¿Se imagina un titular que diga que en Euskadi no se habla euskera? No sólo eso, sino que esa supuesta ausencia, ese poner en práctica más bien poco la lengua, sirva para dar marcha atrás en su protección. Cambie el euskera por el catalán, meta a la derecha en la ecuación...y ya la tenemos montada.
Es difícil de explicar e imposible de entender en esta cuestión lingüística la maniobra de Jorge Azcón, el popular (y no me refiero al cariño de sus vecinos) presidente de Aragón. Con el pretexto de que "no se habla catalán" en su comunidad, defiende los planes de su Ejecutivo de retirar a éste, y de paso también al aragonés, el reconocimiento oficial de lenguas propias. Lo que van a hacer, asegura, es defender las modalidades lingüísticas propias, que van desde el cheso hasta el fragatino. Y afirma, solemne: "Si lo que alguien me pide a mí es que trague con lo que quieren los independentistas, no lo va a conseguir". Acabáramos. ¿Pero entonces es que no se habla catalán o los motivos son otros?
Es fácil de explicar y de comprender que proteger y normalizar una lengua es una cuestión política, como lo es también lo contrario. Conocer un segundo idioma enriquece la cultura y a la persona y la dota, como defendía el padre de la Europa medieval, Carlomagno, "de una segunda alma". Por latitudes vascas tampoco se habló euskera durante muchos años y no fue, precisamente, porque no se quisiera, sino por la persecución implacable del Franquismo. Fue esa segunda alma la que lo protegió y preservó desde la clandestinidad. Algo que, por cierto, no fue en detrimento del castellano, que hoy en día seguimos utilizando para así poder entender con claridad meridiana que, en las palabras del señor Azcón, importa todo...menos la lengua.