En Urretxu y Zumarraga la industria ha tenido mucho peso, pero en estas dos localidades también se han dedicado a otras actividades: en ningún otro pueblo de Gipuzkoa ha habido tantos fruteros por habitante. Algunos se han dedicado a la venta al por mayor y otros a recorrer los mercados de la provincia. El martes derribaron un vestigio de aquellos tiempos: el almacén de frutas Viuda de Gil. Dentro de unos meses derribarán también el edificio contiguo (Ipeñarrieta 30 de Urretxu) y en su lugar construirán 20 viviendas.
El de Viuda de Gil fue uno de los numerosos almacenes de fruta que hubo en Urretxu y Zumarraga durante el siglo XX. En un reportaje publicado en este periódico, Isabel González y Fernando Pérez, de frutas González, comentaban que la existencia de la estación de ferrocarril ayudó a que se abrieran tantos almacenes de fruta y tantas fruterías: la estación permitía recibir la fruta en la puerta de casa. Es más, antes de comprar los camiones, enviaban la fruta en el tren y el autobús. En el pueblo, repartían la fruta con el carro y el burro. Incluso con una bicicleta y un remolque. Al principio, había dos fruterías: Viuda de Gil y la fundada por Fructuoso Pérez. Después, abrieron Viuda de Díez, Lorenzo Pérez, Martínez, Rueda, Garcés, Cruz, Aly, Urola... Algunos trabajaban al por mayor y otros se dedicaban a recorrer los mercados. Hoy en día solo Frutas Urola se dedica a la venta al por mayor.
Para alguien que no tenía trabajo, vender fruta era un negocio fácil de poner en marcha: comprar el género a alguno de los distribuidores del pueblo, coger unas tablas y montar un puesto.
La fruta y la verdura llegaban de Valencia, Murcia, Lleida, Tarragona... No había tanta variedad como hoy en día. Cuando se acababa la fruta de verano, no había más hasta el año siguiente. Con la verdura sucedía lo mismo. En invierno no había verdura. Hoy en día, con los invernaderos y los modernos medios de transporte, hay género durante todo el año.
Trabajo duro
Trabajar en un almacén de frutas era más saludable que pasar el día en la fundición, pero también era un trabajo duro. El género venía en los vagones, a granel. Iban a la estación con un carro y un burro. Llenaban los cestos y los llevaban al almacén. Como no había frigoríficos, se estropeaba mucha más fruta que hoy en día.
Los plátanos exigían un cuidado extremo. Venían en piñas. Las rodeaban de paja, las embalaban con papel y las ataban con cuerda. Una vez en destino, los distribuidores de fruta tenían que cortar la cuerda y colgar las piñas para que madurasen. Las metían en cámaras de calor y había que vigilar el calor para que no se cociesen. Además, una vez que se cerraba la cámara, no se podía abrir, pues funcionaba con carburo. Tenían unas ventanillas y desde ahí veían cómo iba el proceso. Hoy en día, los plátanos vienen en cajas. Las meten en la cámara y controlan el proceso por ordenador.
Pero sigue siendo un oficio duro y solo queda un almacén. En cuanto a la venta al por menor, al igual que en el resto de los pueblos, cada vez más fruterías están en manos de inmigrantes.