Han pasado la vida rodeados de fogones, pegados a la barra y correteando por el bar, un lugar que para ellos era como un pequeño parque de atracciones, y su casa. Los hermanos Merche, Charo, Juan Pedro y Clemente Arrugaeta cierran hoy domingo, y para siempre, las puertas del mítico Restaurante Arrugaeta de Orozko. Lo harán tras una vida dedicada a ese duro trabajo que es la hostelería.
Lo hacen con “pena no, lo siguiente”, cuenta Merche. Pero es una decisión muy meditada que, por mucha pena que les cause, “ya está tomada”. La historia de este restaurante ha estado ligada siempre a la familia Arrugaeta. “El restaurante lo abre nuestro abuelo, que trabajó con un tío nuestro”. Es unos años más tarde, después de casarse, cuando las riendas del negocio familiar las cogen Clemente Arrugaeta y Chefi Juaresti, “nuestro padre y nuestra madre”.
Son años dedicados plenamente al negocio, trabajo y más trabajo. “Vivíamos en el bar, como quien dice, todo el día correteando por aquí”, recuerdan. “Recuerdo incluso que en los primeros años, para que la gente se haga una idea de cómo han cambiado los tiempos, antes de ir a la cama nos bañaban en un gran fregadero que había en el restaurante”, comenta Merche mientras ríe.
En el caso de su aita y ama, “trabajaban de sol a sol, la hostelería sigue siendo un trabajo muy duro pero antes lo era todavía más, estabas todo el día en el restaurante”. Fue y ha sido un negocio familiar, con toda la familia implicada: “También la abuela, otra tía mayor en la cocina echando una mano a mi madre… allí ayudaba todo el que podía”.
PLATOS QUE NUNCA HAN FALTADO
Han sido muchos los platos que han hecho del Arrugaeta un templo de la cocina clásica. Si hay que escoger algunos, destacan “las alubias, la merluza o la falda asada”, pero han sido muchos. “La sopa de pescado, besugo...”. Y en el recuerdo de Merche también está “la cecina que hacía mi madre, muy rica y como no, la garrafa”. Todavía se acuerdan de “nuestros tíos e incluso nuestro padre, en un patio que había al lado de la cocina, dale que dale a la garrafa para que los clientes pudieran llegar y antes de la comida, eso si, en los días grandes, se les sacaba un plato de cecina y garrafa para beber”.
Son muchos los recuerdos que se agolpan en estos momentos. “Yo recuerdo que hasta me daban de comer los clientes más habituales, si es que pasábamos aquí todo el día”. Clemente recuerda con asombro cómo lograban cocinar cientos de Besugos en la chapa, porque era una cocina de carbón, y en los días fuertes de feria, venían clientes a desayunar besugo, desde la mañana hasta las 2.00 se servía comida.
También Juan Pedro tiene muchos recuerdos de pequeños, por ejemplo cuando “mi primo y un vecino entraban a la cocina y de una caja llena de angulas se llevaban un puñado cada uno y salían a la calle comiéndoselas como si fueran pipas”. O el coche que compró su padre, que “valía para todo, la de kilos de pescado o chipirones que se transportaron desde Bermeo a Orozko en aquel coche...”.
Llega un momento en el que “los cuatro hermanos nos hacemos cargo del negocio”. Eso ocurre en 1991, y aunque el restaurante ha evolucionado en algunos aspectos, “siempre hemos mantenido la esencia, los platos más típicos, la manera cercana en la que hemos trabajado con respecto a la clientela… si no, no hubiera sido el Restaurante Arrugaeta”.
La familia, de Orozko, deja a mucha clientela fiel con una sensación de pérdida. “A la clientela le da tanta pena como a nosotras, a mi me sacan las lágrimas muchos días. Te dicen que dónde van a ir a celebrar, que dónde van a comer ahora a diario...”. Arrugaeta ha sido “como una segunda casa para muchas personas de Orozko”. Para el cierre “no vamos a hacer nada especial porque sino estaríamos hasta el lunes, con toda la gente que se acercaría a despedirse”.
Ahora toca descansar, tras una vida laboral dedicada a la hostelería y a ese templo que además de gastronómico, es el lugar donde la familia Arrugaeta-Juaresti ha ido escribiendo su historia.