Vida y estilo

Elche y Costa Blanca: palmerales, mar y montañas

Mucho turista del norte viaja hasta Alicante, hasta Santa Pola, incluso hasta Benidorm. ¿Quién no conoce a alguien que tenga casa, piso, apartamento, adosado con piscina o lo que sea en esta Costa Blanca? Pues nosotros con ‘Chiloé’ nos marcamos como objet
Detalle de un bonito palmeral.

Empezamos el periplo valenciano en Elx, en su grafía valenciana, más conocida como Elche, en su grafía española. Una ciudad escondida en el interior del territorio alicantino y resguardada por su increíble palmeral. Palmeras datileras, palmeras únicas e irrepetibles, con unos dátiles carnosos, dulces sin empalagar. Y también la palma blanca de los antiguos y multitudinarios días del Domingo de Ramos católico. Elche es el único lugar del mundo donde se mantiene la tradición de la elaboración de la palma blanca.

Elche es coqueta en su centro histórico, pequeña, accesible, encantadora en el ambiente de la tarde y de un verde inaudito en su gran palmeral. Es la joya de la corona de esta ciudad industrial, que mira más a sus montañas que al lejano Mediterráneo.

Finestrat y el Puig Campana.

Gregorio Alemany nos mostró una de las partes más importantes del palmeral, el partidor pico móvil de la acequia mayor. El artilugio en cuestión servía para derivar el agua de una acequia a otra y para controlar el volumen de agua que había contratado el correspondiente regante. Así se le aseguraba que recibía el líquido pagado. Viendo un artefacto un tanto rudimentario, uno era más bien escéptico ante la posibilidad de que fuera una buena manera de medir el volumen del agua que corría por el canal, pero Alemany nos comentó que se han hecho mediciones con modernos aparatos y la exactitud del sistema árabe es realmente impresionante.

Ya sabían los antiguos pobladores de la tierra ilicitana cuidar y dar valor a su oro líquido: hoy el Palmeral es el mayor de Europa y unos de los mayores del mundo. En el 2000 recibió el reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.

En el casco urbano

Sin alejarnos del bosque verde llegamos al casco antiguo de la ciudad, donde la huella almorávide se hace patente. Ahí está la torre de Calahorra o Calaforra, que formó parte de la muralla andalusí.

Cruzando la calle llegamos hasta la Basílica Menor de Santa María, en cuya puerta principal se abren dos pequeñas ventanas enrejadas que permiten ver la figura de la Virgen 24-365, esto es, todos los días del año y a todas horas. De vez en cuando alguien que cruza la calle se para, mira y se santigua.

La torre de la iglesia tiene la mejor vista sobre el oasis. Al llegar este viajero la puerta estaba ya cerrada, así que no hay mejor excusa para regresar a Elche que esperar a contemplar la tan preciada vista.

La isla de Tabarca.

Entre calles quedan los baños árabes y el edificio del ayuntamiento. Nosotros optamos por llegar al Jardín Huerto del Cura, un oasis dentro del oasis. Se trata de una propiedad privada que a mediados del siglo XIX sus propietarios levantaron poco a poco, un precioso rincón rodeado de palmeras, cactus y plantas del entorno, como granados y naranjos. Un pequeño curso de agua y unos estanques dan al jardín un aire encantador.

Sobre algunas palmeras datileras están clavados los nombres de personajes insignes que han visitado el lugar a lo largo de su historia. Quizás el personaje más famoso que hasta el momento ha dejado su huella en el huerto ha sido la emperatriz Sissi. En su visita se quedó prendida de una palmera muy especial, de cuyo tronco salían siete brazos o troncos más pequeños dando forma a un especial candelabro. Le puso de nombre Palmera Imperial, y ahí sigue, un poco viejecita pero continúa dando porte y brillantez a este espacio tan romántico de Elche.

Parque y patrimonio

A veinte minutos al norte queda un espacio natural alucinante, el Parque Natural de el Hondo. A primera vista uno podría pensar de que se trata de un lugar público, pero no. La compañía de riegos de Levante es la propietaria del lugar. Allá por los años 20 del pasado siglo construyeron unos embalses que regulaban el agua que les llegaba del Segura para poder asegurase el riego en la zona. Con el paso del tiempo, este sitio ha ganado un valor ecológico increíble, y en él anidan muchas aves en peligro de extinción.

Contamos con una guía de excepción, Carolina García, que nos iba describiendo emocionada a la garceta común, el flamenco, la avoceta o los calamones que iba descubriendo con unos potentes catalejos.

Menos mal que después del paseo hacía hambre y nos esperaba Marga Guilló con unas fantásticas y frescas Granadas de Mollar, granadas con denominación de origen protegida ilicitanas. El almuerzo fue de escándalo: sublimes granadas, cocas maravillosas y conversación muy interesante. Fetén, que diría aquel.

Fuego para hacer el arroz con costra, una especialidad de Elche.

Para llegar hasta nuestra siguiente parada cruzamos una preciosa carretera rodeada de curiosas plantaciones de palmeras y llegamos a la escuela museo Pusol, un espacio educativo y proyecto museístico donde el patrimonio local y la cultura tradicional se unen a la actividad educativa de una escuela normal.

Todo partió de la idea de recoger ese patrimonio que se iba perdiendo con la industrialización: desaparecían herramientas, mobiliario y también la cultura, las técnicas de trabajo y las tradiciones que había detrás. Uno va paseando por las instalaciones del museo y los alumnos de la escuela van contando, por ejemplo, cómo era el proceso de trabajo en la era. O te describen el antiguo puesto de helados móvil de la ciudad. Es increíble como tienen interiorizado los alumnos su labor en el museo.

