Lo de honrar la sabiduría de nuestros mayores está desacreditado. Algunos lo han echado a perder por méritos propios –ahí está el octogenario Felipe González–, pero a otros los hemos amortizado. Es el caso de Joe Biden, elegido como presidente de Estados Unidos cuando ya rondaba su octava década de vida y se va denostado porque cuatro años después dicen que está gagá.
Esta semana, sin embargo, habló con mucho sentido común en su despedida de la Casa Blanca. A algunos ha recordado a Dwight D. Eisenhower en 1961, que culminó su segundo mandato con 71 años de los de entonces.
Resumiendo a Biden, avisa sobre una oligarquía económico-tecnológica que penetra la política y la arrastra a decisiones a su conveniencia, que en demasiadas ocasiones no es la de la democracia. Es imposible escucharle y que no se te aparezca la cara recauchutada de Elon Musk, haciendo tándem con la cítrica de Donald Trump.
Pero es que releer a Eisenhower te pone los pelos como escarpias. Textualmente: “Debemos protegernos de la adquisición de influencia injustificada, deseada o no, por parte del complejo militar-industrial. (...) No debemos dejar que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades o procesos democráticos”. A sus palabras siguió la escalada belicista de los años 60 –bajo administraciones demócratas, por cierto–. Pero es que, hace 64 años dijo más: “Con todo el respeto que merece y debe tener la investigación científica, también debemos estar alerta frente al peligro de que la política pública pueda caer cautiva de una élite científico-tecnológica”. No digo que le pare a uno el corazón, pero una ligera arritmia... Escuchad al anciano Biden más de lo que atendieron a Eisenhower, no sea que...