en una escuadra más incómoda para el rival de lo que lo era antaño. En ataque, mientras, comienzan a fluir las ofensivas desde naturalezas muy dispares: la electricidad de Mbappé, Dembéle y compañía estaba ahí desde el principio, pero ya asoma también el buen pie de los Vitinha, Zaire-Emery o Beraldo (central brasileño recién fichado) para sumar fluidez en contextos de espacios más reducidos.
El técnico asturiano maneja ahora a un equipo sensiblemente mejor que hace dos meses cuando se celebró el sorteo, circunstancia que obviamente perjudica a la Real. El nivel exhibido por los txuri-urdin en Europa, sin embargo, obliga a tener en cuenta sus opciones de pasar a cuartos de final. Existen y no son escasas, aunque, reconozcámoslo, enfrente hay un hueso (cada vez más) duro de roer.