Un almanaque después del confeti, el gozo, la euforia y el éxtasis de Pello Bilbao en Issoire el 11 de julio de 2023, cuando se descorchó en el Tour, –un recuerdo indeleble y dedicó la victoria a la memoria de Gino Mäder– la pena acompañaba el abandono del gernikarra. Triste aniversario.
El 11 de julio de 2024, el quejido de una saeta, el dolor que no amaina, despedían al gernikarra. Enfermo, débil, Pello Bilbao tuvo que dejar el Tour, que no hace concesiones ni reverencias. A todos enamora, pero a nadie quiere. El Tour es el Tour. Para todo. Omnipotente.
Lo mismo concentra la gloria de un día para recordar y la miseria de un instante para olvidar. La vida y sus recovecos. Diezmado la víspera, el cuerpo deshabitado por dentro, el vacío ocupándolo todo, Pello Bilbao se apartó del sueño del Tour con el eco del silencio. Era una pesadilla para él la carrera.
Se descolgó del bienestar, rastreando el pelotón a distancia durante kilómetros. Un calvario. No merecía la pena. El cuerpo había entrado en barrena. La esperanza de recuperarse, de remontar y de reconstruirse era una quimera. Escuchó a sus adentros Pello Bilbao y abandonó.
En Le Lioran, un día antes, llegó a gatas, vapuleado por la enfermedad, víctima de un virus. Camino de Villeneuve-sur-Lot, donde Biniam Girmay, estupendo, gritó su tercera victoria al esprint, tuvo que arriar la bandera de la resistencia.
No tenía sentido seguir sufriendo. No era un paso de Semana Santa. Pie a tierra, desarraigado de la Grande Boucle. El primer abandono del gernikarra en una grande. A la decimosexta.
Pello Bilbao no verá los Pirineos, que tamborilean los dedos en la barandilla de las terrazas del Tour. El vizcaino quiso repetir lo del curso pasado, pero le negó el físico.
Le espera el descanso antes de embarcarse en otros desafíos. No perdona la la carrera francesa, que primero se desprendió de Ion Izagirre y ahora señala a Pello Bilbao. No hay paz que dure un año en el Tour. Un ente con vida propia. Indomable.
Caída de Primoz Roglic
Descabalgó, despiadado, a Primoz Roglic, atrapado en una caída, en una maldición constante. El drama que no cesa. Otra historia de amor imposible la del esloveno con el Tour, caído en el Macizo Central. Otra vez el mismo fotograma un día después cuando languidecía la etapa. Perdió 2:27 en meta. Un mundo. El Tour se apaga para el esloveno, que era cuarto en la general, detrás del duelo galáctico entre Pogacar y Vingegaard, y Evenepoel.
Le muerde a Roglic la carrera con saña, como si no le tuviera afecto, como si le cobrara deudas pendientes. Rencor. En 2020, Pogacar le dinamitó la alegría en La Planche des Belles Filles. En una cronoescalada para los arcanos de la carrera le arrancó el amarillo de las manos. Un episodio que aún late sorpresa. Desde entonces, el Tour parece repelerle.
Después de aquel dolorosísimo episodio tuvo que abandonar en dos ocasiones el esloveno, lacerado por duras caídas. Le arrastró por el suelo en 2021 y le tiró de nuevo en 2022. A Roglic le persigue el mal fario. En el curso de su regreso a la carrera francesa, en una isleta sin señalar, se produjo el efecto dominó que prenden los accidentes y las montoneras.
Atrapó el accidente al esloveno. Otra desgracia. El destino es cruel con Roglic, maldito en el Tour, que no tiene piedad. Roglic, que salió del enjambre del Visma, donde el rey es Vingegaard, para darse alas en el julio francés, fue otra vez Ícaro. Quemado. Abrasado por el sol.
Se le quemó el vuelo. De nuevo por los suelos. El cuerpo golpeado de este a oeste. La rodilla del costado izquierdo. El hombro del lado derecho y la rodilla. Marcado por la carretera. En Roglic confluyen los pesares del Tour.
Un maldición parece abrazarle siempre que eleva la mirada. La carrera le dobló el espinazo. Cuando alcanzó la meta, a rueda de todo su equipo, el rictus de Roglic deletreaba una derrota más.
Toda aspiración a la orla de Niza se resquebrajó en una caída que le alcanzó aunque no estaba en el epicentro del impacto. Sucedió a apenas 10 kilómetros de meta. Lutsenko se fue al suelo y se desató el caos. La cicatriz de una isleta abrió el pelotón y Roglic cayó.
No pareció afectarle el impacto hasta que reanudó la marca timorato. Recogido sobre sí mismo, asomó cabizbajo, el rostro sombreado, resignado ante una relación que no funciona. La incomprensión. La orfandad. La soledad. El desamor. La realidad.
Susto para Pogacar
Tachado Pello Bilbao, amainado el susto de la caída en la que se vio inmerso el líder, aunque no se raspó, la fuga a cuatro la manejó el pelotón con suficiencia. La condescendencia de quien se sabe más fuerte.
Se invocaba el esprint en otra jornada por encima de los 200 kilómetros. La aproximación cumplió punto por punto con la liturgia y el ritual. Columnas de equipos tomando el ancho de la carretera. Anidaban unos a los jerarcas, otros a los felinos, a los guepardos.
Girmay no perdona
El Tour está ovillado por subtramas, corrientes internas que dibujan el mapa de su naturaleza. En él se destacó Girmay, el hombre que derribó el muro. Un pionero. Un mundo nuevo.
El primer ciclista de raza negra en ganar una etapa del Tour, continuó con su marcha imperial en los esprint. Silbó otro triunfo con un esprint quirúrgico. Sumó el tercer laurel. Es una costumbre. Una liturgia. La misma que se ensaña con Roglic.