“La pena es la mujer del pene. De la pena no se vive. Yo lo que quiero es que me traten con dignidad y justicia. No pido nada más”. Alain Arteagabeitia (Santurtzi, 45 años) ha sobrevivido a dos linfomas, dos embolias pulmonares y le diagnosticaron esclerosis múltiple secundaria progresiva en 2011. Vive en una silla de ruedas desde 2016. Una noche, cuenta, pensó que se moría y al día siguiente se despertó y resulta que estaba vivo. Pero no aguanta la condescendencia, ni siquiera la bienintencionada, porque suele ir acompañada de un trato paternalista. No está para dar lástima a nadie. Es uno más. Es, dentro y fuera del ring, un guerrero. Un luchador con un mensaje: “Estaré en una silla de ruedas y tendré mil diferencias con mucha gente que no está en mi situación. Pero soy un luchador. Somos luchadores desde que nos despertamos por la mañana. A nosotros (por el conjunto de personas con algún tipo de discapacidad) no nos bajan los brazos fácilmente. No van a conseguir derrotarnos, porque luchamos hasta el final”, dice Alain.
Este boxeador y kickboxer de Bizkaia subraya que la palabra dignidad “es importantísima” para él. Lo ha aprendido con el tiempo. Cuando con 32 años le dijeron que padecía una enfermedad degenerativa, y que su vida iba a cambiar radicalmente, tenía una hija de dos años. Trabajaba de estibador portuario. Con la esclerosis todos sus planes de futuro “se vinieron abajo”. Crecieron los nubarrones en su horizonte. “Fue un día muy complicado”, recuerda. “Te invade la incertidumbre. Piensas qué va a ser de ti, le empiezas a dar vueltas a la cabeza y a preocuparte de cosas que muchas veces ni siquiera van a ocurrir. Aunque a mí sí me pasaron”.
“ Este boxeador y kickboxer de Bizkaia subraya que la palabra dignidad es importantísima para él ”
2019 lo cambió todo. Fue el punto de inflexión. Una madrugada, a las tres de la mañana, sufrió una arritmia cardiaca. Pensó que había llegado su final. “Sentí que me moría y dije: ‘Se ha acabado el juego”. Contra todo pronóstico, logró recuperarse. Apartó “las relaciones y conductas tóxicas” de su vida, cambió el chip y empezó a hacer “visible lo invisible y a mostrar otro tipo de realidades en el mundo”. Fundó Ama, txo!, una asociación que lucha “por la accesibilidad, el derecho al trabajo y a la salud de personas con alguna discapacidad”.
El deporte es una de las patas fundamentales de Alain. Cuando se recuperó del severo cuadro arrítmico que sufrió hace seis años, se puso a hacer pilates. Después probó con el boxeo. Primero, 20 minutos al día. Por ver qué tal. “No podía con mi alma”, comenta. Pero eso solo fue al principio. “Me fue gustando cada vez más y me fui viendo más fuerte”. Luego llegaron las clases de kickboxing adaptado, donde, asegura, ha sido “uno de los pioneros” en el Estado en pisar un tatami. “Al principio, en los campeonatos de España éramos tres o cuatro personas. Ahora somos 45 o 50”. No puede parar de competir. Lo lleva dentro. El verano pasado fue a una velada de boxeo invitado por un club polaco con su entrenador y su amigo desde los 9 años.
Se acuerda de los suyos. “Suena a tópico, pero cuando estás tan metido en el pozo, te echan una mano los de siempre. Tu familia, tus dos o tres amigos de verdad, mis hermanas, que para mí han sido la hostia”. Y ahí se le quiebra la voz. “Son dos leonas que han estado al pie de la cama para ayudarme con todo lo que necesitase, dejando de lado muchas cosas de sus propias vidas”, explica. Falta un último mensaje. “Hay que luchar, no hay otra. La vida es maravillosa, pero no es de color de rosa. Al final, lo único que nos queda es nuestra capacidad de lucha”.
Volver a empezar
El boxeo y la vida. “En la vida, cada golpe que recibes es una prueba, una oportunidad para superarse. No importa lo duro que sea el golpe, lo importante es cómo respondes”.
Hacer clic. Hay gente que está metida en una espiral. Los árboles no les dejan ver el bosque. Cuando solo te dedicas a producir, te dejas un montón de cosas en el camino”.