Esta vez no son, como en el caso Begoña Gomez, páginas impresas de digitales fuleros ni recortes fotocopiados de origen más dudoso que el vino de tetrabrik. Qué va. Se trata de una prolija hoja de Excel que la Unidad de Delitos Informáticos de la policía española ha enviado al juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz.
En el documento figuran 6.903 búsquedas que no se sabe cuántos uniformados realizaron en 2015 y 2016 sobre 55 militantes de la entonces pujante Podemos. Así, por poner algunos ejemplos, hay 122 accesos sobre el entonces líder morado, Pablo Iglesias. Pero ojo, que compañeros de menos relieve como los vascos Rosa Martínez y Juantxo López de Uralde sufrieron, sin saberlo, alrededor de 700 peticiones de información.
Para más pasmo, esas solicitudes quedaron registradas en comisarías grandes, medianas y pequeñas de prácticamente toda la geografía del Estado.
De dictadura bananera
Por ahora, no han aparecido nombres de agentes que realizaran las consultas. Ni siquiera se sabe cuántos pudieron ser, algo que resulta un tanto sospechoso. Hasta en la peli más cutre vemos que para hacer este tipo de cosas, el madero de turno tiene que dejar sus datos.
Lo que nadie duda, sin embargo, es quiénes están detrás de esta operación de acoso y derribo personal y colectivo de los integrantes de la formación que, sin esperarlo nadie, puso patas arriba el ya rancio escenario político español, con dos partidos que, aparentando atizarse, se repartían tan a gustito las parcelas de poder.
Como todo el mundo sabía, es la fantasmal (y chapucera) policía patriótica que, en tiempos de Rajoy y con Fernández-Díaz como ministro de la porra, se dedicó a fabricar y difundir mierda contra los enemigos políticos.
¿Quiénes? Pues los de toda la vida: los rojos y los separatistas. Estos anacletos de la cloaca fueron estajanovistas de las invenciones de pruebas contra el soberanismo catalán, amén de patéticos frustrados rescatadores del material incriminatorio contra el PP que guardaba Luis Bárcenas en su casa.
Podemos tomárnoslo a chunga durante un segundo. Inmediatamente después, caemos en la cuenta de que estamos ante métodos de dictadura bananera.