De la Guayana francesa a París a los 14 años para hacerse jugador y de allí a Milwaukee a los 19 para cumplir un sueño, el ala-pívot galo vive ahora encantado en Bilbao una nueva estación de su camino en el baloncesto
Damien Inglis (20-V-1995, Guayana Francesa) suelta una carcajada cuando se le cuestiona por algo que se pregunta cualquier persona que asiste a un partido del Surne Bilbao Basket cada vez que le ve en acción: ¿cómo es posible que un jugador de su calibre estuviera sin equipo el pasado mes de noviembre? "No lo sé, a veces este es un negocio en el que se necesita tiempo para que un jugador encuentre un lugar en el que encaje", apunta. Buen conversador, reflexivo en sus respuestas, el ala-pívot añade a renglón seguido: "No sé por qué ha pasado, pero estoy contento de que haya pasado porque estoy aquí y me encanta".
Aquí es Bilbao, última estación, de momento, de un larguísimo camino que ha recorrido con una idea clara: formarse como el mejor jugador de baloncesto posible y competir, probarse ante los mejores. Por lo primero se marchó a los 14 años a París, a más de 7.000 kilómetros de su Cayena natal, para integrarse en el prestigioso INSEP francés; por lo segundo recorrió prácticamente la misma distancia a los 19 para cumplir su sueño en los Milwaukee Bucks de la NBA. Hoy en día su lugar en el mundo y en el baloncesto es Bilbao tras cuatro temporadas sin acabar de explotar en el baloncesto francés y asegura estar encantado: "Es una ciudad preciosa con gente muy agradable. El club es muy profesional y me lo han puesto todos muy fácil para encajar. Te puedo decir que el Bilbao Basket es una de las mejores organizaciones a las que he pertenecido en Europa. Es un placer venir a entrenar a diario con estos tíos y competir junto a ellos".
Inglis nació enamorado del fútbol, pero su vida cambió cuando a los nueve años un primo mayor puso en sus manos su primer balón de baloncesto. "Fue un momento mágico", recuerda. Desde aquel momento supo lo que quería hacer con su vida y asumió cualquier sacrificio que hiciera falta. El primero llegó cuando tuvo que marcharse de la Guayana hasta París para enrolarse en el Instituto del Deporte francés. "Fue muy duro. Mi única conexión con esa ciudad era que una hermana vivía allí, pero cuando dejé mi casa sabía por qué lo hacía. Llené mi cabeza con mi objetivo de ser jugador de baloncesto para combatir todos los malos momentos que tenía. Pero no es solo enfocarte en un objetivo, fue importante también ser muy optimista. Porque en ese camino hacia convertirte en un buen jugador pueden surgir muchas dificultades. Abrí mi mente y me eduqué a mí mismo para convertirme en un hombre y crecer como jugador", recuerda.
Aquel joven Damien jugaba contra chavales un año mayores y se desarrollaba en un entorno muy competitivo. "Lloraba todas las noches, yo era el chico pequeño y el resto acostumbraba a batirme", rescata sin acritud de su memoria: "Aquellos años me enseñaron a ser humilde, un buen chico, y el camino hacia el profesionalismo". Porque Inglis destacó rápidamente. Internacional galo desde la categoría sub'16, comenzó a ser un habitual en torneos de promesas, lo que le permitió recalar en la Pro A francesa a los 18 años de la mano del Chorale Roanne en una gran experiencia en lo personal pero no en lo colectivo. "El equipo bajó a la Pro B. El ambiente era muy severo, con un entrenador serbio muy duro. Teníamos un gran grupo pero no encajábamos como equipo. Llegar del entorno del INSEP, acostumbrado a que deportivamente todo fuera bien, a aquello fue realmente chocante. Derrotas prácticamente cada semana, el presidente bajando al vestuario a decirnos que había que sacar partidos adelante... Aquello me enseñó lo que me iba a encontrar en el mundo profesional", destaca.
LA LLAMADA DE LA NBA
Sus estadísticas no fueron arrolladoras (4,6 puntos y 3,6 rebotes por cita), pero sus características como prometedor alero ya habían captado la atención de la NBA y fue elegido en el puesto 31 del draft de 2014 por aquellos Milwaukee Bucks dirigidos por Jason Kidd en los que empezaban a despuntar un jovencísimo Giannis Antetokounmpo y Khris Middleton, pilares del anillo del pasado curso. "Muchos equipos habían venido a verme jugar por lo que sabía que alguno iba a elegirme", rememora, rompiendo en una carcajada cuando se le recuerda que el gran Nikola Jokic, MVP de 2021, no fue seleccionado hasta diez posiciones más tarde: "Jugué con él en el Nike Hoop Summit de ese año y te puedo asegurar que era ya muy bueno. Era el mismo jugador que es hoy en día". Entrar en aquel nuevo mundo era un sueño hecho realidad, pero su experiencia americana arrancó mal. "Sufrí una grave lesión de tobillo en los entrenamientos previos al draft y tuve que estar 18 meses sin jugar. Firme un contrato rookie de tres años, pero no pude jugar la mitad", lamenta.
