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Es mejor nada en absoluto

En política, tenemos pragmáticos y dogmáticos. Los primeros suelen padecer la insatisfacción de renunciar a colmar sus objetivos, salvo abrumador respaldo ciudadano que se traduzca en mayoría absoluta. Los dogmáticos, en cambio, disfrutan del privilegio de no tener que adaptarse a la realidad. La convicción de encontrarse en posesión de la verdad absoluta –germen del fanatismo, si no se contrasta con la legitimidad de otras convicciones– justifica no ceder un ápice ni acomodar objetivos a la dimensión del respaldo democrático que la ciudadanía les otorga. Cuando se les reclama, responden que no se les pida renunciar a sus principios.

Es muy legítimo. El problema surge cuando a lo que no se renuncia es a los finales. Cuando se elevan a mínimos indispensables los máximos no consensuables. Esto se expresa de muchas formas, como acredita el vigente rifirrafe sobre la revisión fiscal de las haciendas vascas. Puede uno decir que no cuenten con él si no hay una reforma estructural de los impuestos o puede decir que la suya es la única alternativa al socialismo, según se considere uno progresista o conservador; Bildu, Elkarrekin o PP. Esto también tiene toda la legitimidad de la convicción. Pero por el camino se quedan los pasos intermedios; las medidas que, ni socialistas ni ultraliberales, benefician a esa parte de la ciudadanía que no saca tiempo para elegir entre Karl Marx y David Friedman porque se le va el día midiendo el impacto del precio del aceite en su bolsillo. Y no se merecen topar sus mejoras por la verdad absoluta y absolutista de quien aún piensa, como dijo el gran orador Mariano Rajoy, que “cuanto peor, mejor para todos y cuanto peor para todos, mejor, mejor para mí el suyo beneficio político”. Se entiende todo.

2025-03-09T08:09:18+01:00
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Onda Vasca con Juanjo Lusa y Samu Valcárcel
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