Resulta paradójico que un grito de lo más animado que suele cantar la afición realista cuando viaja sirva para resumir una de las mayores vergüenzas que ha vivido el estadio de Anoeta. Y eso que, desgraciadamente, en los últimos años, el listón está alto en comportamientos delictivos y vomitivos por parte de los radicales de sus visitantes en su jaula para animales correspondiente. "Hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual".
Los ultras del Anderlecht también han venido a beber, pero su objetivo ha sido liarla y sembrar el caos a su paso. Imaginamos que el resultado también les daba igual, porque ellos son más de sabotear los partidos. Este jueves, después de que la Policía haya tenido la brillante idea de dejarles que disfrutaran plácidamente de la Parte Vieja donostiarra y les han organizado un tour turístico, porque para eso han estado en la Bella Easo mientras han insultado y amenazado a los ciudadanos de bien que se les ha ocurrido sacar un móvil para grabarles o mirarles (no les ha importado si eran abuelos, adultos, jóvenes o críos, lo mismo les ha dado), todavía les tenían reservada una sorpresa aún mejor.
En el campo, sin que nadie les haya dicho nada, han roto uno de los cristales de protección de la grada y varios asientos para lanzárselos a la grada familiar que se encuentra por abajo. Mientras el pánico se ha desatado en el piso inferior y varios socios se han marchado a su casa con sus críos aterrados, a los que les costará regresar para ver otro partido de su equipo, la Policía no ha hecho absolutamente nada.
Y lo que es peor, en medio de un clima de angustia, con varios ataques de ansiedad asistidos por los servicios médicos, la Policía les ha dejado hacer a su gusto hasta el descanso. Sus fechorías han acabado llegando al campo, donde, y, en medio de una atmósfera muy enrarecida, han ayudado a su equipo a remontar el gol que han llevado de desventaja gracias a, en parte, el desconcierto absoluto de los jugadores locales, motivado por la incertidumbre de lo que sucedía en las gradas.
¿Y la UEFA? Remiro ha llegado a detener el partido minutos antes del segundo gol, pero el árbitro ha determinado que en la grada aún no había ningún muerto, por lo que han tenido que seguir. Así es la UEFA, solo les importa el dinero y que se cumplan los horarios. Este es el momento de plantarse y de dejar claro que si un grupo ultra comete semejantes atentados en nuestra casa, el encuentro se detiene hasta que se llegue a una solución. La que quieran. O expulsar a los asquerosos y peligrosos visitantes o incluso suspender el encuentro. Pero aquí no se juega más mientras haya socios blanquiazules en su grada que corren peligro.
Y no, no nos vale con que Jokin Aperribay, el mismo presidente que no ha condenado aún que una aficionada de la Real haya recibido un impacto en una carga incomprensible y luego un agente le haya propinado una patada cuando yacía en el suelo herida, salga y declare muy enfadado una noche que los radicales del Benfica van a pasar el resto de su vida en la cárcel. Porque lo diga él. Si el dirigente realista no considera que se ha llegado a una situación límite y así no se puede seguir, apaga y vámonos.
El resultado no le ha dado igual a la Real. Todo el mundo ha coincidido en las horas previas en que era un buen momento para rotar y que parte del equipo descansara, pero a Imanol se le ha ido de la mano. Esto es Europa, enfrente estaba el Anderlecht, que suele tener buenos jugadores porque es el club más grande de Bélgica aunque esté en horas bajas, y el encuentro se disputaba en Anoeta.
Por mucho que la plantilla haya mejorado su nivel, sea más completa y disponga de más alternativas en este club, el mismo que conoce como la palma de su mano, porque es el suyo y lo siente como ninguno, casi nunca ha funcionado la fórmula de cambiarlo todo. Insistimos, era previsible un meneo importante al árbol con muchas caras nuevas para poder reservar jugadores, pero lo de este jueves ha sido excesivo.
El hecho de que el Anderlecht haya competido con su unidad B y, a pesar de que ha sido él mismo quien ha exigido todo el respeto del mundo al rival por su leyenda, la circunstancia le ha acabado llevando a engaño. También se puede discutir su apuesta por los cinco defensas, cuando esta vez han ido de dominador y no de dominado como en Niza. Es curioso, porque es el propio técnico quien suele decir que cuando piensas más en el siguiente encuentro, lo normal es que pierdas. No ha cambiado a Labaka por Ansotegi, que suele estar en la grada como analista de puro milagro.
La otra gran novedad ha sido la titularidad de Sadiq en busca de una terapia de choque que acabara con su depresión. En defensa del técnico, sería injusto no decir que todo parecía ir según lo acordado hasta que han aparecido los delincuentes en la grada. Incluso a los cuatro minutos, un buen robo y un centro perfecto de Sadiq (sí, han leído bien) lo ha aprovachado Pablo Marín para estrenarse como goleador. El propio nigeriano no ha atinado segundos antes con una volea y, pasado el cuarto de hora, ha desperdiciado de forma incomprensible un centro perfecto de Aihen. Lo peor de todo es que ni lo ha atacado en el aire.
En cuanto han comenzado los incidentes en la grada, la Real se ha desvanecido con la misma facilidad de un castillo de naipes. En una jugada defendida peor que los juveniles, Luis Vázquez ha hecho la igualada. Odriozola ha firmado una gran carrera que ha acabado Aihen con un chut cruzado, antes de que Leoni haya enganchado un voleón terrible que ha sorprendido a Remiro.
Sin quererlo ni beberlo (bueno, beber habían bebido mucho) y sin darse casi cuenta, a la Real le han robado la cartera y lo peor de todo es que ya no ha habido a haber vuelta atrás. Óskarsson, en un pase largo de Remiro antológico, ha estrellado su disparo en el larguero.
Reacción
En busca de la reacción Imanol ha reculado en el descanso y ha metido a Aguerd, Kubo y Barrenetxea. Con lo que no contaba ha sido con que ha permitido al Anderlecht crecerse para sentir capaz de dar la campanada de la jornada en la competición. Como suena.
La Real lo ha intantado de todas las maneras, con un ataque muy posicional más propio de balonmano que de fútbol, pero se ha estrellado una y otra vez contra un muro. Kubo ha sido el que más ha intentado intentó y Óskarsson, esta vez con la zurda, y Brais, de cabeza, se han quedado muy cerca de empatar. También los belgas han podido aumentar su renta a la contra.
Y se acabó. Otra noche para olvidar, pero para apuntar y aprender. Por errores de estrategia e individuales que no se pueden volver a repetir en un equipo muy blando y frágil de cabeza. Y porque el guión ha sido el mismo que contra el Benfica en la mayor fiesta que se recuerda en Anoeta hasta que sus cafres se pusieron a lanzar bengalas a la grada joven. Aquella noche a la Real le salvó que llevaba tres dianas de ventaja.
Esta vez no. Si me apuran, después de los fuegos de artificio de los del Zenit, que contaron con la complicidad de los dirigentes de su club, Paredes también puso la sentencia ante una Real noqueada y frente a una grada a la que el resultado, como este jueves, ya le daba completamente igual. La consigna tiene que estar muy clara. No queremos más ultras en nuestras calles ni en nuestro estadio. Y si la lían y ponen en peligro la salud de la afición txuri-urdin, no se juega más hasta que se solucionen los incidentes. Hasta aquí hemos llegado. Esto no es fútbol ni es nada.