Un año más se han quedado sin desfilar por las calles de Pamplona, su hábitat natural. Pero la Comparsa no ha parado este verano. Este sábado ha cerrado ciclo en la Ciudadela con siete nuevos pases de su Baile de Gigantes. Ese que ha agotado 14.400 entradas a toda velocidad en cada una de las 18 representaciones programadas, 800 por función. 750 kilómetros de furgoneta para traslados y 72.000 pasos de gigante sobre el escenario pensando "sobre todo en los peques, los que día a día te ponen las pilas con sus caras de ilusión", dice Miguel Gainza, una de las últimas incorporaciones de la Comparsa.
Los pequeños Daniel y Natalia, vestidos de gala para la función. Fotos: Unai Beroiz
"Las figuras son muy grandes, pero la respuesta de la gente nos hace pequeños. Te encoges. La rapidez a la que se agotaban las entradas ha sido abrumadora. Y es de agradecer". Cuando el Consistorio les trasladó la posibilidad de bailar al aire libre, con protocolos, público sentado y demás medidas de seguridad, la Comparsa celebró una asamblea para decidir qué se iba a hacer y cómo.
Los 'zaldikos' no pueden renunciar a sus instintos, ni siquiera durante los ensayos.
"De alguna manera, aunque no sea la tradicional, es una forma de llegar a la ciudadanía", dice el presidente Ibon Laspeñas un guion exprés y unos cuantos y complicados ensayos después. "Hay que agradecer cómo ha arrimado el hombro toda la Comparsa".
Concentración en los instantes previos a la primera función.
"Se ha hecho un gran esfuerzo, y siempre es reseñable por muy pasional que sea esto", corrobora Fermín Cariñena, autor de la dramaturgia, para quien "la comparsa solo tiene sentido en el escenario en un contexto como este. La comparsa tiene que estar en la calle, ahí somos democráticos, para todo el mundo igual", afirma.
La Comparsa, a escena.
"Lo peor para ensayar eran las distancias. Puedes preparar un baile, pero después tienes que encajarlo en las medidas limitadas del escenario; la distancia de las figuras, cómo quedan, los espacios, huecos, giros...", describe Enaut Andueza, responsable de la última coreografía, creada para la cita. "Hay mucho veterano que llevan años bailando los gigantes, y facilita las cosas. Ha sido un trabajo duro pero a la vez muy satisfactorio", recalca.
"Es bonito sentirlo otra vez, volver a ponértelo... son recuerdos emotivos que vuelven. Dos años sin Sanfermines y sin comparsa es mucho tiempo", dice Naiara Palacios. Lleva 10 años en la Comparsa y este sábado ha debutado en la Ciudadela en la piel de un zaldiko y la Abuela.
Fermín Cariñena termina de preparar a Naiara, que ejerce de 'zaldiko'.
"Ha sido muy emocionante volver a coger las figuras. Este parón nos han dejado un poco oxidados, el primer ensayo fue difícil, volver a coger el ritmo y sobre todo el nivel que se exige para las figuras de Pamplona. Pero las ganas y la ilusión todo lo pueden, y el primer pase que hicimos prácticamente acabamos todos llorando a moco tendido, de ver de nuevo a la gente emocionada, de poder girar debajo de las faldas... Son momenticos que valoramos mucho, y se echaba en falta ese punto de conexión entre las figuras y la ciudad de Pamplona", comenta Pablo Pascual, a sus 23 años el más joven de los giganteros de la Comparsa.
Entre bambalinas durante la función.
"Se echa un poco en falta poder jugar con los niños en la calle, acercarte a uno por detrás y darle un pequeño susto, bailar con una señora... pero cuando damos la primera vuelta y nos ponemos de cara al público, y por primera vez ves las caras de la gente, es una sensación muy especial", asegura.
Un pequeño 'Toko-toko' frente a sus 'mayores'.
"Dentro de un gigante ves la cara de un niño de tres años y la de una persona de 84. Y con la diferencia de edad, es la misma. La mirada de emoción y de sentimientos es igual porque esa persona mayor ha visto con tres años a los gigantes por Estafeta, Plaza del Castillo... y está recordando. La historia de este espectáculo es eso, el recuerdo de la gente que ha vivido la comparsa desde que nació. Y está muy lograda", argumenta Óscar Otazu, que comparte escena con su hijo Iker, actor que en la función da vida a un chaval al que su abuelo enseña desde la distancia qué es eso de la Comparsa.
"Como mi padre lleva desde que nací y antes bailando los gigantes, he estado siempre al lado, en los ensayos y disfrutando en la calle. Y me hizo mucha ilusión participar en esta obra en Pamplona", afirma el joven de 14 años.
Óscar Otazu e Iker, padre e hijo compartiendo función.
Para Iván Delgado, que en la función baila tres valses con los gigantes asiáticos y Braulia, este verano ha sido "raro y agridulce". Este sábado tenía ganas de "disfrutar al máximo" las últimas funciones, pero tiene claro que "los gigantes son de calle, es donde tienen que estar. Hay niños que no saben qué es un gigante, no se han metido dentro... Y eso se necesita, que los críos ven qué es un gigante, unas figuras con más de 150 años. Hay que verlos", afirma.
"Hombre, lo más bonito es estar en la calle, rodeado de gente. El contacto directo. Esperemos que el año que viene, en vez de aquí, nos volvamos a ver por las calles, como tiene que ser", concluye Andoni La Haba, a sus 53 años el gigantero más veterano este sábado.