Entre los no-candidatos a la presidencia norteamericana de los que nuestros lectores han oído poco o nada, se hallan dos personajes del nivel económico de Donald Trump, con gran reconocimiento y aprecio en varios sectores, pero que de momento decidieron no presentarse. El más “pobre” está por debajo del nivel de Trump pues en vez de una fortuna estimada en 3.400 millones de dólares como el expresidente, tan “solo” tiene unos 2.000 millones. El otro, en cambio, les supera en mucho a los dos, pues se estima que ha acumulado unos 70.000 millones.
A diferencia de Trump, quien hizo su dinero en la construcción, los otros dos amasaron su fortuna en los mercados financieros: Jammie Dimon, el más pobre de los tres, es el presidente de la mayor banca del país, JP Morgan, mientras que Michael Bloomberg, el más rico, se halla al frente de un gran conglomerado financiero y mediático que lleva su nombre.
Ni uno ni otro tienen claro por qué partido se habrían de postular, aunque probablemente se encuentren más a gusto con los Demócratas, pero eso de los partidos en Estados Unidos tiene un significado más aleatorio que en Europa y los candidatos se pegan al que mejor les va –o el que más posibilidades de ganar ofrece–.
En realidad, el propio Trump, famoso por sus posiciones ultra conservadoras, estaba más cerca de los demócratas que de los republicanos antes de su candidatura, pero no había posibilidades de ser candidato demócrata, así que se unió a los republicanos.
En el caso de Bloomberg, quien fue alcalde de Nueva York, se cambió de partido mientras estaba en el cargo y luego acabó rechazándolos a ambos y siguió como “independiente” hasta el fin de su mandato. Durante la última campaña presidencial, ofreció presentarse como candidato demócrata para bloquear las ambiciones de Trump, pero desistió al ver que Joe Biden aglutinaba al partido.
A diferencia de Trump, tanto Bloomberg como Dimon son judíos, igual que el progresista George Soros. Ambos, igual que Soros, tratan de influir como pueden en la opinión pública y hasta ahora han dejado en segundo plano sus ambiciones presidenciales.
En la Casa Blanca raramente hay ocupantes con experiencias semejantes a las de sus votantes más pobres. Con algunas excepciones, como Bill Clinton que creció en un hogar humilde, los presidentes han crecido en la abundancia o, como en el caso de los dos candidatos que tal vez nunca se presenten, son muy ricos. No es un fenómeno nuevo, pues millonarios lo han sido casi todos los presidentes: tan solo nueve no llegaron a cosechar esta suma, entre ellos Abraham Lincoln.
En un artículo reciente publicado en el diario conservador Wall Street Journal Dimon presentaba lo que se podría entender como un programa de gobierno y en declaraciones recientes señalaba que se sentía más republicano que demócrata, pero con una preferencia mínima. Es decir, si hay una oportunidad no tendría dificultades en unirse a los Demócratas.
En realidad, hoy en día es difícil inclinarse por uno u otro partido, porque los papeles de ambos han cambiado totalmente: los republicanos no son ya los ricos privilegiados de antaño, sino que representan a la clase obrera, a quienes se sienten marginados y desfavorecidos, a los que viven al día.
Lo que le queda de conservador es su credo económico, es decir su confianza en el mercado, pero la vulgaridad no es un obstáculo entre sus filas, como se vio con el presidente Trump, mientras que el Partido Demócrata recoge a los académicos, los artistas, los actores famosos, los residentes de zonas urbanas.
Ni dentro ni fuera del país hay conciencia de este cambio de papeles, pero los obreros, ganaderos, o gente con escasas posibilidades económicas reciben con mucho mayor interés el mensaje populista republicano que las tesis sofisticadas de los Demócratas.
Un ejemplo está en la política del presidente Biden, por ejemplo: sus esfuerzos se centran en favorecer a los graduados universitarios que arrastran deudas para financiar sus estudios, pero no ha demostrado gran interés por las plantas de producción alimenticia ni los pequeños asalariados que viven al día. Y, desde un punto de vista electoral, está acertado: los universitarios pueden magnificar su mensaje, mientras que los trabajadores del eslabón más bajo, apenas tienen influencia más allá de sus familias.