Finalmente debutó en la NBA en octubre de 2015, pero su experiencia fue efímera: veinte partidos con medias de 1,8 puntos y 1,6 rebotes. Eso sí, la vivencia y la oportunidad de compartir equipo con Antetokounmpo quedan para siempre: "Era increíble, pero lo más llamativo no era el Giannis jugador, sino el Giannis persona, de verdad. Era un chaval magnífico que llamaba la atención por la tremenda energía que ponía en cada entrenamiento. Trabajaba durísimo a diario, más que nadie. No me sorprende para nada el nivel que ha alcanzado". Su aventura americana bajó el telón con varios periplos en la Liga de Desarrollo de los que no guarda buen recuerdo. "Es una competición muy extraña, todo es provisional. Recuerdo un día que el general manager de los Bucks me llamó para decirme que me mandaban a Cleveland, a los Canton Charge, y que tenía tres horas para coger un avión porque jugaba esa misma noche. Era todo muy raro, muy estresante. Para la mentalidad europea es muy difícil adaptarse porque es una liga muy enfocada a lo individual y a las estadísticas para llamar la atención de la NBA. Puedes ser un gran jugador de equipo pero nadie te lo va a reconocer".
REGRESO A EUROPA
Inglis quería recuperar su gen competitivo, por lo que decidió volver a Europa, aunque recuerda de forma negativa su primera experiencia: la Orlandina en Italia. "Lo odié. No el país, que quede claro, odié el equipo porque no era nada profesional. Soy un jugador competitivo que juega duro y de manera emocional y espero que los jugadores, técnicos y la organización actúen al mismo nivel. Quiero estar en un equipo que luche por ganar y aquel equipo no lo hacía. Un mes después les dije que gracias pero que aquel no era mi sitio", apunta.
En 2017 regresó a la Pro A e inauguró un periplo de cuatro años en Estrasburgo, Limoges y Mónaco, ganando la Eurocup el pasado curso con ese club. "Creo que los equipos no prestaron atención en verano a lo que aporté", lamenta. Sin embargo, está encantado de ser un hombre de negro. "Quiero estar en un equipo con ganas de competir y el Bilbao Basket, Álex Mumbrú y todos mis compañeros quieren competir muy duro. Tenemos un cuerpo técnico increíble, desde los asistentes hasta el preparador físico. Les respeto y les quiero por el trabajo que hacen. Todo lo que ves que hacemos en los partidos es gracias a ellos, porque siempre están disponibles para ayudarnos y vienen cada día a trabajar duro. La cultura deportiva del Bilbao Basket es la de un club muy serio y es algo que aprecio mucho. Es muy bonito lo que se ha construido aquí", asegura.
Su estilo de juego contagia a los compañeros y estimula a los aficionados. "Me gusta jugar a tope de energía, ser competitivo. Creo que era lo que este equipo necesitaba, alguien que trajera energía pero también inteligencia, entendimiento del juego para hacer todo más fácil al resto de jugadores", reconoce. Además, su carácter bromista y entrega absoluta le ha permitido encajar en el vestuario y ser ya uno de los jugadores favoritos del Bilbao Arena: "Estoy siempre bromeando, creo que es importante en un grupo. En el baloncesto profesional es muy difícil construir una conexión profunda con tus compañeros porque prácticamente los jugadores nos movemos cada año de equipo en equipo. Pero aquí me lo han puesto muy fácil. Es un grupo al que le encanta reírse, disfrutar... Cuando consigues una buena relación fuera de la cancha jugar en equipo es mucho más fácil. Además, el Bilbao Basket tiene una gran afición. Cuando fiché, recibí muchos mensajes de bienvenida preciosos en mi cuenta de Instagram. Me hicieron sentir querido y en el pabellón son realmente increíbles".
"La cultura deportiva del Bilbao Basket es la de un club muy serio, aquí todo el mundo quiere competir y eso es lo que yo busco", asegura
"Supongo que los equipos no prestaron atención en verano a lo que hice en el Mónaco", apunta Inglis, que estaba sin equipo en noviembre