Que el 0-0 del Villamarín fuese la consecuencia más lógica del comportamiento del equipo, no quita para que se preste a diversas lecturas. La cuestión a debatir tiene que ver con la idea elegida para afrontar el encuentro. Se rendía visita a un adversario inmerso en la misma lucha, un Betis que, en la estela de cursos anteriores, merece ser catalogado como serio candidato a ocupar en junio una de las plazas que el Athletic se ha propuesto conquistar. Ernesto Valverde introdujo varios retoques, movió piezas y posiciones. No puede descartarse que fuera un plan enfocado a esta cita concreta, también por aquello de que caía después del paréntesis del Mundial. Las entendibles dudas en torno al rendimiento del equipo en una cita de este calado quizás le acabasen de convencer de que el mejor camino era el que tomó.
Analizado el potencial del rival, Valverde se decantó por plantear un duelo de desgaste, una opción más prudente que atrevida. En el fondo, una forma de reconocer que enfrente había un hueso: convenía priorizar que el Betis no se expresase como suele, especialmente ante su afición. Bien trabajada la parte del juego sin balón, las probabilidades de éxito subían y, desde luego, se minimizaba la amenaza de la derrota, pensaría el técnico. Lo que pasó vino a darle la razón, el Betis anduvo desangelado gran parte del encuentro, plegado al empuje propio, atascado. Dicho esto se habrá de reconocer que si el objetivo real era el asalto del Villamarín, el Athletic se quedó bastante corto.
Cuando el campeonato ni siquiera ha atravesado su ecuador, la trascendencia de cualquier partido se relativiza. Ninguno de los tres resultados posibles es decisivo. A estas alturas, las finales no existen. Ahora bien, la impresión que deja este choque concreto no encaja del todo con la línea descrita por los rojiblancos previamente. Ante la imposibilidad de saber si era un plan específico para medirse al Betis precisamente en esta insólita jornada o una apuesta a desarrollar en el futuro, únicamente queda aguardar acontecimientos.
Con los hermanos Williams en los costados (donde mejor se mueve el mayor), Guruzeta en punta y Sancet en tareas de enlace, había suficiente gente de ataque. Este cuarteto contó además con la constante ayuda de los laterales y Vesga se esforzó en pisar zona de remate. Quiere decirse que la novedad de juntar a Dani García y Vesga en la media, por sí sola, no supone una limitación para que el equipo se explaye ofensivamente. Es obvio que la alineación de Dani García pretende desahogar a los centrales y, de paso, permitir que el bloque vaya muy arriba a robar porque él se encarga de cubrir la espalda al resto.
El Athletic salió a contrarrestar las virtudes del Betis, a agujerear esa red de pases a ras de césped que nace en el área y va ganando metros con un ritmo envolvente, lento en apariencia, pero con capacidad para acelerar y desequilibrar arriba. Y lo logró. Hasta el descanso, el Betis no carburó, pero el problema estuvo en la poca rentabilidad, prácticamente nula, extraída de esa labor coral. Si pese a acogotar al contrario no se le hace daño, el partido suele hacerse largo, llega un momento en que la tenacidad y la disciplina se resienten, aparecen espacios. El guión de la segunda mitad fue diferente. El Athletic sujetó peor, no pudo evitar que la pelota se trasladase a su terreno, reculó, Fekir y compañía empezaron a rondar los dominios de Simón. En fin que asomó el riesgo de que el plan saltase por los aires.
El pobre balance en ataque antes del descanso derivó en un deprimente ejercicio de impericia. Esfumada la probabilidad de sumar tres puntos, a pesar de que siempre cabe que surja un golpe de fortuna, un lance aislado, el Athletic se fue conformando con asegurar la igualada. Es lo que tiene jugar a que el otro no juegue: mientras hay frescura y el oponente está incómodo, resulta más fácil fabricar peligro; sin recompensa, el paso de los minutos acentúa el instinto de supervivencia, el ánimo para profundizar se debilita. Así se explica que el Athletic no rematase una maldita vez a portería en toda la tarde y en el segundo tiempo necesitase catalejos para verle la cara a Rui Silva. No es un déficit de ambición, solo que desperdiciada la fase en que se sintió superior para cobrar ventaja, el equipo va adoptando un perfil más chato. Menos mal que la mejoría del Betis no fue para echar cohetes. El parón afecta a todo el mundo.
La pregunta que apetece formular es si el Athletic atesora argumentos para hacer más. Por ejemplo para examinar a fondo la precariedad de un adversario desprovisto de tres titulares (Pezzella, Edgar y Guido) en su estructura defensiva. O sea, en la línea sugerida otras tardes: menos pendiente del rival, más incisivo y alegre, exhibiendo un atrevimiento más acorde al ansia declarada de figurar entre los destacados en junio.