En un verano que bate récords de visitantes, la turismofobia alcanza niveles impensables. Hasta Santiago de Compostela, otrora ciudad que no daba una voz más alta que otra, se ha levantado en armas, cansada de que el casco histórico sea “como un paso de Semana Santa constante”. La reacción se produce en medio de una afluencia de turistas nunca vista en la península, que espera cerrar el verano con 95 millones de visitantes internacionales.
Cientos de miles de personas han salido a la calle para protestar contra el turismo masivo. Incluso Canarias, el sancta sactorum de la España de sol y playa, se ha sublevado, cansada de la merma de la calidad de vida. “No es sostenible seguir así, con atascos continuos o alquileres imposibles de pagar”. Pero el rosario de protestas se ha extendido por toda la geografía; “Mallorca no se vende-Digamos basta” ó “Donostia no está en venta”, son dos ejemplos más del hartazgo.
Ecologistas en Acción sostiene que la masificación turística “sumada a las prácticas irrespetuosas del sector, están provocando que se multipliquen las expresiones de turismofobia”. Para combatir esta situación, la organización ecologista sostiene que es necesaria “una planificación y regulación de la presión demográfica, que sucede, sobre todo, en vacaciones”.
Las críticas hacia el turismo de masas, aunque no son nuevas, han adquirido este verano una dimensión sorprendente. Ya el pasado abril, decenas de miles de personas tomaron las calles en las ocho islas canarias para pedir un giro de modelo, al grito de “Canarias tiene un límite”.
Palma de Mallorca también se ha llenado de manifestantes que se pronuncian en contra de estos peregrinajes continuos. Alegan aumentos en los precios inmobiliarios y playas atestadas, entre otros problemas que aquejan a la isla. Pere Joan Femenia, de Más Vida (Menos Turismo, Más Vida), asegura que el turismo de masas dificulta la vida de la población local, que no puede permitirse vivir en su propia isla porque los apartamentos turísticos hacen subir los precios. Los turistas llenan las playas y sobrecargan los servicios públicos. Y ese modelo turístico precariza las condiciones laborales. Un claro ejemplo es el de las kellys, las limpiadoras de las habitaciones de hotel, que han visto cómo, al aumentar el número de turistas, se dispara su carga de trabajo sin que sus sueldos lo noten.
Parques temáticos
Bajo el lema, “No somos un parque temático, Málaga para vivir, no para sobrevivir”, también en esa ciudad de la Costa del Sol se han rebelado para reclamar viviendas asequibles y protestar contra la avalancha de turistas . “Mi piso no es tu hotel”, rezaban los carteles en Alicante donde se critica que “la ciudad ha sido secuestrada por el turismo desmedido”. “Las calles que antes rebosaban de vida vecinal y cultural se han convertido en un laberinto lleno de turistas mientras la esencia de la ciudad se ahoga entre souvenirs, selfies y prisas”. La especulación inmobiliaria que genera la llegada masiva de visitantes y que está expulsando a los vecinos de sus barrios ha generado plataformas como Cádiz Resiste.
Esta historia se repite en todo el país, donde los propietarios han desahuciado a residentes de larga duración en favor de turistas o han subido los alquileres para que sólo los nómadas digitales con altos ingresos puedan permitírselos. Mientras se debate sobre cómo encontrar el equilibrio entre calidad y cantidad, se buscan fórmulas para no morir de éxito. Así, por ejemplo, se plantea que los turistas paguen más tasas para compensar el impacto negativo de su visita, o se propugna un turismo sostenible y regenerativo.
El apunte
Controles. El 45% de los ciudadanos cree que se debería implementar cuotas de visitantes para controlar el flujo de turistas en las ciudades y para el 70% se debería aplicar límites más estrictos a las actividades turísticas en áreas protegidas, como parques naturales, según una reciente encuesta. Los encuestados que habitan en las regiones más afectadas como los andaluces o catalanes, van más allá, y el 50% considera que se debe prohibir la construcción de nuevos alojamientos turísticos en zonas ya de por sí saturadas.