El proyecto ha ayudado a que la gente se dé cuenta del valor que hay dentro de sus desvanes, en sus historias de trabajo en el campo, que todo ello es cultura.

Esto hace de Pusol un lugar muy interesante, que ha dado una nueva vida a esas tradiciones que forman parte de la personalidad de la gente que sigue viviendo en unas tierras que van cambiando sin que apenas nos demos cuenta. La Unesco reconoce su trabajo incluyéndolo en su registro de buenas prácticas de salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial.

Y después de la cultura inmaterial pasamos a un poco de cultura más material. Estamos en Elche, por si a algún lector o lectora se le había olvidado, y en Elche el arroz con costra es muy de aquí. En Cachito, Noelia Pascual lo prepara mejor que nadie. No se trata de una paella; es un plato al que en antiguas recetas se le añadía por ejemplo canela, pero tampoco es dulce. Es con costra, y se elabora cocinando el arroz en un recipiente de hierro al que se le da una segunda cocción cuando se le añade huevo batido.

Se hace al fuego de brasa y el arroz queda cubierto por un segundo cazo de metal, así el huevo va tomando forma de soufflé y el arroz queda entre cocido y tostado. Es único en textura y sabor, y ver el proceso de preparación de este arroz, da aún más valor a saborearlo. Y me atrevería a dar una idea a Pusol: el arroz con costra de Elche debería de estar en su museo, porque es un plato vivo que enseña parte de esa historia y tradición culinaria que se ha mantenido viva, y muy rica, desde hace generaciones. Tres visitas y tres cosas únicas de Elche: el Pameral más grande de Europa, El Hondo y Pusol. Y sumando el arroz con costra, cuatro de cuatro. ¡A tope!

Salinas en Santa pola

Y nos vamos hasta Santa Pola, una Santa Pola diferente. Estamos en el rincón donde arrancan las salinas y donde Sergio Parrés tiene su escuela de surf y padle surf. Sergio es campeón del mundo en esto del padle surf y hoy nos va a dedicar una clase magistral para ver si nos entra el gusanillo de navegar encima de una tabla remando.

La verdad es que el paisaje desde el mar se ve diferente, y a lo lejos se divisa una pequeña isla, es Tabarca. Remando nos pilla un poco lejos, así que nos despedimos de Sergio para no perder el barco que nos llevará hasta ella.

Gregorio Alemany en una acequia.

Antes de llegar a puerto comenzó a llover y una ligera bruma convirtió la llegada a la isla de Tabarca en algo misterioso que a este navegante de tierra firme le recordaba a las pequeñas islas del archipiélago veneciano. Llegamos a puerto dejando a un lado la antigua entrada fortificada a la isla. La iglesia de San Pedro y San Pablo domina el paisaje. Cuentan que Tabarca se pobló con habitantes procedentes de la isla tunecina de Tabarka, que por avatares del destino recalaron en esta tierra cercana a la península pero a la vez aislada del mundo.

Aún hoy su carácter insular lo impregna todo. Una playa casi en la mitad de la isla separa la zona urbana que apenas tiene tres construcciones, con la fortaleza de San José y el faro como principales hitos.

Y si en una isla hay que comer pescado, en Tabarca un buen caldero de pescado es algo irrepetible. El centro geográfico de la isla está ocupado por diferentes restaurantes a disposición del viajero, y la elección se hace difícil.

Tras un estupendo y humeante café, Jacinto nos invita a ver la preparación de su archiconocido caldero en la cocina del Mar Azul. En la playa cercana continúa la llovizna con paciencia franciscana mientras nosotros saboreamos un sabroso plato de pescado. Nos encantaría quedarnos de tertulia, pero el trabajo es el trabajo.

Y ya de regreso a la península, llegamos hasta el interior de esta tierra llena de olivos que a nada que tenga agua se convierte en un vergel. Llegamos hasta Finestrat, Finestrat interior, donde la mole del Puig Campana lo domina todo. Hace de gigante pétreo que vigila y controla todo lo que se mueve a su alrededor.

Finestrat cuenta con un precioso casco compuesto por un par de calles que parecen de película con sillas, mesitas, jarrones multicolor y rincones preparados para subir fotos a Instagram. Es un Finestrat desconocido que se deja saborear. Luego está ya la montaña más escarpada, de laderas imposibles que hacen las delicias de los amantes del trekking.

Cerca de las moles de Finestrat está el pueblito de Relleu, en cuyo término municipal se construyó en tiempos de Felipe IV la segunda presa más antigua de Europa. Hoy está en desuso y su lecho se ha convertido en un bonito paseo de cuatro kilómetros que te llevan hasta la garganta del río Amadorio. Para ver la garganta han construido una pasarela de vértigo, que a lo largo de apenas 200 metros te dirige hasta una balconada de cristal desde donde se puede apreciar el abismo.

Y sí, vamos del mar a la montaña y de los riscos a las agradables bahías mediterráneas.

Qué mejor que acabar nuestro periplo por la Costa Blanca subiéndonos a una embarcación de vela latina conocida como llaut para disfrutar un poquito de la navegación más auténtica del Mare Nostrum. Nuestro capitán es Cristian, un joven socorrista que trabaja en la playa de Benidorm y que en sus ratos libres se dedica a su verdadera pasión: recuperar las embarcaciones tradicionales de vela latina, los llaut. Ahora está inmerso en el proyecto de recuperar el último llaut que queda en Benidorm, cuyo propietario, un pescador de 85 años, le está enseñando los secretos de la navegación con vela latina.

+ Info

www.costablanca.org

www.visitelche.com

Navegar con Cristian por los alrededores de Altea divisando la punta de Esaparralló mientras queda a lo lejos la línea del Peñón de Ifach o Penyal d’Ifac es el final mas espectacular que uno podría imaginar para este bonito viaje.

06/01/2023