Es sabido que todo suena mejor en italiano. La musicalidad del idioma la quebró Evenepoel, que en la víspera de la nieve, del macizo del Gran Sasso, Campo Imperatore, –sólo ya el nombre es grandioso–cargó contra Roglic diciendo que el esloveno está nervioso y que su equipo corre a empujones, intimidando al pelotón. “Tengo la impresión de que Roglic está nervioso, sabe que está a 44 segundos en la general. Además, en el Jumbo también están nerviosos en el pelotón, empujan mucho, ese es su estilo”.
Continuó cargando Evenepoel con ese aire de suficiencia que gasta, como los cuellos almidonadas. “Veremos si Roglic intenta recuperar tiempo en el Gran Sasso, pero después de la contrarreloj y la etapa del martes, creo que de momento soy el más fuerte. Es un escenario ideal para nosotros", subrayó. La argumentación del belga, que se siente mejor que el resto, responde a su carácter, un punto soberbio.
Decepcionante
Nadie entendía el motivo por el que Evenepoel actuó así, salvo por aquello de la guerra psicológica y de buscar la desestabilización del rival. No lo logro. Nada sucedió. En el primer gran día de montaña solo hubo silencio y decepción. Dimitieron los favoritos, cogidos de la mano, en comandita, en la cumbre helada.
Fríos como témpanos, alejados del espíritu que se adueñó de Dabide Bais, Vacek y Petilli que honraron al Giro. Fugados desde el amanecer, Bais celebró un victoria inopinada mientras los nobles eligieron la comodidad y el calor de los salones de la aristocracia.
No se ventiló la estancia y Leknessund conserva el rosa. Evenepoel, que tanto habló, se quedó mudo y Roglic, silencioso, taciturno, no alzó la voz. Todo sigue igual.
En la carretera, hacia el Gran Sasso, dimitió el pelotón. Regaló la fuga. Piernas en barbecho. Petilli, Mulubrhan, Vacek y Davide Bais olieron la libertad y pedalearon con el entusiasmo típico de los que buscan al menos las migas de la supervivencia.
No todo el mundo puede acceder a los salones de la alta aristocracia y sus exquisiteces. No se conoce a hambriento que haga dieta. Al fondo, cruzaban las piernas los nobles.
Dejadez del pelotón
Se arrastraban las letras. No había más discurso que el de la dejadez y el letargo, hamacados todos. Ni el líder Leknessund se alteró. La fuga se disparó hasta los 12 minutos mientras entre los mejores todo era ocio, despreocupación y holgazanería. Mulubrhan, campeón del Tour de Ruanda, se descolgó de la cordada de pura fatiga.
En la puerta al Gran Sasso, en los Abruzzos, donde se recuerda la tragedia del terremoto de L’Aquila, no había agitación. El ritmo del pelotón era la ausencia. Incluso Milan, un pistard gigantesco, se mantenía en cabeza, emparejado con los costaleros de Leknessund.
Un halo de tristeza, una sonata melancólica cubría una ascensión larguísima, pero tenue como la luz de una vela. A Thomas, al que siempre le ocurre algo en el Giro, le picó un fallo de la cadena. El viento soplaba de cara.
Desnudas las laderas, sin protección, peladas, rapadas, rocas formidables con penachos de nieve, recuerdan el invierno a los ciclistas, que son apenas unos puntos minúsculos de vivos colores. Las crestas frías de los Apeninos, montañas majestuosas, vigilaban el paso sobre una asfaltado descarnado, viejo, agrietado, sacudido por un ecosistema hostil. Inclemente.
Los mejores, juntos
Entre los mejores se apretaban como los pingüinos que buscan el calor del grupo cuando sopla el viento frío. El trío luchaba con los restos, con el alma, entre paredes de hielo y nieve. Pura agonía. Entre los nobles no querían saber nada.
Todos juntos. Armisticio. Pacto de no agresión. La dignidad estaba más adelante. Petilli, Vacek y Davide Bais purgaban después de 210 kilómetros ganándose el jornal. Una oda al sufrimiento.
En ese duelo en los estertores Bais laminó a Vacek y Petilli. El italiano festejó un triunfo imperial. Vacek se santiguó al alcanzar la cima. Vivo tras el calvario. Un rezo. Petilli se quedó con las ganas.
Gloria y honor para el trío. Entre los mejores, la nada. Ni un revuelo después de una ascensión sotto voce. El manto de silencio, la precaución y el miedo taparon el Gran Sasso. La intrascendencia. La omertà.