Junto a Oscar Latorre (trompeta), Vicent Pérez (trombón), Pau Sala (bajo) y Andreu Pitarch (batería), la pianista y compositora Ester Quevedo se encontrará con el público vitoriano el próximo martes a partir de las 19.00 horas. Todavía quedan entradas disponibles para acudir al Conservatorio Jesús Guridi, donde se producirá un concierto en el que la creadora madrileña asentada en Barcelona desgranará Trabalenguas.
¿Qué es lo que se va a encontrar el público este martes?
–Vamos con la intención de presentar Trabalenguas, un repertorio de composiciones propias que se grabó en directo en el l’Estival de Jazz de Igualada gracias a la invitación que me hicieron a través de la propuesta Carta Blanca.
Esa grabación fue en verano de 2019, aunque el disco salió algo después. Y justo cuando estaba dando los primeros pasos fue cuando todo se paró a causa de la pandemia.
–Fue una pena porque, en ese momento, no pudimos hacer conciertos de presentación ni nada por el estilo.
Pero alguien que tiene 25 años cuando graba su primer álbum y ve lo que pasa después con él a causa de algo que no puede controlar, ¿cómo hace para no tirar la toalla?
–Seguramente lo normal hubiera sido hundirse. Pero las composiciones que hice son ideas con las que todavía me puedo identificar. Sigo teniendo ganas de compartirlas con el público a pesar de que haya pasado tiempo de la grabación. Está muy bien el trabajo que se hace en casa, esa labor de composición que hace una sola, pero a esto le da sentido compartir con la gente lo que escribes y lo que ideas. Por eso sigo haciendo conciertos con este proyecto porque se me quedó la espinita clavada en el confinamiento.
Una curiosidad, si quiere, superficial. En uno de los títulos del disco aparece el nombre Patxi y otro es ‘Amoñi’.
–Sí, sí. Es que tengo familia vasca. Por parte de mi madre tengo familia allí. Está ese tema que se llama Amoñi está dedicado, claro, a mi abuela. Bueno, era mi abuela. Y quise dedicárselo a ella.
No siendo el jazz un género de moda, tampoco hay que engañarse, ¿cómo alguien joven encuentra en él su camino de expresión?
–Es una música que desde pequeña la escucho por mi familia. En la adolescencia empecé a transcribir pianistas de jazz como Thelonious Monk y ahí me enganché. Es un lenguaje que da mucha libertad para la improvisación. Lo llevo escuchando mucho tiempo y es un lenguaje que me transmite.
Por cierto, ¿cómo se llevan la pianista y la compositora?
–Componer e interpretar están bastante relacionados. Muchas veces, cuando improviso, lo que hago es grabarme cuando estoy en casa. Luego escojo ideas que me pueden gustar más y las desarrollo. Así que son dos mundos, por lo menos en mi caso, que están muy unidos.
¿Y cómo jefa?
–Me cuesta más el liderazgo (risas). Soy una persona que no lleva inato lo de liderar. Por mi forma de ser, me cuesta. Pero cuando me toca el rol cumplo bastante. Creo. Al final, se trata de organizar muchas cosas.
Está al inicio del camino. ¿Objetivos de futuro?
–Siempre el futuro lo tengo en cuenta, sobre todo porque no paro de componer. Cuando tenga unos cuantos temas que me gusten, la idea es hacer otro disco. Será, seguramente, en formato trío. Pero ahora, aunque tengo cosas que me gustan, estoy todavía retocando temas.
En estos los periodistas somos expertos: ¿qué le molesta más, lo de joven promesa o lo de mujer haciendo música?
–Lo de joven promesa... ya va pasando el tiempo (risas). Pero es verdad que lo suelen decir. Y lo de mujer haciendo música... Me gustaría que llegara un momento en el que no hiciera falta decir que soy mujer porque todo estuviera igualado.
Lleva su proyecto personal, no para de colaborar con otras propuestas y está también la enseñanza. Vivir de la cultura es un deporte de riesgo.
–Me gusta la docencia. Es evidente que hay que combinar diferentes cosas para la supervivencia. Y no nos podemos olvidar de la labor de mover los proyectos, que también es otro trabajo en sí mismo.
Ahora que está pudiendo sacar ‘Trabalenguas’ a escenarios fuera de Cataluña, ¿contenta con la respuesta?
–La recepción está siendo bastante buena. Claro, aunque el público no te conozca del todo, quienes vienen a los conciertos suelen ser personas a las que les gusta el género, que están predispuestas a escuchar.