Llega un momento, al final de la veintena o al comienzo de la treintena, en el que tu edad de repente parece dar un salto y te traslada lejos de lo que ha sido tu vida hasta entonces. Entre la juventud y la vejez a veces solo hay un paso y para cuando te das cuenta te encuentras siendo un viejoven.
Este neologismo que tiene sus orígenes en el programa de televisión La Hora Chanante, estrenado en 2002 en Paramount Comedy, se refiere a esa persona que siendo joven aparenta ser mayor tanto por su aspecto físico, por su forma de vestir, de pensar o de comportarse. Es decir, jóvenes de veintitantos que aparentan tener más de cuarenta.
Si empiezas a sentir que tus aficiones ya no son las de la gente de tu edad, si disfrutas más del día que de la noche o si te has vuelto más mirado con el dinero, puede que estés dando el paso. Si tienes alguna sospecha de estar en esa nueva fase vital, hay ciertos rasgos que pueden darte alguna pista y son estos:
1- Siempre fuiste un niño mayor. Si cuando eras un niño ya parecías mayor, haciendo y diciendo cosas impropias de tu edad, tienes muchos boletos de ser ahora un viejoven. Si nunca te sentiste niño ni adolescente, y en vez de compartir tu tiempo y tus aficiones con otras personas de tu edad preferías leer, aprender y descubrir cosas por tu cuenta, puede que en la edad adulta tomes el mismo camino.
2- Te quejas por todo. Si hace frío porque hace frío, si hace calor porque hace calor, si la música está muy alta porque no se puede hablar, si hay mucha gente en los bares porque no te puedes mover… cualquier cosa te viene bien para expresar tu disgusto. Si empiezas a ver fuera de lugar las cosas que hace la gente joven, o incluso personas de tu misma edad, tal vez el que se esté quedado fuera seas tú.
3- Cambias los planes de noche por los de día. ¿Dónde ha quedado ese ser incombustible que hace tan solo unos meses cerraba los bares? Ahora sientes que ya nada es lo que era y buscas cualquier excusa (el tiempo, tu escaso aguante para la juerga, tu menor tolerancia al alcohol o lo mal que llevas las resacas) para quedarte en casa viendo un maratón de tu serie favorita en vez de salir de fiesta. Si además empiezas a ver el atractivo a madrugar el domingo para aprovechar el día a tope, estás comenzado a instalarte en esa nueva fase vital que supone ser viejoven.
4- Fines de semana de paseo y descanso. Cuando ves cómo tus domingos de resaca dejan paso a tranquilos paseos mañaneros, aperitivos en terrazas, siestas después de comer y tardes de peli y manta, ya no hay vuelta atrás.
5- Gustos desfasados. Si sientes que tus temas favoritos ya son música de otro tiempo, que tus cantantes preferidos ya no ocupan los primeros puestos en las listas de éxitos o que ni siquiera te suenan los nombres de los youtubers, instagramers o tiktokers de moda, tal vez estés cambiando de bando sin saberlo.
6- Estás más a gusto solo. No necesitas de nadie para estar a gusto o entretenido. Los planes con amigos ya no son tu prioridad, sino que prefieres quedarte en casa a tu bola en lugar de salir por ahí en cuadrilla. Ir al cine, a comer o a pasear son buenas opciones pero, eso sí, siempre y cuando sea solo.
7- Te vuelves ahorrador. Otro síntoma de que tu espíritu joven se está esfumando es que mientras hasta hace poco tiempo no sabías en qué se te iba el dinero, ahora lo miras con lupa y tratas de no despilfarrarlo.
8- Para empático, tú. Te pones con facilidad en la piel del otro, es fácil empatizar contigo y eres bueno dando consejos de persona mayor, la mayoría de las veces con acierto.
9- Amigos para siempre. Como suele decirse, "Dios los cría y ellos se juntan". Seguro que en tu círculo de amistades más íntimas tienes buenos amigos, de esos con los que puedes ser tú mismo y compartir tus aficiones y tus inquietudes. Esa conexión especial que hay entre vosotros os mantendrá unidos por mucho que pasen los años.
De todas formas, ser joven no es solo una cuestión de edad, sino que es más la actitud que cada uno tenga frente a la vida. Por eso se explica que mientras hay viejóvenes que se sienten mayores con apenas 30 años, en el otro extremo hay quienes aspiran a ser eternamente jóvenes. Son los adultescentes, adultos incluso cincuentones que viven en una adolescencia permanente y que merecen otro capítulo aparte.