Las mujeres de la antigüedad fueron hijas, esposas, madres sacrificadas casi, y quizás sin el casi, hasta el final de sus días. Multiplicaban las horas de trabajo doméstico; fregar, lavar, planchar, cocinar, limpiar, coser, bordar, remendar, ir al mercado, lavar la ropa, caminaban de modo impenitente y esforzado hasta fuentes y lavaderos como el de Txaroste en Zalduondo, donde se dejaban las manos, entre las frías aguas invernales.
Ayer, la localidad alavesa quiso rendir un sentido homenaje a todas aquellas mujeres lavanderas, especialmente sus vecinas, para reconocer el trabajo solidario, sacrificado y silencioso que a lo largo del tiempo han desarrollado. Organizado por el Ayuntamiento y la asociación cultural, vecinos y vecinas se reunieron, bajo un sol de justicia, en torno al lavadero, "un patrimonio tanto constructivo como etnográfico, ya que forma parte del paisaje rural".
Los lavaderos como el de Zalduondo no sólo han sido un lugar donde hacer la colada, sino que han sido un verdadero centro de socialización donde se reunían exclusivamente las mujeres. "Los espacios de trabajo de las mujeres eran espacios de libertad", explicaron durante el acto. "Sobre todo porque allí no había hombres. Ellas cantaban, se divertían, contaban cuentos, hacían una especie de terapia colectiva" señalaron.
Según explicaron desde la organización del acto, "en el lavadero se lavaban, torcían y tendían mantas, camisas, pañuelos y pañales, en duras condiciones, con agua helada, frío y malas posturas que dañaban sus espaldas", realizando "un trabajo esencial para las familias, la comunidad y la economía, que históricamente se ha relegado a un papel secundario. Se entendía que era un trabajo propio de las mujeres y como todos los trabajos que hacían ellas no era valorado".
Los lavaderos también fueron espacios de sororidad, de confidencias y desahogos personales, de apoyo moral y casi psicológico entre ellas: "Lo que se decía en el lavadero, se quedaba en el lavadero. En el lavadero no había hombres", recuerdan estas mujeres.
La labor de todas y cada una de las mujeres que pasaron por el lavadero de Zalduondo estuvo reconocida en las figuras de algunas de sus vecinas, como Mercedes Duran, Isabel Martínez de Maturana, Maribel Arakama, Clara Múgica y Eli Arakama, que recordaron sus días de lavandera. "Nuestra intención es reconocer la labor que han realizado las mujeres a lo largo de la historia, que nos han cuidado, que nos han ayudado, y su labor no ha sido reconocida en ningún momento", explicó Gustavo Fernández Villate, alcalde de Zalduondo.
Tras un trabajo de investigación –que al ser un pueblo pequeño se realiza pronto– se descubrió que todavía había cinco mujeres vivas que habían utilizado el lavadero. Las primas Eli y Maribel Arakama son dos de esas mujeres que acudían frecuentemente a realizar la colada al lavadero de Txaroste. Tal y como relata Eli, "yo empecé a venir al lavadero con mi madre. Ellas eran las que nos enseñaban cómo teníamos que lavar dándonos trapos y ropas pequeñas con jabón de trozo".
"Aquí se juntaban todas las mujeres del pueblo, aunque todas venían con prisas porque siempre había otros trabajos que hacer, como atender a los hijos o ir al campo", explica Arakama.
La llegada del agua a las casas hizo que el volumen de visitas al lavadero descendiera, tal y como recuerda Eli Arakama. "Yo estaba todavía soltera. No recuerdo el año, pero cuando pusieron agua en las casas se venía ya menos al lavadero, igual sólo a lavar las ropas más grandes", rememora a sus 86 años, mientras se retrotrae a los tiempos en los que "los abuelos blanqueaban la ropa con ceniza y agua caliente".
La colada se solía hacer una vez a la semana. "Antes la misma ropa se usaba durante una semana", explican, mientras recuerdan que "en este lavadero siempre entraba mucha agua y estaba muy limpia". "Era un trabajo muy duro: estaban durante horas expuestas a la humedad y al frío, tenían que lavar de rodillas, sufrían sabañones...", cuentan las protagonistas del día.
En el acto de homenaje también se colocó una placa en el lavadero municipal en recuerdo de Rosario Apaolaza Lopetegi, la última mujer que todavía a principios de este siglo acudía a lavar al modo tradicional.